El rock, esa maldita música del diablo

El rock, esa maldita música del diablo

Este es el prólogo de Like a Rolling Stone, la compilación de perfiles de rock que se lanza en la Filbo

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abril 30, 2017
El rock, esa maldita música del diablo

Hay un momento de la noche en que el grupo de amigos se vuelve el grupo de rock stars. Riffs, arpegios, golpes a la batería, gestos rebeldes y anécdotas poco fiables van y vienen. Así como van y vienen las copas y los cigarrillos.

La realidad vuelve con su inclemencia y entonces atrás quedan los excesos de Keith Richards, la sanguinaria faena de Ozzy, el raye de Sid Vicious, las aventuras con las más arriesgadas groupies. Highway to hell, chicos. No hay que decirse mentiras, baste con verlos, podrán usar camisetas estampadas, chaquetas de cuero, hacer rugir la imitación de la Harley; podrán tener el pelo largo, la mirada perdida, lanzar veneno en sus comentarios, pero ninguno lo logró: no eres, no soy, estrella de rock.

Pero con todo y lo malo, hay algo de consuelo. Al menos las letras sirven para crear. Bueno, no el magnum opus (aunque vaya uno a saber), pero para algo debe servir. Tal vez no sea para conquistar las más bellas chicas, de ser así nadie perdería el tiempo en los bares más oscuros, con tres o cuatro en igual o peor condición que uno.

Pero para algo, para algo, insisto, sirven esas faenas de beodos con nostalgia rocanrolera. ¿Para qué? Vaya, por poner un insignificante ejemplo: para un libro como el que el lector tiene en manos.

Perfiles, anécdotas, apologías, contextos, de los artistas y/o bandas que hacen parte de la lista de reproducción de un grupo de plumas cuyo placer por el género los reúne.

Artículos para el goce y el deleite, ágiles en su prosa, y un tanto -las razones saltan a la vista- hagiográficas en su contenido. Advertencia: sin ínfulas de sapiencia, ni de melomanía. Simplemente, divertimento.

No estará presente el análisis del registro vocal de Robert Plant, pero en cambio sí los elementos que configuraron el surgimiento de los Sex Pistols y lo crudas y verdaderas que son las composiciones de Johnny Rotten.

Experiencias personales, como lo que significaba tener un LP en los ochenta en Medellín y el viaje de la nave espacial, con UFO como conductor de vuelo.

Y cosas que se saben, como lo imprescindible que fue Freddie Mercury para Queen. Y las incesantes peleas de los hermanos Gallagher y el posible regreso de Oasis.  ¿Noel demostró ser más grande que Liam? El sheriff y el showman, en cualquiera de los casos, son un necesario e imprescindible complemento.

Pero antes de antes del britpop, el grunge de Nirvana era el género de más adeptos. De Kurt Cobain se ha dicho mucho, en cambio del baterista y hoy líder de Foo Fighters, Dave Grohl, no tanto. De su paso por Scream y Nirvana, del suicidio de su amigo Kobain, de un sueño que marcó un antes y un después. Del sueño de Dave.

Y la relación que hay entre música y literatura, lo cercana que está la canción al poema y el poema a la canción, como si no fuera obvio, dado que se trata de sonido (¡eufonía!), con las desgarradoras letras de Leonard Cohen y las ironías de Sabina.

Las influencias de Jim Morrison en sus canciones, las tendencias narrativas de sus letras, su cercanía con las tribus urbanas; lo que hizo ‘El rey lagarto’ con los inolvidables The Doors.

Sixto Rodríguez y su novelesca historia de anonimato en América y fama en Sudáfrica. La historia de Sugar Man y lo que revisten sus letras.

Y las mutaciones del hoy premio Nobel de literatura: Bob Dylan, quien pasó del folk de protesta a estrella mediática. Un análisis sesudo del virtuosismo de sus composiciones, del rey de la indignación general y el arte decepcionar a todo el mundo. El contraste entre vítores y abucheos.

(Fe de errata: es posible que el libro no esté en sentido aleatorio, como en cambio lo está el prólogo. (Ay, el licor). No, no lo estará, pues para darle el orden que no tiene este telonero el libro está dividido en: Las primeras majestades, Los príncipes malditos, En español universal y un bonus track para chuparse los dedos).

Vuelvo. Cuenta la leyenda que cuando le preguntaron al dios Eric Clapton qué se sentía ser el mejor guitarrista, él no dudó en responder: “No sé, pregúntenle a Prince”.   Pues bien, hay que ser muy grande para que un monstruo como Clapton profiera ese elogio. O hay que entender la genialidad de Prince, el chico que parecía extrovertido, pero que en realidad era tímido. Un genio que nació y trabajo por y para la música.

Y si de genios se trata, cómo no recordar al negro de Seattle, cuya primera guitarra fue una escoba. El mismo que un 21 de septiembre de 1996, hizo historia en el London Polytechnic de Inglaterra, cuando le pidió a Clapton (¡dios!) y su grupo Cream que lo dejaran tocar. “God is dead”, exclamaban, atónitos, los asistentes. Hendrix lo mató.

Así es, Jimmy y su transcurrir como outclass antes de los escenarios.

Starman:  el poliédrico David Bowie. Su multiplicidad de personalidades, su renovado y clásico sonido. Una estrella que sabía asumirse y que, haciendo gala de Shakespeare, tenía claro que el mundo es un escenario y los seres humanos sus actores.

Por supuesto, no podíamos dejar de lado dos íconos del rock en español. Se trata de Charly García y su infinita irreverencia, sus desvaríos y los truenos de sus letras.

Y Carlos el Indio Solari, el ícono de la contracultura y la sicodélica izquierda, un viaje in situ de lo que significa estar en La Misa India, y algo que recuerde su paso por Patricio Rey y los Redonditos de Ricota.

Más atrás, dije algo sobre Sabina, el cantante que compone de la misma forma que fuma y despide humo.

Finalmente, porque antes de irse los artistas tocan otra, un divertido cuento sobre el mítico y generacional concierto en Woodstock. Relato que hará que las nuevas generaciones sean seducidas por el sudor y la energía que se desplegó en el mismo.

En fin, la noche continúa, la ebriedad y la oquedad, no es gratis la rima, y entonces de tanta tontería llega un momento de inusitada lucidez. Un borracho (que no tiene dinero para gastar la ronda pero es el que más insiste en que “tomemos otra”), propone:

-Ve, ¿y si hacemos un libro contando eso?

Se lo dije, señor agente, algo de consuelo...

Y sin más preámbulo: el libro es suyo.

Jaír Villano
Compilador del libro

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