El feminicidio y cualquier otro acto de violencia contra la mujer, es uno de los sucesos más reprochable y condenable en la actualidad de nuestro país. Es triste conocer historias a diario de mujeres violentadas generalmente por su pareja, y que en el peor de los casos, la víctima termina siendo una niña indefensa como Yuliana. Un hecho cobarde que condeno con total repudio.
No estoy en contra de la lucha del poder femenino en la sociedad, ni quiero ser tildado de misógino. Pero sí quiero criticar las atribuciones despectivas que se han venido tomando por el simple hecho de ser mujeres. Algunos actos con actitudes desdeñosas, inclusive con su mismo género, me llevan a criticar esta extraña pero comprensible forma de comportamiento que han adoptado algunas mujeres.
Un día mientras me dirigía a mi casa en el transporte público, en las sillas de color azul iban dos mujeres jóvenes platicando de sus exámenes en la universidad. Todo iba normal hasta que se subió una señora en estado de embarazo y el autobús no tenía asientos libres. Las dos jóvenes solo se limitaron a mirar por la ventana para esquivar el civismo ciudadano y esperaron más bien a que otra persona cediera el puesto. Como era de suponerse, un hombre que se encontraba en la última parte del autobús le cedió la silla a la futura mamá.
Claro, podrán decir que es un caso de civismo. Pero, ¿ni siquiera con su mismo género?
Este caso me recordó el sucedido en Bogotá en el año 2015, de una mujer que iba en un articulado de TransMilenio y en una de las sillas llevaba sentada su mascota, impidiendo que un señor de la tercera edad se sentara en ella. Yo me pregunto, ¿será que simplemente por ser una mujer que vive en una sociedad donde indudablemente las agreden, se han ganado el derecho de pasar por encima de los demás? Señora, bájese de ese bus.
Son casos particulares pero que han venido creciendo exponencialmente a tal punto que ahora en el concejo de Bogotá, se aprobó una iniciativa para que las sillas rojas de los TransMilenios sean de uso exclusivo para las mujeres. No les gusta el adjetivo calificativo de ‘sexo débil’, pero a la hora de lloriquear para buscar una visibilización a los codazos, se les olvida esa consigna de una igualdad de género.
Tal parece que los papeles se han intercambiado, puesto que las mujeres asumen comportamientos machistas y los hombres adoptamos una postura más subjetiva a favor de ellas. No es cosa de mujeres, es cosa de una sociedad. La inclusión debe ser total e igual, el enemigo no somos nosotros.
Es un tema espinoso que tiene mucha tela para cortar. El maltrato, las violaciones, humillaciones, desprestigio, abusos y toda clase de violencia contra la mujer serán usados para argumentar una contra tesis; yo como hombre condeno y rechazo estos sucesos, pero eso no quiere decir que se tomen atribuciones de hacer lo que quieran y pasar por encima de todos porque simplemente ‘merecen’ un trato diferente.
Todos tenemos los mismos derechos. Que su lucha no se convierta en una conveniencia para ganarse el respeto de los hombres por lástima y que más bien trabajemos conjuntamente para crear una verdadera inclusión de género, donde hombres y mujeres sean tratados por igual.