Hace pocos días Whatsapp, la plataforma de mensajería instantánea líder en el mundo, dejó de funcionar por un espacio de dos horas. Algunos no nos dimos cuenta y solo nos enteramos al ver los comentarios que otros hicieron al respecto (así como cuando te preguntan si sentiste el temblor que hubo en toda la ciudad y tú ni te diste por enterado). Muchos usuarios, en cambio, sí notaron la anomalía y sus reacciones no se hicieron esperar.
¿Qué hicieron? Lo más lógico: se volcaron hacia sus redes sociales en busca de contacto. Muchos se desahogaron en Twitter, llegando a ser tendencia mundial con un millón y medio de trinos. Otros llenaron Facebook e Instagram de GIFs y memes sobre el tema. Y otros más, tal vez una minoría, no tuvieron más remedio que recurrir a la red social más antigua de todas: la familia.
No quiero caer en el lugar común de que las redes sociales nos disocian, las pantallas táctiles nos hacen perder contacto y los teléfonos inteligentes nos han hecho torpes para compartir con el de al lado. Simplemente, quiero proponer una evaluación periódica a nuestra comunicación familiar. ¿qué tan bien nos conocemos?, ¿qué tanto hablamos?, ¿qué tan seguido nos reímos juntos? Si algo importante está pasando en la vida del otro (como una ballena azul), ¿seríamos nosotros, su familia, los primeros en enterarnos? Estas son solo algunas preguntas que vale la pena hacernos de vez en cuando y posiblemente la respuesta a todas estas incluirá una pregunta más: ¿cómo puedo mejorar la comunicación en mi familia?
Dada la intrincada naturaleza de las relaciones humanas, sería ingenuo dar una respuesta ligera al asunto de la comunicación familiar. Sin embargo, un buen punto de partida es aquello de hacer por otros lo que quieres que hagan por ti. ¿Quieres que te escuchen?, ¿te gusta que valoren tus opiniones?, ¿disfrutas que te inviten a comer un helado o tomar café?, ¿te agrada cuando alguien te acompaña y acepta tu silencio sin obligarte a decir más de lo que tienes que decir? Puedes empezar por ahí. Los resultados pueden tardar, pero es seguro que llegarán. Después de todo, como diría Mandela, “ninguna persona es tan dura que no puedas construir un puente hasta su corazón”.
Por último, y para no parecer el detractor de las redes sociales, me permito resaltar algunas bondades de la comunicación digital y al mismo tiempo invitar a que apliquemos esas virtudes a nuestra comunicación personal en la familia.
- Las redes sociales te hacen sentir que tienes una audiencia.
Una razón recurrente por la que muchos jóvenes no se comunican con sus padres es porque cuando ellos tenían algo que decir los oídos de papá y mamá estaban ocupados. Permitámosles saber a quienes comparten el techo con nosotros que realmente queremos escuchar.
- Las redes sociales te dan “retroalimentación”.
Los pulgares arriba se han vuelto la dieta diaria de la estima personal de muchos. Gracias a los emoticones con distintas reacciones, ahora los usuarios de Facebook gozamos de una dieta más variada. Esa dinámica puede escasear en el ámbito familiar. Sobre todo cuando nuestras respuestas a la comunicación del otro se limitan a una sola palabra o se dejan para el medio tiempo del partido.
- Las redes sociales te permiten saber de la vida de otros.
Sobra decir que lo que las redes sociales te muestran sobre los demás es una versión maquillada y aumentada de una pequeña porción de la realidad. No obstante, el motor que mantiene en movimiento la mayor parte de la interacción en línea es el deseo natural de saber acerca del otro. Este deseo, insisto, natural se debe suplir, y entre menos se supla en el mundo real más se tendrá que hacer en el mundo virtual.
