En Buenaventura hay ira y la sensación de haber sido engañados. Aunque nada justifica la violencia, sienten que el gobierno incumplió su palabra y quieren como interlocutor al Presidente.
Para percibir la magnitud del drama que se vive allá, basta con mencionar algunos datos. La ciudad apenas cuenta con una clínica privada, mientras el Hospital Departamental está cerrado como consecuencia del manejo politiquero y torcido; el desempleo es superior al 30 %, y la mitad de los ocupados labora por cuenta propia, en la informalidad y el rebusque; la pobreza golpea a más del 80 % de la población y el 44 % se encuentra en la indigencia; dentro del perímetro urbano el 36 % de los moradores no tiene cubiertas sus necesidades básicas, cifra que bordea el 50 % en la parte rural. A pesar de ser la ciudad colombiana con mayores recursos hídricos, el 70 % de los habitantes padece un riguroso racionamiento del líquido vital.
Mención aparte merece la situación de inseguridad. La violencia asociada al narcotráfico, las bandas criminales y la subversión han convertido al puerto en epicentro de toda clase de atrocidades. Aunque hay registros de una disminución reciente en el índice de homicidios, la extorsión se ha vuelto ubicua e incontrolable.
El doloroso panorama descrito viene a completarse con la parálisis o fracaso de algunos de los proyectos anhelados por la ciudadanía. Esto sin contar con la reciente quiebra y suspensión del servicio por parte del ferrocarril del Pacífico.
Lo verdaderamente patético es que todo lo mencionado acontece en una ciudad que gracias a su actividad portuaria, genera cada año más de cinco y medio billones de pesos en ingresos fiscales.
La situación que se menciona procede en lo esencial de la corrupción política.
Los partidos tradicionales, y ciertos jefes residentes en Bogotá y en Cali han usado y abusadode las arcas municipales y del talante confiado de los raizales
La situación que se menciona procede en lo esencial de la corrupción política. Los partidos tradicionales, y ciertos jefes residentes en Bogotá y en Cali han usado y abusado de las arcas municipales y del talante confiado de los raizales. Las organizaciones torcidas operan por interpuesta persona. Los que se untan las manos en primera línea son los locales. Así las cosas, seis alcaldes recientes fueron investigados y tres de ellos permanecen en la cárcel.
Pero lo más ofensivo, lo que rebota a los habitantes es el carameleo, la falta de compromiso de las autoridades nacionales, que no tienen límites para prometer maravillas y luego incumplir. Es un vicio que exhiben los responsables de la administración pública colombiana en todos los niveles.
A comienzos del año 2014, en plena campaña por la reelección el Presidente Santos visitó Buenaventura llevando unos ofrecimientos que bien vale la pena recordar en sus propias palabras: “…ya le di instrucciones al ministro de Hacienda, USD 400 millones vamos a invertir. Ya los diseños de cómo vamos a crear una ciudadela industrial para que genere más empleo, para traer más inversión, para que Buenaventura se convierta en ese eje de la Alianza del Pacífico, para que Buenaventura que ha sido abandonada no de años no de décadas, de siglos, desde que la descubrieron hace quinientos años ha sido abandonada. Y yo me he propuesto que ese abandono termine, que termine la guerra en Colombia y el abandono de Buenaventura, y que así podamos seguir progresando. Y es por eso que he venido hoy a pedirles a ustedes que me vuelvan a respaldar. En las elecciones del 15 de junio los necesito” (SIC). Luego agregó: “yo soy una persona agradecida. Buenaventura y el Valle del Cauca nunca habían recibido tantos recursos, como los que han recibido de mi gobierno, nunca, pero esos recursos los voy a multiplicar, porque con la paz tendremos mucho más recursos y Buenaventura ha sido agradecida conmigo, me ha respaldado. Yo soy una persona que sabe tener el sentido de gratitud y les devolveré esos votos en inversiones …”
En lo expresado por el mandatario había un hipérbole notoria porque su gobierno no es el que mayor apoyo a dispensado al Valle del Cauca, y menos aún a la ciudad de Andagoya. Pero la gente se tragó el cuento y el resultado de las promesas lanzadas no se hizo esperar. Buenaventura votó masivamente por el candidato presidente quien obtuvo 66 710 votos, mientras Oscar Iván Zuluaga apenas superaba los 15 000.
Los habitantes de Buenaventura se sienten traicionados y ese sentimiento está en la base de su indignación. De los cuatrocientos millones de dólares no se volvió a hablar, aunque apareció un plan con el BID por ese monto pero destinado a todos los municipios del litoral. La ciudadela industrial no se ha materializado y no se ve el apoyo para que el puerto se convierta en el eje de la Alianza del Pacífico. Todo mientras la situación social continúa deteriorándose.
El vocero por excelencia de la ciudadanía local es Monseñor Epalza, obispo de la diócesis, quien ha alzado su voz valiente para condenar ese estilo politiquero de gestionar los intereses colectivos. En reciente entrevista publicada en El País de Cali usó palabras duras pero irrefutables para referirse al gobierno nacional y a la situación del puerto: ”Lo que pasa es que el gobierno dice cosas. Verdades que luego son mentiras…”; “La gente se siente ofendida porque le han prometido mucho y le han cumplido poco…”Han sido tantos los avisos mentirosos… eso ha despertado a la población que ha tenido mucha paciencia…”