Conozco desde hace muchos años, ya no sé cuántos, al poeta Jorge Marel. Vivía él en Bogotá y era amigo de poetas importantes y celebrados como Jaime García Mafla y Giovanni Quesseps, por solo mencionar algunos, y una foto de época lo mostraba caminando en una gris Bogotá del brazo de ese grande de la poesía colombiana de todos los tiempos: el maestro Aurelio Arturo.
Unos años pasaron y con el regreso al Caribe colombiano, y al influjo de las brisas del río en Barranquilla, de la “Sierra flor” y la sabana y de las transparencias y visajes del mar de Morrosquillo, consagró su nombre y su poesía al tema del mar, logrando profundas inmersiones quizá nunca logradas por otro poeta colombiano, que recordemos. Su mar tiene unas aguas interiores, filosóficas, nostálgicas, mordientes, distintas al mar de Castañeda Aragón, que no pierde la belleza de su estampa marina contextual; o de Artel, por ejemplo, que viene con tambores y sones de negro incorporados para cantar el dolor de la diáspora africana. Marel logra, en cambio, en su buceo profundo obtener piezas de honda significación y breve paso, casi al margen de toda tentación paisajística de ese mar de los domingos en el que se ahogan los borrachos y se orinan los turistas.
Ya alguna vez, en otra oportunidad, reseñando el que fuera su quinto libro de poemas me atrevía yo a decir de su lenguaje poético, de la estética de su palabra, que desprovisto de inconveniencias retóricas lo dejan convertido en una sencilla y fragilísima cuerda, de alta tensión, que une con fortuna al poeta y al lector, y que esa característica no es otra cosa que el resultado de esa cuasi necesaria e indefinible suma de lecturas de poetas afines como Emily Dickinson, Giuseppe Ungaretti, William Carlos Williams, Salvatore Quasimodo, Basho, Omar Kayàm.
Y decía también en ese momento que casi todos sus libros están signados fuertemente por esa casi obsesiva asunción temática del mar, y que ostentan esta sencillez, engañosa y característica, que adquiere una importante dimensión en muchos de sus poemas cortos, expresando su recurrente soledad trascendental, su mar interior, el mar final y definitivo de la muerte, el mar de la ciudad… el mar de la vida toda.
En este su más reciente libro titulado "Lejanos y solos"
poemas del refugiado,
no abandona las íntimas playas de su alma desgarrada y sola
En este su más reciente libro titulado Lejanos y solos, poemas del refugiado, no abandona las íntimas playas de su alma desgarrada y sola, sigue siendo ese mar interior, incesante y obsesivo, pero en su ir y venir escapa por los ojos, por la manos, los sueños y la rabia del poeta, para tornarse ahora un poco más social, más público, más histórico. Nunca turístico.
Es un mar que recrimina a otros mares, al Mediterráneo, “deshonor de Europa”, esa “espumosa y triste lápida” de los refugiados del mundo; un mar que es fantasma en Gaza; el mar de la sangres de América, de África y de Europa; el mar de la larga Meditación desolada dedicada al poeta lituano Lubicz Milosz. Es decir, el poeta Marel ha ampliado el universo y la significación de esa ambiciosa metáfora que es el mar en su poesía para hacerla más sentida, más humana, más solidaria, quemante y reclamante. El cuerpo del poema mismo en varias ocasiones en este libro pasa de ser esa reconcentrada semántica del poema breve para convertirse en un verso desatado en largos discursos que siguen sosteniendo, sin embargo, su carga in-tensional, su persistencia en el sentido.
Aparecen en este libro, reinsertados, podríamos decir, un puñado de poemas en los que vuelven el amor y la mujer a tornarse presencias que el mar de la vida trae o devuelve para que, en este nuevo contexto no estén tan “lejanos y solos” en el corazón del poeta. A esta serie pertenece, muy especialmente, el poema Bonzos amantes, que registro como un desesperado y hermoso poema de amor en el que el mar de Marel se realiza más allá de su ensimismamiento y soledad tradicionales para hallar la forma ideal de la desaparición: “... Esta noche una mujer y yo vamos a incendiar / junto al mar / nuestros cuerpos / dispuestos los dos / a morir por amor / Mañana temprano / la brisa marina / sobre el rostro gris de la muerte / aventará nuestras cenizas.”
Relumbran, como han relumbrado siempre en sus libros pequeñas joyas de asombroso brillo, como en los casos de poemas como El refugiado; Entre música y voces; El caracol (Durante largo tiempo / durante muchos días / y noches / como se hace / en el mar / el caracol / Así debería / cada poema / crearse / en el hondo / corazón del hombre.); o en este otro que le sigue en el libro al anterior: Cada palabra: (Se habla del mar / y es ola / cada palabra / se le ve errar / y caer / solitaria / Deshaciéndose / en la orilla blanca / de la página.)
Pero a esos poemas siguen en el libro, conjuntados por esas maneras de elegir las palabras y pensar sus circunstancias, que ya le son muy propias al poeta Marel, otros poemas en donde está presente ese Marel consubstanciado con la materia marina, que es la materia prima de su agonía semántica, con un tema en el que siempre recomienza. Como el mar.