Con el puño en alto, en aquella fría mañana de enero, Donald Trump era la imagen misma del provocador de campaña que ahora, en el estrado, pronunciaba su discurso inaugural como presidente de Estados Unidos. Las frases que iba entretejiendo no distaban mucho de aquellas conocidas en la refriega electoral, pero cuando espetó aquella “carnicería americana” para describir lo que, según él estaba sucediendo en el país, pocos dudaron sobre el autor de esas líneas, el mismo que sin titubear se atrevió a decir alguna vez que “abolir la esclavitud fue una mala idea”. A la mente llegó de inmediato la figura del asesor de 62 años, de nariz encendida y aspecto desaliñado que tomó las riendas cuando la campaña del magnate hacía agua en el verano del 2016. Steve Bannon, quien tras bambalinas ha creado el más fantástico trampolín de ascenso al poder, a punto que la semana pasada el venerable New York Times se atrevió a hacer esta pregunta en el título de su editorial ¿Presidente Steve Bannon?
Porque este provocador de extrema derecha ha pasado en seis meses de escribir titulares sensacionalistas en su antiguo medio Breitbart News a escribir las leyes que gobiernan a Estados Unidos. A estas alturas la certeza es que el “nuevo hombre fuerte” de la Casa Blanca está detrás del decreto de la construcción del muro en la frontera mexicana, de las sanciones a las ciudades santuario que protejan inmigrantes, y del veto al visado de ciudadanos de siete naciones con mayoría musulmana. Promesas de campaña cumplidas por Trump como medidas exprés, de un plumazo, sin seguir los procesos regulares. Según Político, el decreto antinmigración fue redactado por Steve Bannon y otro joven asesor, Stephen Miller, al que le incluyeron hasta mantener fuera del país a portadores de green cards. La gente del común no tuvo dudas sobre la autoría. En los aeropuertos abarrotados por la protesta, los manifestantes alzaban sus carteles con un No Bannon, en ingenioso juego de palabras contra el ban (veto).
'Nunca hemos presenciado a un asistente político moverse tan descaradamente para consolidar el poder como Stephen Bannon”, editorializó el Times. En diez días de gobierno Bannon llegó a la cúpula del Consejo Nacional de Seguridad, donde tienen asientos los secretarios de Estado y de Defensa, la sala donde los jefes militares y de espionaje aconsejan al presidente en situaciones de emergencia, donde se define la política exterior en cuestiones estratégicas y donde Trump sentó a su asesor político mientras recortaba el estatus del jefe de Inteligencia y del Estado Mayor, dejando la clara sensación de haber politizado el consejo.
La historia de cómo Steve Bannon conquistó el oído presidencial está documentada en directo. El entonces periodista y el candidato a la Casa Blanca repasaban por radio la actualidad nacional en los dos años precedentes a la elección. Bannon, en una perversa idea del periodismo, deslizaba ideas a Trump y le pedía que las confirmara. Este a veces asentía, dándole la razón y generando una creciente afinidad. Así entró al círculo de confianza del hoy presidente, donde se mueven caras tan conocidas como el exalcalde de Nueva York Rudy Giuliani o el gobernador de Nueva Jersey, Chris Christie. Bannon prefiere los segundos planos.
Nacido en Virginia, Bannon sirvió cuatro años en el ejército estadounidense antes de ir a Harvard para hacer un máster en administración de empresas que lo llevaría al área de inversiones de Goldman Sachs, donde lograría éxito y dinero. Pero lo suyo estaba en Hollywood. Allí llegó para producir películas como Titus con Anthony Hopkins y llenarse los bolsillos con la participación del 40 % en la famosa serie Seinfeld.
Fue el momento en que saltó su vena política en forma de documentales con una clara visión conservadora. Financió uno sobre Ronald Reagan, una de sus obsesiones, otro sobre la exgobernadora de Alaska Sarah Palin, famosa por sus metidas de pata, y algunos más sobre el ultraconservador movimiento Tea Party.
Algo clave pasaría en su vida cuando conoció a Andrew Breitbart, un conservador a ultranza como él dispuesto a hacer un sitio de noticias que desafiara el ambiente mediático “inundado por las ideas liberales”. Así empezó Breitbart News. Su fundador murió de infarto a los 43 años en el 2012, pero el movimiento que inició no murió con él. Bannon se puso al frente, y para junio del año pasado, ya tenía 13,8 millones de visitas únicas mensuales, según ComScore. Para esa época era tan evidente la unión de Breitbart y Trump que muchos lo llamaban “Trumpbart”. El portal que dejó Bannon ese verano cuando se fue a dirigir la campaña de Trump, había pasado de ser un simple sitio de noticias conservadoras con opiniones conservadoras, al favoritos de los conservadores con visiones populistas y belicistas, cargado de teorías conspiradoras y un marcado tono de desilusión hacia los políticos tradicionales. Algunos hasta lo calificaban como el transmisor de las ideas misóginas, racistas, antisemitas y homófobas de la ultraderecha, en la corriente que se llama alt right (derecha alternativa), afín al proteccionismo y ultranacionalismo, que desplazó al Tea Party. Los de Breitbart lo niegan.
De Bannon también se dice que es un xenófobo, misógino y belicista. Quienes le conocen de vieja data anotan su obsesión por la historia militar, la guerra de guerrillas, el arte de la guerra, y la política exterior nacionalista. En Hollywood se solazaba en sus guiones con grandes escenarios de guerra y conflictos, ahora está escribiendo el guion de la vida real, gracias a Donald Trump. En la Casa Blanca sigue usando los términos militares de su lenguaje corriente, llamando “soldados” a sus colaboradores, “siempre está al ataque”, y la avalancha de órdenes de la primera semana eran para “desorientar al enemigo”. Quizá siga teniendo bajo el brazo sus dos libros favoritos: El arte de la guerra de Sun Tzu y el hindú Bhagavad Gita, quizá siga alimentando su obsesión por las batallas épicas, las de Grecia, las de Roma, que ha estudiado con pasión, quizá siga sin disimular su entusiasmo por la victoria de Esparta sobre Atenas y quizá la clave de su computador sea Sparta, como en su oficina de Santa Mónica.
Por eso no es de extrañar que en materia de política exterior y seguridad nacional la prioridad de Bannon sea una “agresiva acción militar” para derrotar el terrorismo islámico y la construcción de fuertes lazos con los partidos nacionalistas europeos de extrema derecha. Y tampoco que la de Trump sea “borrar de la faz de la tierra” al terrorismo islámico.
Pertinente comparación cuando se cuestiona quién es el centro del poder real en la Casa Blanca y el hombre de las ideas detrás de la revolución Trump. Cuando saltan a las redes sociales las caricaturas que muestran un Trump diminuto sobre las piernas de un enorme Bannon en la silla de la Oficina Oval de la Casa Blanca.
Steve Bannon sabe lo difícil que es jugar en este terreno. Conoce perfectamente el narcisismo de Donald Trump y sabe que solo le debe inflar el ego y permanecer a la sombra si quiere mantener su escandaloso poder. Porque ahora, él es el poder detrás del trono.