Venezuela está partida. Más allá de Maduro y la dirigencia chavista, de los líderes de la oposición y de la forma en que se resuelva la crisis, hay un pasivo que tardará muchos años en pagarse: el odio entre venezolanos. Las disputas llegan a las familias, como la de los Díaz, la del maestro Simón, en las que hay chavistas y opositores.
¿Cómo reconstruir un país en tales condiciones?
Hasta el viernes pasado, veintidós muertos en lo que va de abril en las manifestaciones multitudinarias convocadas por la oposición, asediada en los escenarios de representación institucional y en las calles. Atorada en la Asamblea Nacional, después de barrer en las elecciones de diciembre del 2015, la oposición no tiene otra alternativa que manifestarse como lo está haciendo.
Dos lenguajes que no permiten mínimos diálogos y un gobierno que califica a los manifestantes de vándalos y terroristas. La publicidad oficial, suprimida la de oposición, parece de otro mundo. Fotos contrapuestas: de un lado, avenidas atiborradas de partidarios del gobierno con camisas rojas: “el pueblo revolucionario de Venezuela ha desbordado las calles para defender la Patria”, ilustra el trino de Maduro después de las manifestaciones del miércoles. De otro, la imagen de la escuálida presencia de manifestantes de la oposición. Apabullante contraste gráfico, de modo que, para el oficialismo, se trata de una conspiración de unos pocos contra los más. Injerencia mercenaria, terroristas y fascistas de derecha, son algunos de los términos oficiales para designar a los marchantes.
Qué locura la estrategia del avestruz del gobierno de Maduro, la de pretender ocultar el desastre atribuyéndolo a las conspiraciones.
Por fortuna, todo se sabe gracias a la revolución digital, que también cobra sus dividendos a los cercos informativos para que accedamos a lo que realmente pasa en las calles de las ciudades venezolanas. Gracias a aplicativos como Periscope, que permiten ver en directo el drama que ocurre y, en fin, a la posibilidad de enviar información gráfica y en videos por las redes sociales se conoce la violencia y la brutal represión del oficialismo, propia de gobiernos dictatoriales.
Sin embargo, nadie ha atinado en sus pronósticos. Hace rato, al caer los precios internacionales del petróleo, se hablaba de implosión. Desabastecimiento en alza, la mayor inflación del mundo, el PIB en rojo creciente, empobrecimiento, parecían conducir, de manera rápida, a que los gobernantes tiraran la toalla. Y nada.
Maduro y el chavismo perdieron las elecciones del 2014.
Sin embargo, cuentan aún, pese al drama económico,
con una masa crítica de apoyo que la oposición no ha logrado seducir
Maduro y el chavismo perdieron las elecciones del 2014. Sin embargo, cuentan aún, pese al drama económico, con una masa crítica de apoyo que la oposición no ha logrado seducir. Si la estrategia del gobierno es la de enfrentar venezolanos, solo se puede esperar que el número de muertos siga aumentando.
El asunto no se puede reducir, mecánicamente, al cliché de la lucha de clases entre pobres, clase media acomodada y ricos. Pueden hallarse disputas aún dentro de una misma familia.
Pensé en estos días en Simón Díaz, fallecido en el 2014, el hombre de Caballo viejo, el de “yo vide una garza mora dándole combate a un río …” y tantas otras hermosuras. A un coloso como el tío Simón lo han querido manosear todos los gobiernos, incluidos los de Chávez y Maduro y los anteriores. Él, por su parte, siempre fue muy prudente en las afiliaciones políticas. Sin embargo, su hermano, un famoso comediante y actor, Joselo Díaz, que murió en el 2013, sí era un radical y explícito chavista, despectivo de la oposición. Sobre María Corina Machado, dijo una vez: “… no la veo sino desfilando trajes. Le falta la musiquita de fondo del Miss Venezuela…” Se dice que las relaciones entre los dos hermanos estaban resquebrajadas.
Pues bien, en la familia de artistas de los Díaz no hubo acuerdo. La hija preferida de Simón Díaz, Bettsimar, que tiene un programa famoso de música en Globovisión, Cuando las ganas se juntan, está hace rato en la oposición y desde Twitter promueve la protesta pacífica contra Maduro. La bronca con el chavismo es, desde luego, es recíproca.
El cuento va mas allá del simple esquema de lucha de clases, el que el gobierno de Maduro pretende vender. La oposición tiene que construir una narrativa sincera, que incluya a muchos de aquellos que aún salen a manifestar por Maduro, con propuestas incluyentes y democráticas. Si no contribuye a tumbar el odio, Venezuela no tendrá salida.