Mi nombre es Juan David Cano Sierra, soy médico y cirujano. Me apasiona mi carrera y dentro de mis capacidades y lo que he aprendido, trato de brindarle lo mejor a mis pacientes. Escribo esto para que todos los que somos pacientes nos tomemos un tiempo para meternos en la mente de un médico y en todas las cosas que tienen que vivir, las cuales nunca nos enteramos.
En mi caso, las 24 horas del día estoy pensando en si tomé la decisión correcta, en los pacientes que tengo hospitalizados, en qué puedo hacer por ellos y en cómo mejorar su condición. Trato de estar actualizado y no me pierdo ningún congreso de Pediatría para no quedarme atrás. Hago mi trabajo con mucha pasión y en los momentos en que he estado más agotado, ver que un paciente se mejora renueva mis energías.
Lamentablemente, los médicos en nuestro país tenemos que enfrentarnos a un centenar de problemas que los pacientes no ven y que terminan afectándolos a ellos y a nosotros. Hoy quiero contar la historia de mi paso por un hospital de primer nivel en el que el desfalco de dinero y la corrupción le ha vulnerado el derecho a la salud de los pacientes del Municipio de Cajicá: La E.S.E. Profesor Jorge Cavelier.
Por mucho tiempo me quejé de todo lo que me pasó, pero hoy creo que el hecho de poder hacer todo esto público es el mecanismo para que los entes reguladores empiecen a actuar y a impedir que este cáncer de la corrupción siga proliferando y que los pacientes se enteren de la realidad. Sin más preámbulo esta es mi historia.
Finalicé mi carrera de Medicina en diciembre de 2016 en la Universidad Militar Nueva Granada. Uno de los miedos más grandes de graduarse es el año rural que tenemos que hacer los médicos en Colombia. Imagínese usted señor lector que en ese año debemos enfrentarnos a retos y dificultades muy grandes, las cuales terminarán por forjar nuestro carácter y nos mostrarán la realidad del país.
Para la asignación de plazas de rural los médicos recién graduados tenemos que inscribirnos al sorteo del Ministerio de Salud. En mi caso, yo terminé entre el grupo de personas que fueron exoneradas de hacer el año rural. No obstante, dentro de mí estaba ese deseo guerrero de luchar por los pacientes menos favorecidos y de querer enfrentarme a las dificultades que representaban el hacer ese rural. Por lo tanto, envié mi hoja de vida a todos los municipios al norte de Bogotá (Zipaquirá, Chía, Sopó, Cajicá, Ubaté, Tocancipá, Tabio, Tenjo) y para mi felicidad recibí esa primer llamada.
Ese sentimiento de timidez, pero de mucha satisfacción que tuve ese día es indescriptible. Finalmente, empezaría a trabajar como médico por primera vez en mi vida. Fui a la institución y me ofrecieron un pago de 24.300 pesos la hora y me pidieron una serie de papeles para empezar a trabajar. En la universidad nunca te enseñan sobre los tipos de contratación y a lo que tienes derecho como trabajador, así que sin preguntar y con toda mi energía procedí a firmar el Contrato No. 145 de 2017, que por supuesto, que ni lo leí. Mi emoción era tanta por empezar a atender pacientes por mi cuenta que no me importaban las condiciones laborales.
Nunca olvidaré mi primer día de trabajo en la institución. Por primera vez era el duro del pueblo: se hacía lo que yo dijera, y era feliz de ver cómo los pacientes salían agradecidos. Pero lentamente esa felicidad empezó a opacarse. Por fin llegó mi primer paciente pediátrico, un niño de unos 7 años con una fractura de tibia derecha. Con agilidad hice todo lo que mis profesores del Hospital Militar me habían enseñado cuando era estudiante de Medicina. Me moría por ver esa radiografía que me mostraría el tipo de fractura y con la que lo remitiría para que un ortopedista en Bogotá le hiciera la cirugía respectiva. Pero en la institución estaba prohibido usar la máquina de radiografías del sótano, pues la máquina estaba tercerizada. ¿Qué rayos es eso?... ¿Tercerizada?...
Ante ese concepto extraño que jamás había oído en mi vida, pregunté a mis colegas qué significado tenía eso y me explicaron. La máquina no pertenecía al hospital, sino que pertenecía a una empresa ajena que la manejaba y se encargaba del mantenimiento. Sin embargo, debido a que la gerencia no había realizado el pago a la empresa esta había decidido no prestar la máquina. La cantidad de dinero que le debía el hospital a la empresa era tan alta que este decidió dejar eso botado y subcontratar el servicio de radiografías de Chía, el cual solo funcionaba de lunes a viernes; es decir, teníamos que usar una ambulancia de la institución y transportar a los pacientes hasta Chía para que les tomarán las radiografías y luego devolverlos a Cajicá para ver las radiografías. Mi paciente necesitaba atención inmediata y no podía esperar a que fuera lunes para que le tomaran una radiografía. Por lo que después de un grito y mucho odio por parte de la mamá del paciente, esta se fue con su niño fracturado en una flota para que fuera atendido en Bogotá.
Entonces, ¿quién es el malo?
¡El médico! (la gerente estaba en su casa durmiendo de lo lindo)
Sobrepasando el mal rato, procedí a seguir haciendo mis turnos con toda la energía. Me encantaba diagnosticar pacientes con patologías difíciles o con cosas que solo había leído en los libros. Aún recuerdo mi primer caso de uveítis, mi primer caso de una gestante con corea de Huntington, mi primer paciente con síndrome hemolítico urémico. Era feliz diagnosticando e imaginando lo bien que le iría a mis pacientes si recibían su remisión de forma oportuna. Pero, de nuevo aterricé y me golpeé duro contra el suelo. En un país donde las E.P.S. no autorizan lo que ordenamos a los pacientes de forma oportuna me vi en la horrorosa tarea de decirles a los pacientes que tal vez jamás tendrían la atención que necesitaban. Después de unos cien gritos y unos cuantos “hijueputa médico no hace ni mierda” volví a preguntarme…
Entonces, ¿quién es el malo?
¡El médico! (las E.P.S estaban robándose el dinero de los contribuyentes)
No se imaginan mi primera emergencia, la primera vez que la vida de un paciente estaba sobre mis manos y las del enfermero que me acompañaba esa noche. Las piernas me temblaban, todo pasaba en cámara lenta, mi cerebro pensaba en todos los apuntes que estudiaba para mis exámenes de estudiante. Y por fin, ahí estaba, mi examen mayor, la vida de un paciente y su angustiada familia que ponía toda la salud de su ser amado en mis manos. Esta vez, necesitábamos una bomba de infusión. De nuevo la maldita tercerización nos impedía usar las bombas de infusión del hospital. Las bombas estaban en el tercer piso amarradas, sin poder usarse… y yo las necesitaba de inmediato. Finalmente, como le toca al 99.9% de rurales en este país, me tocó inventar la forma hechiza para salvarle la vida. Cuando remitimos al paciente a una institución de mayor nivel siempre nos regañaban debido a que no le pusimos al paciente lo que necesitaba (porque no había nada). Una vez más me pregunté…
Entonces, ¿quién es el malo?
El médico (la gerente seguía dormida, ella ni se entera de que esto pasa… nunca contesta el celular)
Podría quedarme horas hablando (escribiendo) de los cientos de problemas que tuve por falta de los elementos que debía tener la institución como primer nivel. Pero más bien les cuento sobre el día que iba a recibir mi primer sueldo (el cual a la fecha no ha llegado). De la misma forma en que la gerente no pagaba los contratistas para tener la máquina de rayos X, tampoco le pagaba a los médicos, enfermeros y auxiliares de enfermería.
La contratación por prestación de servicios blindaba a la gerente de cualquier tipo de indemnización que pidiera cualquier trabajador de la institución, y por obvias razones al no ser un contrato de trabajo la gerencia se jactaba de atrasar los pagos hasta cuando les diera el presupuesto para sacar su tajada. Por supuesto, estuve muy feliz cuando vi llegar a la gerente en su camioneta nueva, muy linda por supuesto.
Volviendo al tema, me tocó sacar de mi marranito de ahorros de estudiante de medicina para seguir yendo a trabajar (y para comer). En mis turnos comía pizza con gaseosa de la esquina del parque, para que me rindiera para la flota de vuelta a casa. Por supuesto, los pacientes se ponían bravos cuando salía unos minutos del puesto de salud para ir a comer mi deliciosa pizza callejera, pues algunos de ellos necesitaban la incapacidad médica lo más pronto posible para no ir a trabajar todo el fin de semana.
Eso sí, con mi sello fueron firmadas aproximadamente unas 200 incapacidades, de las cuales estoy seguro que el 50% no tenían justificación… Pero usted cómo le dice que no a alguien que entra tosiendo a su consultorio, le dice que ha tenido fiebre y que si no lleva la incapacidad el jefe no le paga un día de trabajo. Y peor aún, si luego salen gritando “médico hijueputa” por el pasillo porque no se les dieron los días de incapacidad que ellos querían. Al final, no me importaba, era feliz aguantándome eso y era feliz atendiendo a los pacientes que lo necesitaban.
Para mí el paciente que iba a pedir una incapacidad era tan valioso como el que estaba cursando con un infarto. Ahora bien, el primero tenía que esperar unas 3 horas en urgencias y el segundo lo atendía de inmediato. Pero querido lector, le cuento que es muy jodido no tener un centavo para ir a comerse una empanada y que lo estén esperando 20 pacientes en urgencias gritándole de todo. Al final no recibí mi pago y me volví a preguntar…
Entonces, ¿quién es el malo?
¡El médico! (aunque no me habían pagado, estaba obligado a ver pacientes porque mi labor es humanitaria y el médico no tiene derecho a quejarse. La gerente no contestaba a mis súplicas de que necesitaba mi salario para subsistir)
Después de 3 meses sin recibir mi pago y con todo el dolor del alma, me vi en la obligación de abandonar mi puesto. Sin querer sonar arrogante, yo siento que soy un buen médico, aunque me falta muchísimo por aprender. Jamás le he dicho NO a un paciente, siempre he escuchado sus problemas, sus quejas, sus temores. Y siento que Cajicá, perdió a un médico que hacía su trabajo con mucho amor.
Cajicá no solo me perdió a mí. Las malas administraciones de la institución y la corrupción perdieron a decenas de especialistas que trabajaban allí, médicos generales, cientos de enfermeros, de auxiliares y de personas que trataban de dar un buen servicio en la institución. He radicado derechos de petición ante la Alcaldía, la Procuraduría, la Defensoría del Pueblo, la Superintendencia de Salud para que me oigan y que el derecho a la salud de los Cajiqueños no siga siendo vulnerado.
Hoy lo invito a usted lector y paciente para que se ponga en el lugar de su médico, para que así como usted de pronto le ha exigido una buena atención a su médico tratante, hoy se ponga de nuestro lugar y nos ayude a pelear contra esta corrupción que no solo nos afecta a nosotros, sino a usted como paciente.
Invito a los médicos que lean esta nota a estar muy seguros a la hora de firmar un contrato y pilas con el Hospital de Cajicá, hasta que el déficit no se corrija no se vaya a poner a firmar brindar sus servicios de forma gratuita.