Cuando era chiquita (y yo me sentía grande), mi mamá me metió a clases de ballet. Para que escuchara música, para que aprendiera a caminar con la espalda derecha y el pecho abierto, porque era una nota. A mí, una feminista precoz que malentendió el asunto (ya les conté sobre eso) lo del ballet no me convencía mucho y yo no era tan buena y, a pesar de que lo disfrutaba montones, me salí pasado un tiempo.
Pero resulta que me encanta bailar —sin ser muy buena—. Se parece a hacer música en que es algo así como una corriente en la que uno se monta y, si uno se deja llevar, ya está Tiene la ventaja, como cantar, de que no se necesita ningún implemento adicional ni demasiada práctica para hacerlo lo suficientemente regular para disfrutarlo. Resulta, además, que bailar también es como una especie de meditación: se pierde un poco la consciencia de uno mismo (esto suena rarísimo y no quiere serlo) e importa menos qué estoy haciendo, qué piensan de mi, qué está pasando en el resto del mundo, al menos en ese instante.
Zadie Smith, en su última novela Swing time —recomendadísima— explora eso que es el baile. También en esta pieza sobre bailar y escribir, Smith habla de bailar como una metáfora para escribir (cuando la metáfora tradicional es la música por el ritmo y tal) porque escribir es una forma de llevarse a uno mismo por el mundo. Como bailar. Hay bailarines, entre los muy buenos, que pisan más firme o son más mundanos que otros que parecen figuras medio de mentira, delicados y que parecen levitar cuando caminan, otros van por el entretenimiento puro y otros parecen revelando algo profundamente íntimo. Así cuando se escribe también, a veces mundano y sus ventajas, otras íntimo, etcétera.
Descubrí que los estándares de jazz que tanto me gustan
vienen muchas veces de películas
en que las estrellas eran bailarines, y cantantes
Antes de leer a Smith, había tenido ya alguna curiosidad por bailarines, Pina Bausch, por ejemplo o Shirley Temple y Bojangle subiendo escaleras. Pero entre que soy música, miope perdida y un poco tímida, lo mío ha sido siempre mucho más el sonido y las palabras que lo visual. No me malinterpreten, no es que no me guste lo visual, pero me cuesta menos seguirle la pista a una melodía que a una coreografía. Pero leyendo a Smith descubrí que los estándares de jazz que tanto me gustan vienen muchas veces de películas en que las estrellas eran bailarines, y cantantes. Stormy weather, o Pick yourself up, o Hello Dolly, y así, son todas canciones que vienen de las películas de los 20 – 40 que trató de emular La La Land. El show eran Fred Astaire y Gene Kelly y Debbie Reynolds y bailaban y cantaban. Yo, que de chiquita me sentaba al lado del equipo de sonido a poner una y otra vez la música de tantos musicales, no tenía idea entonces del baile que venía antes o después en el formato original (claro, no había YouTube).
El baile es, dice Smith, el arte de los que nada tienen, solo su cuerpo. En las películas de las que les hablo, muchas veces cortaban las secuencias de baile “no esenciales” para hacerlas más cortas y también, quizá, es más fácil reproducir una canción de un sitio a otro que una coreografía. Empecemos porque, creo, la música y las palabras tienen un sistema de escritura cuasiuniversal donde, hasta donde sé, el baile no. Supongo que es algo así como en la música sabemos mucho más de los grandes compositores que de los grandes intérpretes (hasta antes de las grabaciones), porque la interpretación, como un baile en particular, se esfuman y lo escrito queda. Imagínense tantos bailes brillantes que no habremos visto, así como grandes intérpretes de los que nunca sabremos, o sabremos solo por referencia, sin poder acceder de primera mano a su genio. Pero también me recuerda que, a propósito de otra película de esta tanda de Óscares, Lion, leí en alguna parte que los niños de bajos recursos son mucho más visuales que sus pares de clase media, pero tienen un vocabulario mucho más restringido (por eso el niño logra reconocer tan bien el pueblo donde nació) tal vez por eso, también, muchos de los grandes bailarines fueron niños que tenían poco o nada, como relata Smith.
Pensaba, entonces, que justo como la imprenta permitió multiplicar la música, los libros, (en su momento la Biblia), los medios, la democracia la televisión, ahora YouTube sea medio equivalente y esté haciendo fácilmente accesible lo que no se escribe, como la interpretación musical o el baile. Así descubrí a Astaire, Reynolds y a Richter. Quizá estemos en un momento en que se esté haciendo espacio para una comunicación más visual, que incluye el arte y el hacer de esa otra mitad del mundo que no deja su testimonio escrito.