Ser mujer sigue siendo un riesgo en Colombia, un país donde el sistema patriarcal naturaliza la violencia contra las mujeres. Durante el primer trimestre de este año, según la Fiscalía General de la Nación se han presentado 52 feminicidios, ¿pero esto a qué se debe? Hacemos parte de un país donde los hombres han sido educados bajo la concepción de ser dueños de nuestras vidas, donde la agenda pública da prioridad a otros temas como la guerra, y donde las medidas tomadas por el Estado para la protección de las mujeres no son suficientes.
Ninguna de nosotras está exenta de llegar a ser Carolina Cuartas, Paulina Tascón, Oneis María Pérez y hasta Claudia Rodríguez, víctimas mortales de sus compañeros sentimentales. Como ellas han sido 25 las mujeres asesinadas este año por sus parejas o exparejas. Muertes violentas precedidas por amenazas en contra de su integridad personal, sexual o afectiva, que no han contado con las acciones estatales necesarias para prevenirlas.
Parece que todo es una cuestión de propiedad donde la mujer es ese objeto de deseo que si no es de él, no es de nadie. Es común escuchar historias de mujeres que se ven obligadas a huir de sus agresores, dado que la violencia hacia ellas puede causarles la muerte. Pero esto no vale de nada, los moribundos gastan todas sus fuerzas y hasta su dinero para encontrarlas, y cuando lo hacen, las intimidan, las golpean e incluso hasta las asesinan.
Qué indignante realidad es esta, donde amar se ha convertido en un flagelo. En las relaciones de poder nosotras cumplimos el rol de subordinación y ellos son quienes ejercen toda la autoridad sobre lo que hacemos, llegando en ocasiones a extremos de maltrato, violación, control, humillación y colonización de nuestro cuerpo, apropiándose de nuestra libertad, amor y autonomía, pero nosotras lo vemos tan oriundo que dejamos que eso suceda.
Pero que se espera si es el estado cultural el que sustenta todavía las concepciones de lo femenino y lo masculino, el que enseña que las mujeres deben capacitarse para casarse, atender su hogar y su trabajo, si es que lo tiene, mientras los hombres son de negocios y no están hechos para esas cosas. Es ilógico pensar que aun en el siglo XXI esta violencia sea tan naturalizada hasta por nosotras mismas, y cuando reaccionamos y decidimos denunciar, las autoridades no hacen lo necesario para salvar nuestras vidas.
El feminicidio se ha convertido en una epidemia nacional, el último eslabón de una violencia contra la mujer donde el amor tiene un concepto feudo y múltiples significados que finalmente terminan en la muerte.