La Desmovilización, el Desarme y la Reintegración (DDR) social de ex combatientes es un proceso cuya complejidad excede por mucho la del mero procedimiento técnico de desarmar y desmovilizar el pie de fuerza de una organización armada. Desactivar una fuerza como las Farc compromete la desactivación de sus estructuras armadas regulares, pero también de sus milicias y de sus redes de apoyo, así como de todas aquellas estructuras que le protegieron, le permitieron operar, mantenerse y crecer. La red de milicianos de las Farc, por ejemplo, es tan grande e importante como su fuerza de combatientes y está comprometida en la ejecución de crímenes de extrema gravedad. Solo en la frontera sur del país, son una estructura fundamental en la consolidación de territorios y las redes de narcotráfico.
Eso significa que el DDR deberá ser un proceso multifocal y multidisciplinario mediante el cual se desactive el pie de fuerza y la capacidad bélica de las Farc, pero también su aparato financiero, sus redes de tráfico y apoyo, y su estructura general de operaciones, es decir, a sus socios. Esto es lo que más exigirá del ojo crítico de observadores y expertos: si bien estos temas de redes y narcotráfico se contemplaron en el acuerdo de paz, nadie ha dicho todavía cómo es que lo van a hacer, quién verifica eso, cómo se promoverá la transformación pacífica de las comunidades comprometidas, ni quién lo va a financiar.
El DDR deberá ser un proceso mediante el cual se desactive el pie de fuerza
y la capacidad bélica de las Farc,
pero también su aparato financiero, sus redes de tráfico y apoyo,
y a sus socios
Mientras que esperamos que la Desmovilización y el Desarme ocurran en una fase relativamente rápida y verificable, la Reintegración de los combatientes será lo más difícil y costoso, solo será posible valorar sus resultados a largo plazo, y será sujeto (siempre lo es) de las críticas más duras.
La reinserción no sucede en tejidos sociales sanos, integrados, funcionales o preparados para absorber a los combatientes constructivamente. Durante la desmovilización paramilitar, muchos vecinos, alarmados por lo que presintieron sería un grave detrimento de sus comunidades, se dedicaron a hostigar y maltratar a los recién llegados, protestaron contra la instalación de las casas de acogida, demandaron ante la justicia su desmonte y, en los peores casos, llegaron incluso a romper ventanas e instalar petardos en las puertas. Muy pocos recibieron a los desmovilizados con la mente abierta y la actitud dispuesta a darles una oportunidad. No olvidemos tampoco que varios miles terminaron asesinados, desaparecidos o cooptados por bandas criminales.
Todo ese rechazo es apenas explicable. Estos procesos se producen luego de largos periodos de ruina y destrucción, en economías destrozadas y redes comunitarias desleídas por la exposición directa y continua a la violencia abrasiva y la exacerbada cantidad de víctimas inocentes (especialmente de líderes sociales) y de actos atroces cometidos en el curso de las hostilidades. La reinserción es una de las etapas que más riesgos supone para la estabilidad de la transición.
El DDR de las Farc no procederá linealmente, y necesitará de una fuerza Disuasiva de verificación y control que no está prevista en los planes actuales, o por lo menos así quedó claro en lo que fue la rendición de cuentas ante el Consejo de Seguridad del Representante Especial de Naciones Unidas y cabeza de la misión en Colombia, Jean Arnault, el 11 de enero pasado, en donde ofreció pistas de varios de los problemas más serios que ya enfrenta este proceso. Entre otros, denunció que no ha sido posible poner en marcha el censo, ni se sabe mucho sobre lo que está pasando con los niños: “Desafortunadamente, existen desacuerdos sobre la atención de los niños, lo que esperamos se resuelva pronto”. ¿Acaso vamos a repetir los errores del proceso paramilitar?
Ver más en: Natalia Springer. Desactivar la guerra. Alternativas audaces para consolidar la paz. Aguilar.
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