Sucre tiene un paraíso en el hechizo que sus hijos políticos hacen con los dineros públicos. Bien así podría cambiarse la primera estrofa de su cincuentenario himno y casi nadie intentaría protestar porque es un apego estricto a la realidad.
Pero esta vez no vale la pena “llover sobre lo mojado” y prefiero dejar que cada uno de sus hijos “los que se creen águilas caudales y no caterva de vencejos”, sean los que terminen por rescatar del fango y la locura al Departamento.
Esta vez prefiero el extravío y el éxtasis entre la estética del dolor y la admiración por la alegría que produce una estética del dolor, cuando estamos al frente de las obras recientes del maestro plástico Juan Carlos Ibáñez Torres (Carmen de Bolívar, 1963).
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Nómada Cenú
Una mirada a la Memoria recoge la última propuesta de Ibáñez Torres y diría que son miles de miradas las que se conjugan en su maravillosa expresión del dolor y la esperanza atravesada por la espina del conflicto armado, en una garganta de fragilidad y de llanto interminable por los que se fueron de manera violenta y los que presenciamos el martirio.
A lo largo de quince (15) propuestas estéticas se goza con una magia en el tratamiento del color Caribe nuestro, pero tan universal en su forma de llegar al espectador y al mundo. Trazos fuertes, constantes y con cierta rabia por el dolor en el que se inspiran sus nómadas de la geografía de la violencia en el mapa del desarraigo sucreño: de la Mojana, Ovejas, San Onofre, el exilio, Colosó y de los Cenues.
Hay en Ibáñez Torres y en Una mirada a la Memoria una carga de sensibilidad estética frente a lo que la barbarie nos dejó de manera imborrable, pero también un grito de alegría por celebrar la vida y las lágrimas que brotan cuando se sabe vivo por otro tiempo.
Los rostros que Ibáñez Torres crea y recrea entre nómadas y poetas, entre niños y miradas y de noches que deambulan entre “Macaján y El Roble”, entre los Montes de María y las viejas tierras de Mexión; son expresiones y miradas nubladas por el llanto y la lluvia; por el dolor y la pérdida de fe en la humanidad que algún día retornará a su oxímoron infinito.
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Nómada
Nuestros artistas y creadores están aquí en la comarca de las sabanas del Caribe, de frente al mar y en medio del dolor de los Montes de María. Ellos huelen y saben a lo que la tierra fecunda y de eso viene la carga de sus obras: Ibáñez Torres lo sabe, y por eso, se empecina y obstina con presentarle al mundo, desde acá hasta Nueva York; toda la furia desatada por el huracán de saberse inmortal y prolífico.
En Una mirada a la Memoria” están los ojos del exilio, de los Cenues y de los nómadas que la fuerza de la violencia los hizo recorrer una geografía de hambre, el despojo y la indiferencia; son ojos tristes pero acuciosos; ojos cerrados para no ver la indolencia; ojos abiertos para gritar la injusticia; ojos que dicen con su color profundo y sus contornos precisos, que la firmeza frente a los violentos fue la coraza de dignidad que se enfrentó a las balas asesinas.
Quizá Ibáñez Torres al introducir en Una mirada a la Memoria a dos Poetas, uno con cielo azul y otro de los Montes de María; dejó para la posteridad a dos testigos de la barbarie y que sean ellos, quienes relaten en el mar de la palabra las cosas que presenciaron y el dolor que significa la lectura de la muerte y la violencia desde la poesía. Son su instrumento de fe. Son sus chivos expiatorios para acusar ante cualquier difamación del arte que denuncia y conmueve; el arte como promesa de no al silencio; el arte como caja de resonancia de los callados y marginados. El arte para aquellos que les borraron la memoria.
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Poeta con cielo azul
Celebremos entonces ese canto a la humanidad –que tanto nos decepciona- con los trazos y composiciones armónicas y dolorosas, alegres y reivindicativas de Una mirada a la Memoria que nos trae en estos tiempos de acuerdos y desacuerdos, el artista plástico, el pintor y el hermano de esta comarca Juan Carlos Ibáñez Torres. ¡Que viva la vida hecha arte!
Coda: Mi otro hermano Álvaro Alvear dice entre líneas tímidas que la propuesta de Ibáñez Torres encierra “desde algún lugar, seres color arena, de cielo y universo, de mirada cálida y alforja cargada de dolores de la tierra, emiten un latido, una brisa, un eco de constelación.”