Este es un realidad un libro extraño. Representa más de una década de trabajo gráfico de su autor, y su laboratorio primordial fue una clínica en la que este dibujante padeció la larga convalecencia de un accidente de automóvil, que le sirvió para convertir las horas sin tiempo de espera y reposo en la empresa creativa de orden gráfico más alucinante a la que nos hayamos podido asomar en un artista del Caribe colombiano.
Algún glosista dice de este libro de Samuel Minski, titulado provocadoramente El jardín de las lenguas caídas, que es la prueba del alto calibre de su imaginación expresado en un estilo propio. Y lo sitúa como “el más silencioso de los grandes grafistas de la generación de los años 60 al lado de nombres como los de Humberto Giangrandi, Dioscórides Pérez, Eduardo Santa, Álvaro Barrios y Guillermo Ardila, entre otros”.
Otros datos nos dicen que “estudió grabado sobre metal en la Universidad Nacional de Colombia y que fue asistente de serigrafía artística en la misma universidad; que es fotógrafo desde los doce años y fundador de fotoclubes en algunas de las universidades en las que estudió, habiendo realizado exposiciones de sus fotografías en algunos países que ha visitado alrededor del mundo”. Hoy sabemos que está dedicado a las publicaciones de investigación cultural en el Caribe colombiano y que es uno de los más importantes animadores culturales del jazz en el país, a través del Festival Internacional de Jazz de Barranquilla, Barranquijazz.
Pero hablando de su obra gráfica recogida en este libro, tenemos que decir que es asombroso y terrible, por decir lo menos, lo que resulta a los ojos de cualquier espectador-lector este libro doblemente fenomenal. Por una parte, en su sentido literal, porque contiene un mundo lleno de figuras alteradas en su forma y sus funciones; y por otra, porque como idea, como proyecto, como empresa creativa representa un sentido descomunal del dibujo en términos de superabundancia de signos producidos en función de una narración de largo aliento que está a mucha distancia cualitativa y conceptual del ejercicio de la simple viñeta o de la caricatura.
Es este un universo monstruoso tanto en su totalidad como en el detalle, y en la concepción apabullante y meticulosa del dibujo, habitado por una fauna que pareciera irrespetarlo todo (el sexo, la religión, la belleza, el poder, la figura, la línea, la música, la muerte, el deterioro), con una mueca o carcajada que es casi siempre mofa y perrateo; es decir, burla irreverente, humor desopilante. Un texto de apretada escritura dibujística, al mismo tiempo expresivo y sugerente, en el que varias cosas están absolutamente claras. Una lenta mirada de paso y repaso nos podría permitir encontrar en El jardín de las lenguas caídas, entre otras cosas, lo siguiente:
- La abigarrada imaginería surreal de un humor negro gótico y cruel en la que, encadenados en una sucesión interminable y autogenerativa de líneas y de imágenes, todo tipo de seres y cosas se encuentran animados permanentemente en un movimiento visual que intenta tal vez representar el fluir libre y desatado del acto de imaginar, volcado o traducido en este caso al lenguaje de un dibujo cáustico muy particular.
- El mundo deforme que nos entrega esta plumilla de Samuel Minski no deja dudas en su intento desacralizador de la armonía y el orden, armando un caos crítico que le funciona bien para ponerlo todo en tela de juicio y desestabilizarlo.
- Hay una dimensión carnavalesca que se expresa no solo en el expediente de la exageración y de la burla, sino en la presentación de una gran comparsa amontonada, apocalíptica casi, en la que cada figura, al mismo tiempo visible y oculta en la maraña, ejecuta o encarna un ademán alterador de su forma, de su imagen o de una idea. Un algo carnavalesco que, entre otras cosas, no alude anecdóticamente para nada y en ningún momento a la gran fiesta de la desmesura en Barranquilla, pero que sin duda parece ser una influencia sabia y culturalmente decantada.
- La decisión de superar el gesto aislado del dibujo para asumir la clara intención de crear un continuo de sentido, un relato capitular, en el que, si bien hay algunos ejes temáticos episódicos reconocibles, falsamente anunciados por intertítulos llenos de alusiones, parodias y claves secretas, es claro que funciona predominantemente un sentido narrativo progresivo y sostenido que le dan al libro la sensación de un todo orgánico que va sucediendo.
Este es entonces un libro sin texto, sin palabras, de solo dibujos, salvo tres aproximaciones teóricas que quieren acercarse a una exploración de sus sentidos. Un libro para ver-leer despacio y con cuidado porque nos muestra una engañosa apariencia de “mamadera de gallo” que puede dejarnos fácilmente por fuera del juego de sus muchos otros significados. Un libro extraño pero fascinante.