“Hay locos que locos nacen, hay locos que locos son…”, reza el estribillo. La locura en el humano mundo suele tener mala reputación. Se piensa que el loco es un transgresor peligroso que debe ser aislado a pesar de padecer un mal del que es víctima sin quererlo. Sin embargo al examinar con más detalle la locura, de inmediato encontramos que ha sido una obsesión desde cada orilla del pensamiento. El arte, la ciencia, la filosofía y la religión se han ocupado con abundancia del tema, solo que sin ponerse de acuerdo entre sí. Eso explica que, por ejemplo, donde la iglesia ve posesión demoniaca, la ciencia percibe un comportamiento atípico debido a asuntos físicos, emocionales o sociales.
Crecí en un pueblo al sur del Valle de Aburrá en el que se te enseña con oscura obsesión, al mejor estilo paisa, la diferencia entre bobo, avispao (palabra para designar al sabio) y loco. En cuanto al bobo, éste en su futilidad era fácilmente reconocible porque se trataba de alguien que no aprovechaba la oportunidad o que no era capaz de romper alguna regla en favor propio, aunque fuera incurriendo en un delito. El avispao era mucho más fácil de identificar porque solía sumar a su popularidad una frondosa aura personal compuesta de chispa, vitalidad física (casi siempre traducida en brusquedad en el trato) y picardía, que lo hacían acreedor de las simpatías de muchos, aunque fuera un contumaz violador de las reglas o incurriera en actos violentos o delitos de todo tipo.
Sin embargo el personaje más extraño y difícil de identificar, al menos para mí, fue siempre el loco. Tanto así que sólo era reconocible cuando las circunstancias de la vida cotidiana revelaban su perfil; como en esos experimentos físicos en los que alguna partícula o fenómeno extraordinario sólo se pueden captar por leves rastros que deja su presencia, o por lo que sucede alrededor cuando su paso crea un contraste evidente. Puedo decir que cierta vez estuve frente a un loco, cuando la confluencia de circunstancias así lo permitieron y entonces lo pude identificar. Le tenían por apodo Calillo y solía asistir a la cantina de la esquina del barrio junto a los demás, nuestra mayoritaria masa de avispaos y bobos.
Sucedió que en cierta ocasión un reconocido matón al servicio de Pablo Escobar, típico avispao del barrio, y respecto a quien, en símbolo del desprecio aún le profeso, no señalaré su afamado apodo; ingresó de improviso al local. Al principio, un silencio tembloroso se apoderó del lugar mientras el gatillero pasaba revista a los asistentes desde una torva mirada de asesino drogado. Unos segundos después el silencio se rompió luego de que el sicario prorrumpió en risas y comenzó un pormenorizado saludo a todos los asistentes.
“Que más viejo” exclamaba, mientras extendía la mano para saludar y a continuación entregaba un narco-detalle en forma de dinero de los verdes del norte. Todos iban quedando noqueados entre la felicidad por el regalo y la falta de gestos suficientes para agradecer la prodigalidad del bandido.
El ambiente festivo no hacía más que crecer con cada nueva dádiva. Las copas tintineaban y las risas explotaban como fuegos artificiales mientras las miradas de los comensales seguían con avidez la desenvoltura generosa del avispao. Pero de repente la algarabía se detuvo como si alguien hubiese oprimido un botón de silencio. Resultó que el generoso narco había llegado a donde estaba Calillo, quien sin alzar la mirada le dijo como para que todos escucháramos:
-¡Yo no recibo dineros calientes!
Se sucedieron densos segundos de silencio en los que los concurrentes rumiaban cual si se tratara de una agresión, la oposición de Calillo.
Un instante después el matón prorrumpió en carcajadas y palmeando a Calillo le dijo: ¡Vos si sos loco homme!
Todos celebraron con alivio la ocurrencia del matón en la certeza de que la reacción pudo haber sido muy diferente. Así Calillo quedó graduado para siempre como loco, sólo por oponerse a recibir dinero ensangrentado.
Esta anécdota de un tiempo ya remoto y ocurrida en una tienda pueblerina, tal vez ayude a ilustrar a escala planetaria lo que puede suceder con un fanfarrón millonario, violento y con poder ilimitado. ¿En quién pensó usted?