Cartagena de indias, ciudad amurallada, o la Heroica —que es como se le conoce históricamente— es una ciudad mágica, reconocida a nivel nacional e internacional por su variedad de estilos arquitectónicos, su cultura y su historia. También, es reconocida por los escándalos que arman las meretrices cuando no les pagan por sus servicios (como Dania Londoño). Asimismo se asocia al reinado de belleza que allí se realiza todos los años (y sus reinas bilingües, lo puede buscar en youtube: Yeris Sepulveda miss Guainía).
Es a su vez el destino predilecto de la gente pudiente, de la gente decente, la gente de bien, de la “high life”(o como dice mi abuelita: de la jai), y de uno que otro mafioso colado que decide escoger a esta ciudad para casarse. Igualmente, es reconocida por su cercanía con esas hermosas arenas blancas y mar azul de las Islas del Rosario. Puedo dejar de lado que Cartagena es conocida como la cuna de la “Champeta”; ritmo musical contagioso que conocí allá mismo en agosto de 1999, la misma semana que trágicamente mataron a Jaime Garzón.
Como buen cachaco en Cartagena, en esa época el sector preferido para hospedarse era Bocagrande, y el evento académico internacional que nos entretuvo durante esa inolvidable semana, se realizaba una parte en el Centro de Convenciones y otras tantas en algunas de las sedes de la Universidad de Cartagena. Para desplazarme salía del hotel con mis amigos y me subía en un taxi (para que saliera económico) o si me quedaba dormido me iba en bus para poder ahorrar dinero. Fue así como conocí el “famoso” bus con azafata. Este servicio de transporte público de la compañía Metrocar, hacía el recorrido que yo necesitaba. Contaba con aire acondicionado, había una mujer “azafata” dentro del bus que era la encargada de cobrar la tarifa y de entregar el tiquete y hasta ayudaba a subir o bajar a sus pasajeros extendiendo la mano con gran cordialidad. Un servicio de transporte publico digno del mayor distrito turístico de Colombia.
Empezando el año 2017, casi 18 años después de esa semana regresé a Cartagena. El motivo del viaje era realizar un trabajo de investigación en campo y recolección de datos, que sirviera como aporte a la tesis de la Maestría en Ciencias Económicas que actualmente curso, y que se fundamenta en los diferentes sistemas de Transporte Público Urbano.
Cartagena inauguró hace menos de un año un “moderno” Sistema Integrado de Transporte Urbano (SITP). Antes de salir de Bogotá, descargué en mi teléfono la aplicación para android “Transcaribe”. Esperaba encontrar un sistema pionero, maravilloso, respetuoso, organizado y sobre todo eficiente, como el de hace 18 años o la versión mejorada.
Al llegar al aeropuerto Rafael Núñez de Cartagena, lo primero que se aprende es que para acceder al SITP se debe adquirir una tarjeta que es vendida a poco más de siete cuadras (con ese calor feroz de las once de la mañana). Allí empezaron las sorpresas: ¿el SITP Transcaribe comunica directamente con el aeropuerto? La respuesta es no. Luego de caminar y preguntar, la señalización es pésima, llegué al lugar donde comprar la tarjeta (tiene un costo de 4.000 COP, aprox. 1.40 USD) y la recargué con 20.000 pesos (cada trayecto cuesta 2.100 COP aprox. 0.74 USD). Cuando pregunté la frecuencia con que los buses circulan, sin pena ni vergüenza en la oficina dan una respuesta increíble: más o menos cada 20 minutos (casi me desmayo, no por el calor, sino de lo absurdo del tiempo de espera).
El paradero en aquel punto no tiene cubierta, tampoco sillas, y solo se identifica por una señalización vertical, pintada de amarillo con un peatón y una flecha inclinada 45° hacia el piso (bastante grave es el tema de la señalización, ya que claramente infringe el Manual de Señalización Vial del Ministerio de Transporte: “capitulo 2 señales informativas, señal SI-08 paradero de buses o SI-30 para transporte masivo”). Tuve que esperar aproximadamente a 40 metros de distancia bajo un árbol y cuando vi que el bus T102 se acercaba, debí salir corriendo con maletas y todo, para no tener que esperar otros veinte minutos. Les confieso que pensé que era una pesadilla. Sin embargo, así llegue al hotel donde tenía la reservación —era bastante cerca— en el sector de Marbella sobre la avenida Santander. El recorrido demoró aproximadamente 8 minutos.
Luego de realizar el check-in en el hotel y habiendo dejado las maletas en la habitación, procedí a salir de una vez para continuar con mi investigación y trabajo de campo. Eran las 12:25 minutos de la tarde. El paradero más cercano estaba ubicado aproximadamente a 100 metros de distancia (una cuadra), tuve la mala fortuna que antes de pasar la avenida, justo en ese instante pasó el bus. Las sorpresas ya me comenzaban a irritar, tuve que “soportar” ya no los veinte minutos, sino media hora para subir al siguiente vehículo. Lo “divertido” de la espera en ese lugar, es que el mar golpea con tal fuerza la barrera de contención, que se propaga y “refresca” con agua salada; lo deja a uno lavado como si fuera pasto en un jardín con aspersión.
El costo de la obra Transcaribe sobrepasó los 400 mil millones, el servicio es ineficiente, no solo porque no conecta directamente el aeropuerto o la terminal de cruceros; sino porque además la frecuencia es inaudita, muchos paraderos están a la intemperie, el acceso para personas con movilidad reducida se limita al ingreso para personas en silla de ruedas, pero no existe en la mayoría de puntos dispositivos con información visual o auditiva que permita la independencia de los ciudadanos, turistas nacionales o extranjeros, que así lo requieran.
Ni hablar del idioma, Cartagena fue visitada en el año 2015 por más de 300.000 turistas extranjeros entre viajeros aéreos y de cruceros, la señalización es mínima y no se presenta en inglés: el idioma mundial del turismo (signage in english). Los sistemas de transporte modernos deben seguir unos códigos mínimos, los de los nuevos viajeros, que ven en el sistema de transporte público una forma eficiente de movilizarse, ahorrar en gastos, economizar tiempos de desplazamiento, sentirse seguros y cómodos; sistemas útiles para la comunidad, pero sobre todo, porque sirven para mostrar el nivel de desarrollo de una sociedad.