Era un muchacho muy entregado a su causa que tenía un marranito de cerámica en donde echaba cada moneda que le regalaban su madre o sus tías. La idea era llenarlo para después reventarlo y mandarles lo ahorrado a las guerrillas que rodeaban la ciudad. Era un joven muy disciplinado que se levantaba todos los días a las cuatro de la mañana y abría sobre la mesa recién pulida El Capital de Marx en alemán, pero no había pasado los avatares de la revolución industrial cuando su cabeza, sofocada por el sueño, se dejaba caer sobre la madera limpia; allí lo encontraba su madre, privado por el sueño de los justos, y con sus frágiles brazos de viejita lo subía hasta el segundo piso en donde dormía plácidamente hasta las dos de la tarde.
Al levantarse en un charco de sudor y babas, el joven sentía en la boca del estómago la punzada fatal de la náusea. Había tardes cuando el remordimiento era tan fuerte que lo hacía retorcerse del dolor y entonces, para calmarse, pensaba en que el hombre contemporáneo tenía que cargar sobre su espalda el peso que dejaba el absurdo de la vida y sumergido en sus ensoñaciones, con la resolución de los titanes que cambian el mundo, encendía su computador portátil y abría su trinchera, el lugar desde donde desplegaba sus ideas de cambio, el lugar donde se formaba el huracán que arrasaría con el régimen imperante: su perfil de Facebook.
Aprovechando las ventanas que le abrían las redes sociales, el joven mamerto desplegaba su arsenal. Primero pensaba en una frase demoledora, una buena frase para poner de rodillas a General Motors, que tal “Los días apestosos del cochino capitalismo están contados” o “Mi nombre es Unerocono y a todos esos sucios capitalistas yo le partí los dientes” y sobre su viejo cuaderno Peluche de Norma iba poniendo las frases y luego, con el rigor que solo tienen los grandes escritores, iba quitando adjetivos de sus frases así que de ella solo quedaba la maldita palabra: Capitalismo. Frustrado pero no vencido pensaba sobre las ventajas que le traería a un país como Colombia un régimen donde el pueblo fuera el que mandara. Se alcanzaba a visualizar con una boina en la cabeza y un puro en su mano retorciéndose de pasión al decir el más enfebrecido discurso, ya podía ver como las palabras retumbaban de su boca y como las jóvenes y atractivas comunistas comentaban en los baños públicos el maravilloso discurso que había titulado el atractivo y siempre joven líder mamerto.
Los ojos se ponían en blanco, era la hora de las epifanías, a su mente descendió un título para bautizar su manifiesto: Concepciones ideologizantes para una teoría de estado en el arte de ordeñar vacas reduciendo al mínimo el dolor que puede sentir el semoviente al ser cercenado su usufructo neologizante. Podía vislumbrar con sus ojos de profeta la fila de jóvenes integrantes del partido pidiéndole que les firmara su libro. El sueño se disolvía al notar lo tenso que se ponía de la cintura para abajo y, como el hombre no puede igualar en rendimiento a la máquina, decidía tomarse un descanso en sus eternos pensamientos elevados y pasarse un momento por el placer culposo que le brindaba Youjizz.
Después de tres horas de arduas decisiones abandona las delicias de la página porno para centrarse en el trabajo. Desde su perfil abrirá varios frentes para reanudar la lucha sandinista. Evoca una égloga para Nicaragua y su glorioso presidente, piensa en la fuerza de su poeta preferido, Silvio Rodríguez, en la maravillosa verdad que encerraban sus canciones Sepa que en Nicaragua otra bola con sebo, en lo feliz que debe estar en Managua la gente al sentirse protegida por el eterno comandante Daniel Ortega mientras en su lecho de dictador el sandinista recuerda lo suave que era la piel de su pequeña hijastra. Tierra de poetas es Nicaragua, Cardenal, Rubén Darío y Rosario Murillo. Al joven mamerto no le importaría estar un año allá siendo consumido por los zancudos y violado por la guardia presidencial. Un Viva Sandino podría ser un maravilloso estado para su Facebook.
Mientras tanto sube una pregunta que les haría Jrushev a los trabajadores sobre su tiempo libre, pega en su muro unas cuantas canciones de Alí Primera y Víctor Jara y sobre todo convoca. El joven mamerto no para de convocar. Organizaciones pro derechos humanos, amigos de la zoofilia, necrófilos, su ala es inmensa, tan grande como la Plaza Roja y en ella caben todas las minorías posibles.
Al joven mamerto no le caben dudas de que las nuevas tecnologías serán sus aliadas para la nueva revolución, la que por fin dejará implantado al Hombre Nuevo que tanto preconizó el Che. Solo es cuestión de días, no se pueden dar más prórrogas. Hoy ha agregado a su amigo número 80, todos idealistas puros, desempleados incondicionales, todos pensando lo mismo que él: “Fueron 12 los que sobrevivieron al naufragio del Granma —piensa el joven mamerto ya convertido en el Hombre Nuevo—. Y fueron suficientes para derrocar a Batista y su parasitario régimen, con 100 destruiremos para siempre la influencia del imperio yanqui en nuestro continente”, dice el muchacho mientras un bostezo profundo le desfigura la cara. Por hoy ha sido suficiente trabajo, lo mejor es descansar. Mañana es un nuevo día de lucha, de mañana en ocho días cumplirá cuarenta años. Está esperanzado con la promesa de su madre: si ella deja de encontrar paticas de bareta en las materas le regalará un viaje a Cuba en un resort cinco estrellas, y sí joven mamerto, lo mejor es que te cuides, que te disciplines, si quieres copiar el modelo de un país lo mejor es conocerlo primero.
La revolución, querido muchacho, está en marcha. Qué tiemblen los oligarcas y los corruptos porque los días del porno blando van llegando a su fin.