Muchos colombianos nos sentimos indignados cuando en 2004 los tres máximos cabecillas de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC): Salvatore Mancuso, Ramón Isaza y Ernesto Báez, tomaron asiento en el Congreso de la República y hablaron extensamente, al punto de ser aplaudidos por algunos congresistas, el entonces Gobernador de Córdoba, y otras figuras, hecho que tiempo después indignó más al país tras estallar el escándalo de la 'parapolítica'.
Pero así como muchos nos indignamos con tal nivel de suciedad en las entrañas de la política colombiana en aquel entonces, hoy el panorama no es muy distinto.
La semana pasada, el país quedó atónito con el reportaje de Noticias RCN, en el cual, tras la proposición del Senador Carlos Fernando Galán que puso en standby la aprobación del proyecto que crea el partido político de las FARC, el asunto fue rápidamente resuelto con una llamada del máximo cabecilla de las FARC, Iván Márquez, al Senador del Polo Democrático Iván Cepeda quien junto con Jairo Estrada, vocero de las FARC en Congreso y con instrucciones telefónicas de Iván Márquez acordaron con el Senador Galán acabar con dicha proposición y dar paso libre a la creación por vía constitucional del partido político de las FARC.
Y aunque sea verdaderamente preocupante que en aras de implementar el Acuerdo de La Habana, ahora las FARC cuenten con un partido político propio sujeto a prebendas especiales de las que no goza ningún partido político, la real preocupación yace en la clara injerencia de las FARC en el Congreso de la República a través de sus amigos como el Senador Cepeda quien en incontables oportunidades ha negado su relación con las FARC, y quién cada vez que es relacionado con este grupo guerrillero, ahora político, apela a "entramados" y "persecución uribista".
Sin embargo, preocupa aún más el silencio ensordecedor de otras figuras que en el pasado han denunciado la injerencia criminal en las ramas del poder público, como la Senadora Claudia López, el Senador Jorge Robledo, el Senador Jorge Iván Ospina, quienes no se han tomado un minuto para abordar esta clara injerencia de las FARC en el proceso legislativo de cara a los acuerdos, y que únicamente nos deja con un sinsabor a los colombianos al inferir razonablemente que su agenda no es realmente la persecución y la eliminación de la delincuencia y la corrupción en los poderes públicos, sino la constante reprimenda a sus adversarios políticos (Centro Democrático), y en especial al expresidente Uribe.
Pero no nos digamos mentiras, cualquier colombiano debe sentirse indignado y rechazar de tajo cualquier tipo de injerencia corrupta y criminal en cualquiera de nuestras instituciones, que ha sido en últimas, el verdadero cáncer que ha exacerbado el conflicto interno en nuestro país, y la razón única de las divisiones y la polarización que nos mantiene en constantes ciclos de violencia.
Esta injerencia cínica y descarada de las FARC a través del Senador Iván Cepeda debe ser objeto de rechazo desde todas las aristas políticas, izquierda, centro y derecha, máxime si se tiene en cuenta que a la fecha, las FARC continúan incumpliendo un sinnúmero de compromisos derivados del Acuerdo de La Habana entregando apenas un puñado de caletas de armas y solo 73 de los 11.000 menores reclutados.
La indulgencia y el cinismo del senador Cepeda y demás congresistas han llevado a que las FARC —quienes por cierto, aún no pueden ejercer legítimamente en política— permeeen nuestras instituciones. Esto es un hecho que nada tiene que envidiarle a la parapolítica. Así que, como colombianos es nuestro deber y nuestra responsabilidad expresar todo nuestro rechazo a estos ciclos de corrupción que parecen interminables.