Colombia vive un momento histórico asociado al fin del conflicto armado y al inicio de una era con transformación social, con desarrollo, equidad e inclusión. La sociedad colombiana vive una oportunidad única para reconciliarse, convivir pacífica y constructivamente y para repensar sus instituciones. Para ello se requiere el compromiso y el aporte de todos, de los individuos, de los grupos, de las organizaciones.
Tenemos que aprovechar el hoy para construir el futuro, con una visión integral de lo que debemos hacer para construir nación y democracia, con la claridad suficiente sobre la ruta a seguir y sobre la secuencia a adoptar. Si bien esta ruta está definida en nuestra Constitución, es fundamental, no solo incorporar la definida en los Acuerdos de la Habana sino que requiere ser complementada con los propósitos del país nacional, de tal manera que sea integral y que conlleve el compromiso de todos los colombianos.
Entre los actores responsables de aportar a estos propósitos se encuentran los jóvenes. Son ellos los llamados a liderar el cambio, a construir la era de la primavera, de la esperanza, del optimismo; son ellos los llamados a contribuir a la reconciliación de los colombianos. En el reciente encuentro de Premios Nobel de Paz, todos expresaron al unísono cómo sin jóvenes no hay construcción de paz. Son muchas las enseñanzas y consejos que recibimos en este encuentro. No tenemos sino que acudir a sus memorias, para concluir que corresponde a los jóvenes incidir en la formulación de políticas públicas, con creatividad, con comunicación, con participación, con movilización.
En la coyuntura actual los jóvenes no solo deberán ser protagonistas en la construcción de la paz del posconflicto sino que deberán actuar como vigilantes y supervisores del proceso de implementación de los acuerdos. Los jóvenes son a la vez objeto y sujetos de la transformación. Existen los jóvenes campesinos de los territorios, aquellos olvidados por el Estado, sin acceso hoy a los beneficios del desarrollo, a quienes debemos incorporar a la nueva Colombia, a la que pretendemos construir con la paz territorial. Pero también tenemos a los tantos campesinos involucrados, de una u otra forma, con la lucha armado que hoy nos proponemos dejar atrás y a quienes debemos reintegrar a la sociedad, con programas de la ACR, del SENA y de todas aquellas organizaciones e instituciones que se han venido preparando para ello.
Con todos ellos y con el ejército de jóvenes urbanos -los de los colegios, los de las universidades, los de la innovación y el emprendimiento, los nuevos profesionales, los indignados, los de las marchas y los campamentos- podemos construir un futuro, desligado de los hábitos del ayer y del hoy, “en el que se construyan puentes y no muros” como lo expresaba alguno de nuestros ilustres invitados. Un futuro en el que “prevalezca siempre la cultura de la paz sobre la cultura de la fuerza”, como decía otro y en que los jóvenes “conformen el ejército del cambio frente al ejército del estatus quo”.
Y, desde luego, los mayores debemos permitirles ser protagonistas de esta nueva era, construir y disponer los escenarios para que ejerzan este protagonismo. Y qué mejor escenario para darle paso a la juventud, para que nos trasmitan sus sueños y proyectos, para que expresen sus temores y ansiedades pero, sobre todo, su visión de futuro, que nuestro VII Congreso de Responsabilidad Social y la tercera versión del Premio Fundación El Nogal. Son numerosos los jóvenes, hombres y mujeres, que podrán ayudarnos a identificar temas, propósitos y alcances de los paneles, como serán muchos los jóvenes a los que podremos acudir como panelistas. Y qué decir de los asistentes, cientos de jóvenes que podemos convocar, no simplemente para escuchar sino para interactuar a lo largo del desarrollo del Congreso. Y en cuanto a la tecnología, no tenemos sino que dejarlos actuar e innovar.
Bogotá, febrero 9 de 2017.
