Ese episodio entre simpático y agresivo de un cono y un motociclista, con todo y disfraz, no es más que una pequeñísima muestra de lo que somos como sociedad: intolerantes, agresivos, maleducados y llevados de nuestra voluntad. Pareciera que ni siquiera los procedimientos amables, nos pudieran quitar de encima la historia violenta que nos ha acompañado no durante cincuenta años con guerrillas, sino desde siempre; o sino, miremos la historia.
Aunque el episodio ocurrió en Bogotá, donde los ánimos sí que están caldeados con tanta congestión, el tema es nacional. Sin embargo, los ejemplos los pongo de acá, porque aquí vivo y trabajo, porque Bogotá comenzó con campañas fuera de lo común en los dos gobiernos de Antanas Mockus –y siguen ahora con él- pero segura de que se ajustan a cualquier ciudad capital nuestra.
Así me critiquen, me da mucha risa la patada ninja del cono. ¡Qué habilidad con semejante disfraz tan aparatoso! Pero a lo que voy, es a que aquí pareciera que todo arranca con los pies y por las nalgas. Cuando uno se rebelaba, los papás le decían: “es que le faltó fuete por esa cola”; la popularidad de Mockus arrancó por sus inolvidables blaaaancas y planas nalgas exhibidas en vivo y en directo a un grupo de estudiantes rebeldes en la Universidad Nacional y, para rematar, Jorge Barón resultó dando la patadita de la buena suerte… ¡por las nalgas!
Aquí, en términos simbólicos y antes de que me caiga el mundo encima, fuete fue lo que le faltó a la mayoría en esta ciudad. Todo el mundo se siente dueño de los andenes y de las calzadas. Y para no decir que es que “este pueblo inclulto”, péguense una pasadita por Rosales, o por la zona G y miren la invasión de los espacios públicos que hacen no solo propietarios de vehículos, sino escoltas… Y díganles algo, o no les dé paso pronto… Sus patronos, muy encumbrados y muy estudiados ni se interesan por ver todo el caos que generan. En esas exclusivas zonas tienen mucho trabajo los conos.
Todo el día metido entre un disfraz tan incómodo,
bajo la lluvia o bajo el sol y con un megáfono cantando:
“Que lo mueeeva, que lo mueeeva”
Ahora, ¿que nuestro cono ninja no debió reaccionar así?, de acuerdo. Pero le declaro mi apoyo al cono. Primero, porque aunque la Secretaría de Movilidad diga que el noventa por ciento de la ciudadanía reacciona bien, nunca falta el patán, el macho o el grosero que se envalentona con un muchacho que, de la mejor manera, lo termina de poner en evidencia. Ah, porque es el infractor el primero que lo nace. Segundo, porque están educando a través de una labor simpática, amable. Y tercero, porque hay que tener consideración con los conos; imagínense que su trabajo transcurra todo el día metido entre un disfraz tan incómodo, bajo la lluvia o bajo el sol y con un megáfono cantando: “que lo mueeeva, que lo mueeeva”, para que además le echen el carro encima, o lo insulten; que lo agredan. ¡No ala, antes qué paciencia! Si a uno le echan la madre solo porque “pide el favor de correr el carro que obstruye el paso, o el parqueo”, imagínense qué enfrentan los pobres conos… Pues a patanes como el de la moto, al que sí que le faltó fuete por esa cola.
Qué vivan los mimos, el pato de Transmilenio, la tijera, el pulgar hacia arriba y hacia abajo, y hasta la levantada hora zanahoria, campañas que han demostrado que se consigue convivencia (paz), reducción de inseguridad y preservación de la vida, asentamiento de valores desde la misma cotidianidad. Bienvenido el plan de la Alcaldía Mayor para que Mockus regrese la cultura ciudadana a Bogotá… ¡Y que viva el cono ninja!
¡Hasta el próximo miércoles!