La mejor gracia de Simón Gaviria es la de ser hijo de expresidente. Vástago de un fortuito gobernante que ganó esa herencia en un sepelio. Pareciera que ser Delfín da privilegios en cualquier escenario, por encima de muchos políticos curtidos. Esa licencia le permite aventurarse en cualquier cosa tratando de demostrar (¿fingir?) que es un abanderado de causas sociales. Hoy le hace los coros al senador Velasco en la campaña para la supuesta rebaja a destajo de los precios de los combustibles. Y esto si es un canto de sirena ya que aparentemente todo el mundo quiere gasolina barata.
Es evidente que hay doble moral en esas posiciones populistas. Está probado que cualquier rebaja que se haga en los combustibles, los conductores no aprovechan el ahorro para invertirlo en otras necesidades, sino para emplear más cómodamente sus vehículos, es decir para circular más. Esto tiene unas nefastas consecuencias y económicamente la pérdida global es gigantesca. Por ello me deslindo del “coro de ángeles” dirigido por políticos populistas y oportunistas que exigen reducir el precio de la gasolina sin criterio social. Es esencial revisar la otra realidad que parece muchos no quieren ver. Hay cierta unanimidad de un sector poderoso y motorizado con más voz que votos.
Europa es el lugar en donde los automovilistas pagan el precio más caro por litro de gasolina; ahora podemos entender por qué muchas personas prefieren allí usar el transporte público, caminar o la bici. En contraste, hay otros países con el precio de la gasolina más barato, incluso, su costo es inferior al de una botella de agua, como por ejemplo Venezuela. Para ello necesariamente se requiere aplicar subsidios a los combustibles o eliminar impuestos. Contrario a la creencia popular que nos han vendido, la gasolina subsidiada tiene efectos desastrosos para el desarrollo y la calidad de vida. Un combustible barato favorece más a una minoría privilegiada. La mayoría solo se beneficia con un servicio público justo, equitativo; con un transporte de carga y utilitario de bajo costo.
No es cierto que Colombia tenga una de las gasolinas más costosas del mundo. Está en un nivel intermedio y son más de 80 países con valores superiores entre ellos: República Dominicana, Chile, Barbados, Cuba, Uruguay, Paraguay, Costa Rica, Brasil, etc., por mencionar a vecinos (fuente GTZ – SUTP). Pero además en Eritrea, Islandia, Turquía y Noruega, el precio se duplica frente al nuestro. El país mantiene valores por debajo de cinco dólares el galón. Las naciones más ricas y de elevado desarrollo humano, tienen gasolina costosa, por encima de cinco dólares el galón, entre ellas: Suecia, Francia, Suiza, Austria, Alemania, Italia, Finlandia, Bélgica, Inglaterra y Holanda. Allí los impuestos aplicados mejoran la calidad de vida de la gente.
El combustible más barato lo tienen Venezuela y los países árabes. Pero se encuentran costos bajos por cuenta de los subsidios en Nigeria, Ecuador, Bolivia, Nicaragua, Gabón, Vietnam, Afganistán, Angola, Indonesia, etc., estados con precario nivel de desarrollo. El experto Carlos Pardo, explica que “si Indonesia, elimina el subsidio a la gasolina podría resolver su problema de educación o de analfabetismo”. Contrario al criterio venezolano, que considera el subsidio como ayuda a los pobres, un estudio del mismo FMI demostró que los subsidios generan mayores inequidades en la población y los beneficiados son los estratos altos. Pardo asevera que “los países con mejor transporte tienen menores subsidios y mayores impuestos al combustible”. Algo que vuelve atractivo al sistema masivo de movilidad y desestimula al medio particular.
Quienes hoy exigen bajar el precio de la gasolina, la mayoría son dueños de carros particulares. Además tienen poder de opinión, son muy visibles y ejercen presión. Pero los que no tienen voz, al menos el 75 por ciento de la población, nunca tendrán posibilidad de disfrutar de auto propio. Son la mayoría excluida del espacio público por la congestión de una minoría, lo cual es inequitativo.
El precio de la gasolina debe incomodar a los ciudadanos, para que estos hagan esfuerzos para optimizar su uso. Una forma efectiva de calmar el tráfico motorizado es valorizando el combustible. La gasolina barata dispara el consumo estimulando el uso excesivo de autos; se aumenta el riesgo de accidentes con más lesionados y muertos. La contaminación se multiplica desencadenando o agravando problemas respiratorios como asma, infecciones, alergias, etc. Por cada galón de combustible que quema el motor de un carro, se producen una media de ¡9,5 Kg. de CO2!. Mil galones adicionales quemados nos “regalan” unas 10 nuevas toneladas de CO2 para respirar y favorecer el cambio climático. Ello reduce la capacidad física de trabajo de los individuos y acorta la expectativa de vida. La congestión llega a niveles críticos, la contaminación se incrementa y la convivencia se traduce en violencia. Una gasolina preciada obliga a emplear racionalmente los automotores, y sus impuestos deberían generar mayor inversión social en los sectores más pobres.
La Agencia Internacional de Energía realizó un estudio que demostró que en Japón y Alemania, con precios altos de gasolina, fabrican automóviles con mejores niveles de eficiencia. Un asunto bien distinto es el transporte público y de carga que deben favorecerse. Los impuestos aplicados a la gasolina de los particulares deben servir para reducir costos operacionales, para mejorar el sistema público, garantizar mejor seguridad vial, brindar rutas ciertas, fomentar la movilidad no motorizada (caminar, uso de bicicleta), establecer subsidios de transporte para los estudiantes y la 3ª edad (debieran ser gratuitos) y facilitar la movilización de carga, como los alimentos.
El precio de los combustibles debe considerarse de manera que una reforma beneficie a la mayoría, o de lo contrario es algo así como exigir que el estado regale la comida. Es preferible eliminar los subsidios a los autos particulares y reinvertirlos en estrategias que mejoren y abaraten el servicio público. Además establecer preferencias operativas para la movilización de mercancías. Imaginemos TransMilenio con el triple de capacidad y a mil pesos el viaje. Los beneficios llegarían a la mayoría con más productividad. Lo que si deberían considerarse son precios en los combustibles diferenciales (rebajados o subsidiados) para el transporte utilitario y de pasajeros, así se favorece a la mayoría. Lo demás no es más que populismo para ser más querido o votado. A los “ilustres” u “honorables” parlamentarios (como se hacen llamar erráticamente) les recomendamos leer a un gran experto sobre el tema, Christopher Knittel, profesor de “Economía de la Energía” en el MIT. Aquí está un artículo interesante en Washington Post sobre el tema: http://www.washingtonpost.com/
El coro de ángeles que manejan los políticos desesperados por votos, debería velar más por intereses colectivos, que particulares. Es el mejor camino para la salvación… de la mayoría.
Twitter: @fabioarevalo