Para nadie es un secreto que la educación en Colombia necesita de una profunda transformación que dé cuenta de los abismales progresos que la sociedad ha tenido, tanto en el ámbito tecnológico, cultural, político y económico. En los colegios y las universidades se preparan a futuros borregos que acatarán órdenes sin ton ni son, sin una pizca de actitud crítica ni mucho menos propositiva. Los jóvenes sólo esperan obtener un título que les facilite poder acceder a un puesto que les permita endeudarse para comprar ese carro último modelo, el apartamento en Los Rosales o los más recientes juguetes tecnológicos.
Y pregunto: ¿Dónde queda la formación de seres humanos íntegros, con un poco de cerebro, que realmente cuestionen la realidad y tengan la capacidad de proponer alternativas de cambio?
La educación colombiana está desfasada. Ya no responde a las necesidades ni del mercado laboral ni de la sociedad como tal. En una época en que la opinión no la detenta los medios tradicionales de comunicación, sino que son las redes sociales las que acaparan toda la atención, pensar en un modelo educativo cuya base se asentó hace más de tres siglos es poco más que absurdo, un anacronismo que subsume la creatividad y las esperanzas de millones de jóvenes que lo único que quieren es encontrar su lugar en el mundo.
Todo avanza, la tecnología actual sería considerada "magia" por nuestros abuelos; la sociedad ahora ha visibilizado situaciones que eran vistas como "pecado" o "abominación". Es cuestión de tiempo para que el matrimonio igualitario se legalice en Colombia, por más que retrógrados insensibles con investiduras de congresistas se empeñen en legislar en contra del progreso. Se condena y castiga el maltrato, tanto hacia la mujer, como hacia los niños y los animales. Teniendo en cuenta que vivimos en un país inculto, eso ya es decir mucho.
Pero la educación sigue los modelos atávicos de la Revolución Industrial. El sentarse durante más de una hora en un salón de clase, junto con otros 30 incautos, escuchando a un profesor "dueño de la verdad absoluta", sentado en un pupitre incómodo bajo una luz fluorescente cansina y mortuoria, no estimula la creatividad de nadie. Ese paradigma está mandado a recoger, puesto que ya no da cuenta de las necesidades actuales.
Últimamente, muchos neurólogos y psicólogos reconocen la tremenda importancia de la emoción en el proceso educativo. Se ha investigado el poder de la motivación y del apasionamiento en cuanto a la aprehensión y construcción del conocimiento se refiere. Cabe preguntarse, ¿en los colegios y en las universidades colombianas actuales se enfatiza en emocionar y motivar a los estudiantes para que éstos realmente aprendan y se apropien del conocimiento que se desea impartir ?
Se necesita cambios, cambios drásticos en el modelo educativo tradicional. Colombia tiene el capital humano suficiente para competir en el ámbito internacional; sólo se requiere un modelo educativo nuevo, vigoroso, realmente funcional que pueda explotar ese talento y darle el brillo y el reconocimiento que se merece.
