A las 6 de la tarde entró un murciélago, y de atrás hacia delante, voló hasta donde Pepe y dibujó una aureola en su cabeza. Que gran nota de periodismo hubiera sido si lo hubiera mordido. Así a alguien le hubiera importado la conferencia.
Yo, que lo admiro, no me imagino leyendo un artículo que recoja sus mensajes. Qué pereza. Creo que vale la pena es verlo o escucharlo, pero enfrentar a un ídolo es difícil. Casi todo lo que dice puede jugar en su contra, porque nunca nadie está a la par de la imagen que proyecta. Y ver a Pepe Mujica hablando de lucha, de esperanza y de fraternidad, junto a Ernesto Samper, fue uno de esos momentos. ¿Qué hace uno de los pocos faros que quedan hablando junto a la personificación de lo más rancio de la élite y la corrupción?
Quiero creer que es su manera de llevar su mensaje (así, al mejor estilo cristiano) a la mayor cantidad de gente posible. Es una estrella de rock. Nada más que decir. La gente se apiñaba frente a la tarima, sin importarles que de atrás les gritaran a los que acababan de tapar la vista. Algunos grabaron o emitieron en vivo toda la charla. Y es aún más impactante ver como recoge de todo: la institucionalidad, a los grandes cacaos, a los mamertos, a los de izquierda radical, y claro, cómo no, a los corruptos.
Maurice Armitage lo recibió en la puerta del avión; Luis Fernando Lenis, distribuidor de Mercedes y Chrysler en Cali, lo vio (o vio el celular) desde primera fila; más de 200 pelados de universidades públicas gritaron cada vez que decía algo que ver con distribución económica; un rancio de esos de la época de la Unión Soviética intentó corchar a Pepe cuestionando su blandura; pero la joya de la corona siguen siendo Samper y Dilian, quien fue y feliz posó con Pepe sosteniendo un libro. Cómo será que la cuenta de Twitter por algo ni la mencionó…
Pero por algo es. Cuando uno empieza a ponerlo en mute, cuando uno empieza a sentir que hay ya mucho show, suelta frases que ponen los pelos de punta. “En un continente como el nuestro, luchas contra la desigualdad es una razón de vida”, y se acuerda uno de la cantidad de líderes asesinados que cada día protestan contra el hambre. “Compañeros jóvenes, de verdad procuren ser mejor que lo que critican”, y piensa uno cómo bajar la soberbia con la que camina por trabajar en un medio de comunicación. Pero de lejos, inmejorable, “los políticos no son una especie… son una epidemia”, y en medio del rugir del auditorio, Ernesto Samper, EL político, la síntesis, tuvo que reír, fingir emoción y admiración, con una cara de desubicación que era hasta enternecedora.
Esos momentos hacen que valga la pena ir. Ver una cantidad de gente crítica, pensando, en medio de otros tantos que fueron por postureo, por decir que fueron, por marcar en Facebook, alegra. Escucharlo a él ilusiona, da la fe que tantas veces se pierde.
Pero verlo enmarcado en el parche con Samper y en el Centro de Eventos es una gran desilusión. La policía en la entrada caminaba sobre la nubes: groseros, altaneros. El lugar, frío, desolado y gomelo. Viéndolo echar su cuento, me imaginé cómo tiene que ser verlo en una plaza pública, grande, amplia, cálida, en un lugar del pueblo y que sea fácil llegar, sin la policía molestando a topa tolondra. Dirán que así no podría ir Ernesto o Dilia… Mejor. Pero me emocioné de imaginarme a Pepe parado en el Parque de las Banderas, con el estadio detrás, y la gente emocionada como en la época de los conciertos de Richie Ray y Bobby Cruz.
Y aún así haberlo visto y escuchado fue una experiencia única. De esas cosas que cuando se muera, en pocos años por su caminar, podré contar con el pecho inflado diciendo que en algún momento, cuando me quedaba poca energía para seguir dando lora, lo escuché y salí para el campamento de las FARC con aún más ganas de dar lo que podía dar.
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