Emmanuel Macron, el ´enfant terrible´ que transformará a Francia

Emmanuel Macron, el ´enfant terrible´ que transformará a Francia

A los 39 años llega al Elíseo tras pulverizar los partidos tradicionales, con un triunfo contundente sobre la ultraderechista Marine le Pen, y con el claro propósito de mantenerse en la Unión Europea

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mayo 07, 2017
Emmanuel Macron, el ´enfant terrible´ que transformará a Francia

En la primavera de este domingo de mayo, cuando los franceses apuraban el paso para ir a depositar su voto en las elecciones presidenciales, quizá llevaban en mente ese otro mayo del ya lejano 68 en que una vibrante juventud cambió la faz de este planeta. Esta vez movía a muchos el deseo de transformar a Francia bajo la égida de un joven político de 39 años capaz de romper los moldes sociales, el amante quinceañero de su profesora 25 años mayor —con quien se casó—, el estudiante brillante que henchido de poesía y literatura dejó el mundo de las letras para ser banquero, el aprendiz de filósofo colaborador de uno de los mayores pensadores contemporáneos, el que dice no estar políticamente ni a la derecha ni a la izquierda.

Emmanuel Macron es el enfant terrible que llega al Palacio del Elíseo, movido por la esperanza de cambiar a Francia y Europa liderando un movimiento político de escasos doce meses, En Marché! Con el aura de presidente humanista que cultivaron grandes como De Gaulle y Mitterrand, y llevando en su carpeta el honor de haber colaborado en un volumen de la densidad de La memoria, la historia, el olvido, del filósofo Paul Ricoeur (fallecido en 2005).

El político pragmático que ha conocido el éxito de la academia ha volado muy rápido y muy alto: es el más joven presidente de la República Francesa. Creció en una familia prestante de Amiens, ciudad del norte de Francia, capital de la antigua región de Picardía. Su padre Jean-Michel Macron, un médico neurólogo, su madre, Françoise Macron-Noguès, doctora y consejera. En el colegio de los jesuitas La Providence fue el nerd que consultaba a los profesores fuera de clase mientras salía para el Conservatorio a recibir clases de piano durante seis años. En la Universidad de París-Nanterre, donde estudió Filosofía reposa su tesis sobre Hegel. Marc Ferracci, su amigo, recuerda los años de estudiantes en la prestigiosa Sciences Po, donde solían alternar el estudio con largas conversaciones sobre política y literatura intercambiando la poesía de René Char. En tanto, se alistaba para ingresar en la Escuela Nacional de Administración (ENA),  el templo donde se preparan la crema y nata de la dirigencia francesa, con un proceso de admisión tan riguroso que personalidades como Christine Lagarde, hoy directora del FMI, no pudieron sortearlo con éxito.

A Nigeria llegó a hacer la pasantía a la Embajada de Francia, y seis años más tarde entraría la Banca Rothschild donde se encargó de la OPA de Nestlé a una filial de Pfizer por USD 9000 millones y sustanciosos dividendos. El negocio le produjo 2,9 millones de euros y la amistad con el patrón de Nestlé, Peter Brabeck. La banca no solo le dio dinero, también le abriría las puertas de la política, cuando Nicolás Sarkosy le encargó un informe sobre crecimiento económico al prestigioso economista Jacques Attali y Macron se unió a él para redactarlo. En la banca también conocería a Jean Pierre Jouvet, amigo de Francois Hollande y secretario general en el Elíseo, quien con Attali lo introdujeron en el círculo del presidente francés hace diez años. Macron tenía 29.

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El Ministerio de Economía de Francois Hollande le dio la popularidad política y el camino al Elíseo

Ese 2007 marcó no solo su llegada a la política sino la consolidación de su vida familiar. El escándalo doméstico que supuso enamorarse de su profesora de lenguaje 25 años mayor se consideró una relación intolerable en el colegio jesuita que fue escenario de los amoríos surgidos de la escritura a dos manos de una obra de teatro. De hecho, se estaban violando las propias leyes porque Emmanuel tenía tan solo 15 años. Pero la pareja se reconstruyó con el tiempo, afrontó el exilio en París impuesto por los padres de Macron y salió avante en un romance que estaba condenado al fracaso. “A través de ese vínculo intelectual nos volvimos inseparables. Luego emergió una pasión duradera”, cuenta el recién elegido presidente. Brigitte Trogneux, la maestra, relata que se vio atraída por la mente brillante de su alumno. “Me sentía trabajando con Mozart”, dijo a los medios que, durante la campaña, hicieron de esta una historia de amor. Y, en efecto, en ese 2007 sellaron el amor con una ceremonia sencilla. Ella, entonces de 54 años, lució un corto vestido blanco. Él de 29, se encargó de los discursos, y de asumir como propia la herencia de tres hijos y siete nietos. Esa modern family supone hoy una novedad en la trastienda sentimental del Elíseo. Mitterrand tenía una familia paralela en la clandestinidad. Chirac se rodeaba de favoritas. Sarkozy y Hollande cambiaron sus parejas por esposas más jóvenes (Carla Bruni, Julie Gayet) relacionadas con el mundo de la cultura y la farándula.

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Con Brigitte Trogneux ha protagonizado una historia de amor que empezó a los 15 años

Mientras construía la familia, Emmanuel Jean-Michel Frédéric Macron, hacía el tránsito a la política. Le apostó a la candidatura de Francois Hollande y participó en la elaboración de sus discursos y programa. Tras ganar las elecciones, en el 2012 el presidente lo incorporó a su gabinete y le encargó el área económica, los preparativos y las negociaciones en el G-20 y la UE. Macron dejó definitivamente la Banca por el Palacio del Elíseo.

Fue nombrado entonces secretario general adjunto de la Presidencia el 15 de mayo  ya hace cinco años, en tándem con Nicolás Revel. El ala izquierda del Partido Socialista francés se fue lanza en ristre contra su designación. “Es un error potenciar a esa clase de colaboradores”, fue el comentario de algunos senadores del mismo partido al que Macron pertenecía desde los 24 años, carnetizado y con cuota. Pero él era el que tenía la confianza de las empresas y el encargado de mantener el nexo del presidente con los grandes patronos.

Desde allí solo fue dar un pequeño salto hasta el Ministerio de Economía, Recuperación Productiva y Asuntos Digitales. La popularidad estaba tocando a la puerta cuando promovía una reforma laboral bastante liberal, y se le percibía como el enemigo de la semana laboral de 35 horas, el impuesto a la riqueza y los privilegios de una casta de políticos y economistas. El poder coqueteaba con las mieles que otorga la política. Quizá por eso Macron le apostó paralelamente a la creación de un nuevo movimiento político. Hace escasamente un año, en abril de 2016 surgió En Marché!, un nombre que coincide con sus iniciales. Las críticas volvieron a llover desde las toldas socialistas. El propio Hollande salió entonces en su defensa. “Se trata de un político que quiere hacer política”, señaló a los cuatro vientos. En agosto Macron dijo adiós a Hollande -quien había desistido de su reelección- y en noviembre se lanzó a la conquista del Elíseo.

Los cuatro vientos corrieron a su favor. Cuando arreciaban las razones para descalificarlo: demasiado joven, no tiene partido político, una candidatura volátil construida en pocos meses, se antepuso el carisma, el perfil del “no político”, y las falencias de los adversarios. Benoit Hamon, socialista sin carisma. Jean-Luc Mélenchon, demasiado a la izquierda.  Marine Le Pen, demasiado a la derecha. François Fillon, chamuscado por los escándalos de nepotismo que aireó Le Canard Enchaîné.

 

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Macron apuesta explícitamente por llenar de contenido soberano una Europa supranacional

 

Pasó entonces por la calle del medio, la del centrismo. Ese mismo agosto ya había anunciado lo que muchos sabían o habían asumido: “Lo confieso, no soy socialista”. Le llamaron entonces, el candidato ni-ni (ni de izquierda ni de derecha, ni partido ni primarias). Otros alabaron ese “centro radical” que era el dique para enfrentar al Frente nacional de Marine Le Pen que en su ascendente escalera estaba subiendo los “insumisos” de izquierda y derecha. De hecho, Macron fue el único aspirante capaz de salir del marco nacionalista definido por Le Pen y apostar explícitamente por llenar de contenido soberano una Europa supranacional. Lejos de los populismos, los nacionalismos y la xenofobia, defendió una Francia moderna, reformista, abierta, multilateral.

Y ganó la apuesta en la primera vuelta: pulverizó el bipartidismo Para la segunda, teniendo enfrente a Marine Le Pen, se mantuvo con aquello que los analistas políticos calificaron como “la habilidad de estar fuera desde dentro y estar dentro desde fuera. Superministro de un Gobierno socialista sin ser socialista. Producto genuino del sistema sin parecerlo. Significarse como una ´novedad´ inmaculada en los tiempos de la política líquida”. Razón no les faltaba. Porque su tinte populista del mesianismo, la promesa de reformar el país de arriba abajo, la telegenia, la filantropía, en su caso no contradicen su pertenencia a la esencia misma del establishment. Ni el banquero, a su conciencia social. Hasta el punto que sus discursos incorporaron el epílogo de la solidarité a los principios de la libertéégalitéfraternité. ¿Un socialista votando por un banquero?, se preguntó hace unos días el editorial de Liberation. La respuesta la dio un izquierdista radical, el exministro de Finanzas de Grecia que le mostró los dientes a la banca cuando negociaba el salvamento de su país en bancarrota. Yanis Varoufakis había encontrado en Macron el colega que impulsó a Hollande para defender a Grecia frente Ángela Merkel. Todo estaba dicho.

Hoy, después de la victoria, quizá Macron sea capaz de reformular el capitalismo global fortaleciendo a Europa frente a la melancólica búsqueda de lo perdido. Quizá entonces Francia y Europa puedan enfrentar el miedo con cierto grado de esperanza cosmopolita. Quizá ese líder sin partido sea capaz de lograr una coalición que le permita gobernar. Quizá pueda volver la primavera de la política en este mayo del 2017.

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