Más sensato y racional, más inspirado, y no precisamente por el Espíritu Santo, y sí por las realidades de la contemporaneidad de la globalización política, ha estado el papa Francisco en sus opiniones y decires con relación a Donald Trump, el cuadragésimo quinto presidente de Estados Unidos, cuya elección y asunción del mando de la nación más poderosa del mundo ha generado la más pesimista avalancha de pronósticos de la cual pueda tenerse noción.
Sí, más inspirado, objetivo y racional el papa, que la masificada, esa sí populista, opinión especializada que copa hasta la atocia todos los mass media, que a estas alturas de la incontenible modernidad tecnológica uniforman, orientan, encauzan, azuzan, la vida, pensamiento, opciones, consumo, ideología, fe, del ciudadano universal.
Como si de la historia pudiera predecirse conforme las emociones y los pálpitos del individuo, o por las formas que adoptan las nubes o por las señales del cielo, esta sobreabundancia de agoreros con su insubstancial locuacidad cuanto dejan traslucir es una pretenciosa superioridad, cuyo poder derivan, tristemente, de la condición de inferioridad de un receptor privado de la formación, información y autonomía suficientes para procesar un mensaje cuyo contenido no es concreto ni objetivo.
Y menos, ético.
Que solo ahora, con Trump, se hayan dado cuenta los sabios de la política, la economía, la sociología, la geopolítica, la democracia, la globalización, el periodismo, la parapsicología, y otras artes adivinatorias, que Estados Unidos ejerce un dominio imperial y hegemónico sobre el resto del mundo, es sintomático de la imprudencia y falta de ética propias de sus predicciones catastróficas sobre el devenir de una nación que solo ha cambiado de presidente.
Como suele ocurrir cada cuatro u ocho años. Nada de fondo que haga presumir un cambio de modelo se vislumbra. Apenas sí ha cambiado de look el inquilino de la Casa Blanca: a un afro ilustrado, imperialista, promotor de guerras imperialistas, lo ha sucedido un blanco inmigrante, imperialista, promotor y proveedor de guerras imperialistas.
Menos ilustrado sí, pero más rico. Nada nuevo bajo el sol imperial por el que vierten lágrimas los que ayer vertían bocanadas de fuego. Ni siquiera el cambio del burro y el elefante por otra especie menos propensa a la extinción se conjetura con el nuevo inquilino de la mansión imperial americana.
Nada nuevo bajo el sol imperial
por el que vierten lágrimas
los que ayer vertían bocanadas de fuego
Ni “noche de revelaciones terribles”. Ni “Calígula del siglo XXI”. Ni “edad de oro para el fascismo y la comedia”. Ni “gobierno nepotista”. Ni el paso de la “sensatez a la esquizofrenia”. Ni “el fin del mundo”. Ni “el infierno”. Ni “el anticristo”. Ni el “sociópata nacionalista”.
Nada de eso es concreto. Y menos, que Trump vaya a sublevarse contra el imperio y a enarbolar la bandera de supremo “comandante de una lucha de clases” para derribar y reemplazar el sistema capitalista en Estados Unidos y, en subrogación, entregarle el poder a los soviets de obreros y chicanos de la industria automotriz en Chicago, Detroit y otros estados de la Unión.
Ni tanto que queme a Trump, ni tan poco que no lo alumbre, pero de ahí a proclamar como realidades presentes hipotéticos hechos económicos, institucionales y de política interior y exterior que alteraran, según los augures de los mass media, la historia, las fronteras entre países, el comercio mundial y, vaya predicción, arrasaran el sistema capitalista encarnado por Estados Unidos, sí que viene a resultar imprudente, insensato y para nada probable de ocurrir a la vuelta de una elección.
Claro, todas esas lecturas y avisos de horóscopos suelen ocurrir cuando la concepción que se tiene de la historia es la misma de los astrólogos.
Poeta
@CristoGarciaTap