En un mundo en crisis, los países desarrollados también sufren quemaduras de cuarto grado con revoloteo de moscas. Estados Unidos no podía ser la excepción. Nadie imaginó que la Unión Americana elegiría de presidente a un aspirante que utilizó todos los absurdos que se le ocurrieron para explotar el fastidio de los electores con el Establecimiento y sus líderes, a pesar de su artillería de lunático desatado.
Como le fue bien en las urnas, arrancó traduciendo en órdenes ejecutivas sus absurdos y simulando una calculada fidelidad a sus propuestas, aviado, sin someterla a prueba todavía, con mayoría republicana en el Congreso. Pero como la táctica tenía tanto de ancha como de larga, los jueces, en primer término, atravesaron los mecanismos de defensa de las instituciones a lo que iba camino de convertirse en un manoseo excesivo de la autoridad presidencial.
Donde las democracias son fuertes, atentar contra las libertades y los derechos fundamentales es una temeridad que sale cara, por la incompatibilidad entre la naturaleza del régimen y los disparates de un gobernante autoritario.
Donde las democracias son fuertes,
atentar contra las libertades y los derechos fundamentales
es una temeridad que sale cara
Haciendo tabla rasa de una estructura avalada por 240 años de legitimidad, base y sustento de un desarrollo que elevó a los Estados Unidos a la categoría de imperio militar y económico, el señor Trump la emprendió contra la independencia de los órganos del poder público, esperanzado en que su equívoca idea de la función ejecutiva era tan familiar y expedita, para él, como cuadrar caja en un casino o declarar en bancarrota una inmobiliaria infestada de deudas. Pero, a las dos semanas de zafaduras, empezó a sentir los contrapesos merecidos por un liderazgo presidencial salido de madre.
El equilibrio de las fuerzas políticas ha sido una constante en Norteamérica. Presidentes con mayorías opositoras en el Parlamento han logrado la aprobación de sus proyectos, si convienen al grueso de la sociedad; y presidentes con las mayorías de su lado han visto naufragar los suyos, si chocan con el interés general. Así debe ser cuando los compromisos institucionales no se compran ni se venden. Se nota que el vicepresidente Pence, que ha sido senador y gobernador, no comenta con su jefe estos antecedentes. Prefiere aplaudir y sonreír, detrás de él, con una obscena cara de lambón.
La derrota del proyecto sustitutivo del Obamacare rompió el velo que cubría el querer de los republicanos en las Cámaras. El presidente no los tuvo a todos consigo. Moderados y extremistas por igual, en número apreciable, olfatearon que desamparar a 25 millones de compatriotas asegurados sofocaría la confianza del país en su buen criterio y, ni cortos ni perezosos, antepusieron su responsabilidad parlamentaria a una distorsionada solidaridad de partido. Flaco servicio se hizo el presidente con el infundio de las chuzadas de Obama a sus teléfonos.
De mantenerse en esa tónica los republicanos reflexivos,
Trump se verá obligado a protegerse de “culebrones” graves
De mantenerse en esa tónica los republicanos reflexivos, Trump se verá obligado a protegerse de “culebrones” graves como el de su casi segura alianza con Putin para hackear el material privado de la excandidata Hillary Clinton, a cambio de que el Kremlin le guardara el secreto de sus conflictos de interés por sus negocios en Rusia o, peor, de que le retribuyera el favorcito de haberla derrotado con un acto vinculante de política exterior que roce los lindes de una traición a la patria.
James Bryce, de extendido prestigio de constitucionalista, dijo que la Constitución de los Estados Unidos, con sus enmiendas, puede leerse en alta voz en 23 minutos, y es poco más o menos, por su extensión, como la mitad de la Epístola de San Pablo a los corintios. Con un gasto tan irrisorio de tiempo, y con el magistrado que postuló para la Suprema Corte dispuesto a explicarle lo fundamental del Estatuto, Trump podría aterrizar políticamente y comprender aquel principio universal según el cual el que manda, responde.
Misión imposible: ya el bárbaro faranduleó también con el medio ambiente.