Queridos lectores, los invito a un recorrido personal por la prisa y la lentitud, dos polos, el uno agobia al mundo y el otro lo relaja. Sin más teoría comencemos.
La prisa se acabó. Extraña sensación, esta de la prisa ida.
Desde antes de nacer la prisa ha sido su compañera. Sucedió cuando en el octavo mes de embarazo decidió salir de la fértil matriz. Tenía prisa. No sabe por qué. Sí para qué, porque cree en su misión. Toda su vida ha estado permeada, si así pudiere decirse, por la prisa, hasta ahora. Desde que nació, pequeño, morado, con su madre angustiada porque quienes la rodeaban no le creían. —Mi hijo esta ahogándose—, —No señora, son sus nervios—. La prisa por vivir lo salvó, alguien al fin lo aspiró.
La prisa se ha ido y ahora puede contemplar a su gusto y a sus anchas las bellas mujeres, que tal vez antes pasaban como fantasmas, aunque no lo eran. Sus ojos eran los fantasmas, que no veían a los mortales.
La primera infancia lo sedujo con la naturaleza, tal vez es la época en que prisa y no prisa se combinaron en perfecta armonía. Los Llanos Orientales ejercieron su mágico influjo y aquello fue posible. Las serpientes encontradas a la vera del camino, la danta en la que montaba en el caño profundo, las cabalgatas en Gocha —su primer caballo, de oreja caída—, los diluvios universales, al lado de su padre, limpiando armas para la siguiente cacería. Todo se combinaba a la perfección. Seguramente el tiempo no era tiempo; era solo espacio infinito.
La prisa es como las emociones, sube y baja cual águila imperial. En lo alto no tiene prisa, solo divisa y su mirada todo traspasa. En la tierra tiene prisa, por cumplir, ardua labor esta de cumplir.
La prisa estuvo cuando quería acabar ese colegio que tantas angustias y lágrimas le produjo. El balance con las alegrías quedaba en rojo. Rojo vivo como la sangre del objeto de su estudio pretérito. Años después supo que la prisa no le dejó ver cómo sus compañeros de colegio lo querían y admiraban. Cuando la prisa se fue, lo supo.
La prisa se fue de a poquito. Sin prisa había desaparecido, cuando él la vio alejarse en ese restaurante. El gozo la remplazó. Se instaló como quien habita casa conocida, sin esfuerzo. Ella sollozaba al perder a tan viejo amigo. No acordaron un nuevo encuentro, este vino luego sin él quererlo y con ella radiante, así fuera por corto tiempo. Cuando los amigos necesitan espacios diferentes, dejan de verse, para al reencuentro abrazarse con pasión.
La prisa por casarse también fue evidente. No para él, pero si para sus conocidos. Tanta fue, que un vaso estalló en la mesita de noche del hotel caribeño a donde llegaron a pasar la luna de miel. Estalló ya que la prisa, por tener prisa, no se fijó y lo lleno con ella misma hasta que el vaso no pudo más.
Ahora sin prisas observa. Se convierte en potente mirada que todo lo aprehende, que todo lo busca para fragmentarlo y así observar más y más profundo. La misma observación que había hecho de su interior cuando tenía prisa, la misma se vuelca ahora hacia afuera, sin prisa. Por eso ahora descubre el insecto en la hoja negra reluciente, que va comiendo de a poco su presa caída en telaraña.
La prisa se creció con el tiempo. El tiempo de la profesión ejercida a conciencia, con prisa. Prisa para sanar, no sabía si a sí mismo o a los demás. Cuando la prisa vuelta humo voló, se dio cuenta que había sanado por dentro, mientras que los otros lo habían hecho por fuera.
El gozo del tiempo sin horas. Los minutos convertidos en luz, la luz convertida en sinfonía, aquella que constantemente se muestra a sus cinco, seis o siete sentidos. Que todo lo percibe: forma, esencia, frugalidad y fragor.
La prisa gozaba cercándolo cuando se imponía la impaciencia ante el cuento largo de su padre. Las horas en familia por ratos le daban todo el poder a la prisa cuando los sentimientos eran inmanejables, cuando quería rehuirlos.
La prisa fue esquiva a la hora de terminar su primer matrimonio. El tiempo de cangrejo todo lo pudo. Sin embargo, la no prisa fue cimiente de un acto de amor, consigo mismo y con los demás, así pareciera lo contrario. Puede ser que al momento cumbre de la decisión, haya sembrado la primera semilla de la prisa ida.
La prisa comenzó a ceder terreno en aquel país de latón, madera y amor. Los primeros materiales de sus casas, el último, el material de sus habitantes. Puede ser que la prisa no hubiera cedido tanto en ese entonces, como ahora. Se transmutó en otra clase, la del encuentro con lo que llama su segunda vida. Vida que le da sentido a esos otros dos nombres —Juan y Antonio— que casi nunca usó durante el periodo de la prisa, —la de Carlos—, pero que han estado desde el bautizo, cuando sus padres acataron la orden de proporcionarle los elementos para ambas vidas. Dos en una. Para ello requiere tres nombres de pila. Se requiere no tener prisa para poder pronunciarlos completos y algo más para escribirlos. La bondad es que no hay homónimos.
La prisa se mantiene constante en las horas de inquietud. Aquellas negras nubes que aun hoy enturbian su pensamiento por ratos. Las situaciones no resueltas, la duda constante sin solución, el enojo sin razón. La prisa por cumplir su cometido. Sí, la prisa ida que se vuelve aparente a los ojos cuando ella misma retorna.
Se relaja en su sillón y escucha. Escucha con paciencia al ser humano que desnuda su alma ante él. Con la calma que proporciona el silencio, cierra los ojos y permite que su alma complemente las palabras del otro, escucha en su interior y sabe. Sabe cosas no dichas. Las une y el panorama del diagnóstico se completa. La certeza llega. La empatía se produce y la curación se potencia.
Por un tiempo la prisa por subir a su refugio —Antares— lo carcomía cada tarde de viernes. Incluso esta prisa ya ha bajado, ya sabe que el santuario lo lleva por dentro, que no requiere lugar para aposentarse en él.
Él ha caído en cuenta lo benéfica que ha sido la prisa. Por ello cuando ella regresa, ya no se inquieta. La acoge y le da permiso de acompañarlo mientras sea necesario. Ya no se regaña por tenerla, como tampoco se vanagloria cuando no está.
Tampoco hay prisa por acabar esta biografía. Ya irá intercalando hechos, momentos, situaciones y emociones, como la vivida en el monasterio de Monserrat, en España, donde la rememoración profunda de vivencias antiguas, muy antiguas, se tomó todo el tiempo que quiso, para dejar la huella imborrable que le da vida a la prisa ida.