Los rostros sonrientes por doquier. Los movimientos ágiles, aunque no lo sean tanto en su hogar. La dicha de las vacaciones que transforma el cuerpo por unos días. La vestimenta, una mezcla de la ciudad y playa, brisa, mar, anticipando el destino elegido. Desde la corbata y la falda tradicional, hasta el bluyín desteñido, los shorts, las guayaberas de colores, zapatos de cuero o de una vez sandalias. Con o sin sombrero. Con la más variopinta vestimenta llegan los viajeros, reflejando las emociones que con el calor tropical se despliegan en toda su magnificencia.
Así descienden del avión los pasajeros que llegan a Santa Marta. Los niños y algunos adultos ante la inminencia de conocer el mar, no han aguantado y han conversado en el avión con desconocidos anticipando su alegría. Sí, en los asientos que traen a las familias suceden todo tipo de comentarios respecto a las expectativas, al sueño hecho realidad, al deseo cumplido. Al regreso serán las anécdotas.
Buscar afanosos el transporte al hotel se nota en un corto cambio de expresión en el rostro, una angustia que cede muy rápidamente al encontrarlo. Maletas cargadas de bikinis diminutos que van a ser el centro de atracción de miradas y sentimientos. Maletas repletas de bronceadores que no solo darán un color diferente a la piel, sino también al alma. Todo explota cual arco iris en esta tierra, o por lo menos se transforma, por unos días. Ojalá esa transformación regrese a casa. Las personas buscan su oasis, aquel que llevan en su interior y que solo reconocen en el exterior. Que alegría encontrarlo al descender del avión, así siempre hubiere estado al interior del ser.
El dinero fluye en la vida,
para permitir al pudiente económico, y al que no tiene tanto,
darse el gusto de la recreación en “el paraíso”
El dinero fluye en la vida. Fluye para permitir al pudiente económico, tanto como al que no tiene tanto, darse el gusto de la recreación en “el paraíso”. Sí hay “dinero” físico y emocional para compartir la alegría. Tanto que, aunque las compañías aéreas se esfuercen en obtener más ganancias a costa de elevar precios en los destinos turísticos, las personas lo obtienen, lo ahorran, lo invierten en su bienestar. Ya veremos a esa persona invertir en la foto de recuerdo enmarcada, en el animal de plástico dos veces mas grande que el niño que lo va a usar, en el licor bebido, en el paseo a la playa lejana. Es lo que hay, el “dinero” del amor por si mismo.
Cada quien trae su mejor “energía”, al fin de cuentas la intención es: “pasarlo bueno”. Y se logra. Esta energía de amor ha ido matizando las parejas, que cada vez con mayor frecuencia, buscan realizar su matrimonio en la playa. O sea, la alegría que desciende del avión viene en forma de padres, hermanos, tíos, amigos, compañeros, que agradecen la oportunidad de pegarse la “escapadita”.
Toda la dicha alegría en los corazones de quienes viajan, contenida en las grandes ciudades y en el frío que la hace guardarse, o por lo menos ser menos visible, se rebosa en los pocos minutos que dura el viaje. Solo requiere del ambiente propicio para atreverse a salir sin tapujos. Bendito sea que sucede. Gracias, a esos aviones que llegan cargados de alegría, gracias.
Como la vida tiene dos caras, (por lo menos la vida mundana, no así la espiritual), sucede que esos mismos rostros, al partir, se notan cansados unos, tristes otros, serios los más, anticipan el regreso a la rutina. Desearía que fuera la dicha de volver al hogar, pero esto no es lo que se escucha de quien está pronto al regreso. Así somos los humanos, una mezcla de altibajos, de opuestos, de contradicciones. Así nos queremos, con la alegría de la llegada y la tristeza de la partida, bajo el sol.
