La aceptación de la corrupción permite actitudes como la de que los funcionarios públicos “roben, pero que hagan”. Ésta crece y se consolida porque llega a ser culturalmente tolerada por la gente. Se cultivan así, comportamientos claramente ilegales, moralmente censurables y socialmente vergonzosos. Por eso tenemos a casi toda la jerarquía politiquera de La Guajira presa y otros tantos sancionados. Ellos hicieron lo mismo que han hecho los demás, con muy pocas excepciones. Con esos referentes no se puede hablar de buenos gobernantes.
Para muchos ciudadanos el trabajo honesto no es imitable. Un profesional destacado que producto de su trabajo a lo largo de su vida logra comprar casa, carro y educar a sus hijos es un ‘idiota’ que no sabe “sacarle el jugo a la vida”. Mientras que aquel funcionario público que súbitamente se enriquece es un ‘teso’ que merece admiración. Por eso muchos llegan a los cargos con la firme decisión de aprovechar su “cuarto de oro” sacrificando su futuro político y arriesgando su libertad.
Esto ha envilecido la política y tienen como resultados el desastre que hoy representa La Guajira. Los billones de pesos por concepto de regalías en los años que las teníamos directas, no resolvieron los problemas a los que estaban destinadas; al contrario, se tienen los peores indicadores en esas variables ¿Adónde fue a parar ese montón dinero? Un alto porcentaje terminó en cuentas bancarias personales. Los depredadores tienen la desfachatez de exhibir sus lujos y poder económico sin ningún escrúpulo. Precisamente por la ausencia de sanción social.
En síntesis, mientras se sigan aplaudiendo esos comportamientos seguiremos igual o peor. El divorcio entre la ley, la moral y la cultura, sistemas que regulan el comportamiento humano, se expresa en la violación de las leyes por parte de los gobernantes con auto consentimiento moral y el de su séquito; y lo peor, aceptadas por la gente. Es vox populi en muchos casos, cuánto le queda a cada “servidor” público en los grandes negociados para favorecer intereses particulares. Lo moralmente inadmisible es tolerado culturalmente.
Todo ha ocurrido con la venia de los órganos de control con su respectiva participación. En estos momentos que hay una arremetida contra la corrupción desde Bogotá, son precisamente los áulicos de la politiquería los que salen a defender lo indefendible. Y los jerarcas de la clase política uno a uno desfilan por las cortes y juzgados, con sus rostros cargados de vergüenza, extrañados porque pensaban que eso nunca ocurriría. Se pasa en un santiamén de un despacho ejecutivo a una mísera prisión.
Ahora bien, ¿Seguirán los alfiles de la politiquería haciendo campañas de la misma forma y manejando la cosa pública con el mismo dolo de siempre? Al parecer, no conocen otra forma de hacerlo. Ya no serán “los mismos con las mismas”, sino los aprendices con los mismos vicios. Allí continúan diputados y concejales que le dicen a los gobernadores y alcaldes: Ud. vino por lo suyo y nosotros queremos lo nuestro, son tantos millones para cada “honorable” o no hay facultades. Así se roban el erario.
Para gestar el cambio cultural y lograr el respeto a las leyes, se hace necesario cambiar no solo a los elegidos, sino también a los electores. ¡HASTA QUE NO SE ERRADIQUE LA COMPRAVENTA DE VOTOS NO HABRÀ UNA GUAJIRA DECENTE! En las pasadas elecciones atípicas sólo participó el 33% de los que podían hacerlo. La respuesta la tiene ese 67% abstencionista. Ellos pueden cambiar el destino de estas hermosas tierras que todo lo tiene.