En el último episodio de Homeland, la maravillosa serie de televisión emitida por Showtime, Brody, el protagonista de esta historia, es encontrado abaleado en la frontera colombo-venezolana. Agonizante, unos hombres armados lo llevan a un rascacielos en ruinas ubicado en el centro de Caracas y que tiene por nombre La Torre de David.
En el capítulo muestran como dentro de la edificación a medio construir no solo viven familias que invadieron el sitio sino que se ha instaurado una especie de república independiente donde los niños cargan fusiles Kalashnikov y los adultos ejecutan sin previo juicio a todo aquel que es sorprendido robando.
El contraste de la estructura es realmente impresionante, combina la arquitectura más moderna con el deprimente gris de toda obra inconclusa. En el episodio, uno de los chicos malos le da a Brody una explicación de tan singular edificio: “Lo llaman la Torre de David. No es por el Rey David, Dios no lo quiera. Es por David Brillembourg, el banquero ególatra que lo encargó. Desafortunadamente, antes de que se terminara, David murió —y luego toda la economía murió—. Se detuvo la construcción. Los invasores se movieron y ya está”.
Movido por la curiosidad guglié para comprobar si la torre existía. La historia que se cuenta en Homeland es cierta, el problema es que cuando el personaje dice “y luego toda la economía murió”, uno podría asociar esa frase con el advenimiento del chavismo y esto no es así. Los cincuenta pisos que componen La Torre de David son el monumento al despilfarro que gobiernos como los de Carlos Andrés Pérez o Rafael Caldera sometieron a Venezuela en sus sucesivos mandatos.
Brillembourg pensaba crear el tercer edificio más grande del país y el octavo de Latinoamérica. En la parte de arriba ideó un helipuerto para evitarle a los millonarios que iban a vivir allí las molestias que pueden ocasionar ver tanta pobreza en las despojadas calles caraqueñas. En 1993 el empresario venezolano muere y en 1995 su empresa Confinanzas quiebra junto con un numeroso grupo de entidades bancarias que sufrieron las sanciones impuestas por el gobierno de Rafael Caldera. Ese mismo año se paraliza la construcción de La torre.
Existe mucha malicia en el guion escrito por el recientemente desaparecido Henry Bromell; primero, porque el edificio a medio construir nunca ha sido refugio de milicias urbanas. En esa edificación viven más de 900 familias que gracias a una meticulosa organización pudieron incorporar en su estructura agua potable, energía eléctrica y alcantarillado. En los nueve años de ocupación no han recibido ayuda alguna del gobierno. Lo otro es que “cuando la economía murió” no estaba Chávez en el poder sino Rafael Caldera. Esta falta de precisión puede prestarse al malentendido, sobre todo por la actitud que ha asumido Hollywood hacia Venezuela después de que este país decidió desviarse hacia la izquierda.
A pesar de que reconocidos actores como Sean Penn, Tim Robbins o Danny Glober han demostrado su afecto hacia la revolución bolivariana, Hollywood en más de una ocasión ha atacado con fiereza al país vecino.
Un día después de que Hugo Chávez muriera, Justin Timberlake se burló de él haciendo una parodia del tributo que le rindiera Elton John a la princesa Diana. Si bien el sketch no estuvo desprovisto de gracia, los venezolanos expresaron su indignación ante lo que ellos consideraron un ultraje.
Pero el número del ex de Britney Spears no ha sido la única provocación. Basta recordar que en la taquillerísima Avatar el personaje principal dice que ha llegado a Pandora, el planeta en donde se desarrolla la historia después de “haber invadido Venezuela”. En el argumento de Los indestructibles la célebre película de acción protagonizada por Sylvester Stallone también le cae el vainazo a los hermanos bolivarianos: Estados Unidos, con ayuda de otras naciones, arma en secreto un equipo con su personal militar más capacitado para derrocar a un dictador que ha causado estragos en algún país de América Latina durante veinte años. La trama busca acabar con la vida del dictador.
Recuerdo que en el 2004 los canales de televisión privados de Venezuela se unieron en cadena nacional para pasar la adaptación al cine de la novela de Mario Vargas Llosa La fiesta del chivo, donde se cuenta cómo la resistencia dominicana logró acabar con el feroz dictador Leonidas Trujillo. Esto fue considerado por el chavismo como una provocación al magnicidio.
Dos años después la empresa de video juegos Pandemic Studios sacó al mercado el video juego Mercenarios 2. La misión del jugador, encarnado en un soldado de origen caucásico, era derrocar a un tirano hambriento de poder que altera el suministro de petróleo de un país sudamericano desatando el hambre y la barbarie en su pueblo. Dicen, quienes lo han jugado, que en las escenas del juego se recrean los paisajes urbanos de Caracas y hasta se puede ver una sede de PDVSA.
Durante toda la década de los noventa hubo un ensañamiento contra Colombia desde Hollywood. Se iban a los pueblos más miserables del norte de México y allí buscaban las tomas necesarias para hacer una Bogotá que para ellos era convincente. Platanales, buses atestados de gente y de gallinas, mercenarios parados en las esquinas lustrando sus ametralladoras eran la atmósfera que más se repetía a la hora de mostrar nuestros paisajes. Por lo general, los actores de moda en esa época, Swarzenegger, Harrison Ford o Michael Douglas, eran víctimas de la guerrilla, los narcos o del mismo Estado y ellos derrotaban solos a cualquiera de los ejércitos que deambulan por este país. Un gringo solo vale más que un batallón de colombianos armados hasta los dientes.
Dejamos de ser el escenario de sus películas de acción gracias a Chávez y a su estrafalario gobierno. Si no fuera por el comandante supremo todavía tendríamos que ver cómo para Warner Bros, Medellín tiene un extraño parecido con Tangamandapio.
En una de las escenas finales del último episodio, Nicolas Brody termina en un hueco tan tenebroso y miserable como en el que tuvo que vivir durante cinco años en Irak. Al fondo se escucha el caos de Caracas y las chirimías de una mezquita. Según los escritores de Homeland, Venezuela se ha convertido en un refugio para terroristas islámicos. Cuando se entere de esta nueva afrenta de Hollywood contra su revolución, Nicolás Maduro lanzará a los cuatro vientos su justa indignación y de paso creará una nueva cortina de humo para ocultar los profundos problemas económicos, sociales y políticos que acosan su gobierno. Dirá, por supuesto, que es por culpa de Hollywood que no puede pensar con claridad. Hablará del fin de los días del imperio y comparará a Obama con el mismísimo Lucifer.
Desde Estados Unidos la respuesta a los insultos de Maduro no la dará el gobierno que estará ocupado planeando una próxima invasión a algún país de Oriente Medio… no, la respuesta estará a cargo de David Letterman o de algún comediante de Saturday Night Live y será como siempre ingeniosa, brillante…hilarante.