Como mecanismo de respuesta ante una amenaza o estrés, el Sistema Nervioso Central envía al torrente sanguíneo las hormonas adrenalina y cortisol, aumentando el ritmo cardiaco y la respiración. Ese torrencial va a los músculos y órganos necesarios para responder ante el peligro inminente y le ha servido al humano para su bienestar y supervivencia; pero, si ese proceso se activa constantemente por largos periodo de tiempo producto de estresores en el día a día, lo enferma por la sobrecarga hormonal.
Investigaciones recientes confirman que igual proceso se desencadena si se tiene un trato injusto al ser humano; si es un estado permanente pueden aparecer enfermedades físicas o síquicas. Ahora, hay que imaginarse lo que sucede en una mujer embarazada sometida permanentemente a este tipo de estresores con el feto en desarrollo. Esto puede incluso ocasionar que las embarazadas inicien su trabajo de parto antes de tiempo. En esencia, el estrés permanente le comunica a la matriz que ya no es sitio seguro para el bebé.
El estrés, en este caso por exclusión y discriminación durante el embarazo está asociado a alta presión sanguínea y bajo peso del recién nacido, produciendo unos retos para la salud que hacen del parto algo peligroso para el niño y la madre. Si bien es cierto que vivimos en un mundo estresante, el disfrute de una vida relajada para que nuestro cuerpo trabaje armónicamente depende de quiénes somos. Investigaciones serias señalan que las personas que más soportan segregación son más proclives a tener una salud depauperada.
El profesor de Harvard, David Williams sostiene que los sectores sociales más marginales de nuestra sociedad experimentan más discriminación y mayor impacto en su salud. Basta echar un vistazo a las estadísticas de muertes perinatales y del flagelo de la desnutrición para confirmar lo que les pasa a los pueblos originarios de nuestra guajira, en especial a la etnia wayuu en comparación con el resto de la población. Estrés que proviene tanto del azote de la hambruna como de sentirse humillados y despreciados.
Es la mujer wayuu la que más se relaciona con la sociedad alijuna. Por ejemplo, el hombre es el pescador, ella la que vende el pescado. Esto la pone en alto riesgo por el solo hecho de interactuar con la cultura más poderosa. Basta ver el trato discriminatorio a la mujer wayuu cuando llega al mercado a vender sus mochilas, cuando espera atención en los hospitales o en las elecciones. El indicador de mortalidad infantil y el de muertes maternas en La Guajira está muy por encima del promedio nacional.
Si bien es cierto que la pobreza extrema y la falta de acceso a la salud contribuyen al infanticidio, esto es solo una parte del todo. En sentido real, siguiendo la línea de la exclusión al estrés y a la subsiguiente mala salud, nos muestra cómo la discriminación racial también enferma a las maternas wayuu y tiene su parte en la mortandad de infantes antes, durante y después del parto. En conclusión, la salud de los pueblos originarios cambió con la llegada de los europeos.
Contra los wayuus ha habido una larga historia de racismo, clasismo y maltrato de una sociedad basada en estratificación de clase desde sus inicios, que involucra mecanismos sicológicos de sobrestimulación hormonal que enferman a la etnia, como se señaló anteriormente. ¡La solución a la crisis humanitaria pasa por la seguridad hídrica y alimentaria para la etnia wayuu. Pero además, por proveer servicios médicos y un trato respetuoso a sus mujeres en el embarazo!
