No quedan espacios como estos. Las ciudades avanzan cada vez más rápido en una carrera hacia la modernidad, con sus grandes carreteras, monumentales edificios, emporios empresariales e incontables urbanizaciones. Y para Bogotá -capital de Colombia- es una exigencia ineludible forzar sus fronteras al contar con alrededor de 8 millones de habitantes. Pero no es un argumento válido cuando las necesidades populistas se anteponen a un desarrollo sostenible. Aquí los humedales son la ‘piedra en el zapato’ de algunos inescrupulosos que los califican como zonas inseguras, basureros y de alto costo para las finanzas públicas.
La ciudad cuenta con 15 humedales reconocidos, otros 19 no reconocidos y 33 cuerpos de aguas de distintas dimensiones de orden público y privado (Fundación Humedales de Bogotá). Los primeros cuentan con 725,01 hectáreas de extensión que equivalen al 0,46% del territorial total de la capital bogotana. Pese a no representar números de gran relevancia, y por lógica no deberían demandar mayores esfuerzos de la administración local, se hallan en constante peligro hasta el punto de ver como desaparecen los límites de sus áreas protegidas.
Algunas problemáticas, unas más complejas que otras, siempre han estado presentes en la supervivencia de estos humedales, y la comunidad es tan culpable como las entidades del Estado. Para habitantes de las 20 localidades no está mal visto arrojar escombros; el uso indebido de sus aguas para el sostenimiento de una diminuta economía ganadera; caza y comercialización ilegal de fauna endémica; y para fragmentar toda lógica, al mejor estilo de los criminales de antaño o mofas de series animadas, la Fiscalía General reportó que a finales del 2016 fueron hallados alrededor de 20 cadáveres con signos de violencia.
Pero el gobierno local e intereses de grandes constructoras no han estado aislados, inclusive su intervención ha decidido el devenir de estas áreas. Quién puede refutar las consecuencias de importantes obras viales que acabaron dividiendo extensas zonas protegidas para beneficiar la movilidad de la ciudad. Sin dejar de mencionar cientos de urbanizaciones donde no consideran relevante un desarrollo sostenible, y vertimientos industriales que corrompen sus aguas.
Parece absurda la actitud de la ciudadanía cuando los humedales benefician en tantos aspectos a la ciudad. Por un parte son los ecosistemas de innumerables aves, insectos, reptiles, mamíferos, y flora que no se halla en otro lugar del país; además se presentan como el hogar transitorio de aves en temporada migratoria. Por otra, actúan como reguladores hídricos en caso de lluvias para evitar inundaciones, y bancos de agua durante las sequías. Y en aspectos más recreativos se presentan como zonas de dispersión anímica para una población que padece altos índices de estrés.
No todo está perdido, y cabe resaltar algunos esfuerzos del gobierno local y grupos ciudadanos que trabajan sin descanso para conservar estos oasis en medio de una ciudad cada vez más suicida frente a su propio desarrollo. Ahora solo queda esperar cuáles serán las medidas que adoptarán no solo la Secretaria Distrital de Ambiente, sino también el Ministerio, Acueducto, Jardín Botánico, y demás entidades encargadas de su cuidado y conservación.