En medio de la celebración de la Semana Santa en Colombia y los constantes debates que se generan en torno a la postura de los creyentes con respecto a las problemáticas sociales, es preciso reflexionar sobre la conocida frase de Thomas Jefferson: "Wall of separation of church and state”, la cual traduce "el muro que separa la Iglesia y el Estado". Esta ha servido como base para quitarle a la Iglesia un espacio en todo lo que tiene que ver con la participación en el Estado, y a su vez ha servido para quitarle mérito a la opinión de los cristianos en aspectos político-sociales.
Esta afirmación de Thomas Jefferson fue creada para darle, en su momento, a la Iglesia Bautista la seguridad de que se le iban a respetar sus derechos y su libertad de culto, por medio del Estado laico. Sin embargo, al día de hoy ha sido mal utilizada a favor del Estado y de las minorías para estigmatizar todos los principios cristianos conservadores en los que se ha construido un país como Colombia, en busca de principios liberalistas con premisas de tolerancia, respeto e integración.
Poco a poco, Colombia ha dejado atrás todo lo que identifica a esta nación. Y aunque el Estado no lo quiera reconocer, más del 80% de la sociedad colombiana ha crecido bajo fundamentos religiosos. Como prueba de ello, pasan los años y la Semana Santa sigue sin ser una fecha más del calendario, por el contrario, es el momento en el que todos como nación buscamos a Dios y en él ponemos todos nuestros sueños, metas, compromisos y bendiciones.
El nombre de Dios no puede ser utilizado solo para momentos jurídicos o para la Constitución. Estigmatizar a un cristiano por su estilo de vida, por su creencia o por su fe, es ir en contravía de nuestra misma cultura; porque son estos principios los que han fundamentado la base de esta nación. Prueba de ello, los juramentos se hacen sobre una Biblia, y en las posesiones de cargos públicos o incluso a la hora de dar un testimonio ciudadano en un juzgado se jura a Dios.
Pese a que muchos quieren dejar atrás estos principios e ir en búsqueda de un liberalismo que plantea cambiar la sociedad, no se puede negar lo que somos y de donde venimos. La sociedad ve a los cristianos como "los malos", sin reconocer que están defendiendo ese legado y esos principios que nos han hecho como nación. Colombia no es un país pro-aborto, no es un país con ideología de genero, no es un país de nuevos "estilos de familia". Por el contrario, es un país pro-vida, en donde los hijos nacen de un hombre y una mujer, niño o niña, con una sexualidad definida y en el que el núcleo es la familia.
Cabe resaltar que, el problema, si así podemos llamarlo, no son los hombres o mujeres de la comunidad LGTBI (lesbianas, gays, bisexuales, transgénero e intersexuales) y sus nuevos estilos y formas de vida; el problema es que los poderes del Estado no buscan la forma de que en un país democrático no se favorezca a los unos o a los otros, en lugar de encontrar la manera de que prevalezca el bien común.
No se puede desconocer que en medio de ese juego, favoreciendo algunos intereses particulares, se han vulnerado derechos. A tal medida que el núcleo fundamental de un Estado, que es la familia, ha dejado de ser el que plantea la Constitución de este país en el artículo 42 (La familia es el núcleo fundamental de la sociedad. Se constituye por vínculos naturales o jurídicos, por la decisión libre de un hombre y una mujer de contraer matrimonio o por la voluntad responsable de conformarla).
De tal manera, prácticamente podemos afirmar que en Colombia se ha incumplido el ultimo parágrafo de este artículo, en la parte en donde se estipula que el Estado y la sociedad garantizan la protección integral de la familia; puesto que no se le ha hecho participe a la sociedad sí está de acuerdo con los fallos de la corte en torno a estos temas y sí está de acuerdo democráticamente con los cambios que proponen un nuevo modelo de familia.
Es por esto que tenemos que entender que esta pelea no es contra humanos, es decir, en este caso, entre los que piensan diferente; sino contra los poderes de un Estado que no han encontrado la forma adecuada para garantizarle a sus ciudadanos el respeto de los principios básicos de una sociedad, que en el caso de Colombia, día a día ha sido fracturada por la constante disputa que se originado en busca de respetar los principios y derechos del otro.