A propósito de la nota publicada en El Tiempo, por Salud Hernández Mora, donde la esposa de un oficial del Ejército, luego de años de maltrato, decidió hablar y contar su historia, me surgen varias cosas para analizar.
Erróneamente, en la sociedad que vivimos, se cree que la esposa de un militar, una vez da el sí ante el cura o el notario, abandona sus sueños, y empieza una vida en función de la carrera y vida de su esposo, que debe dejar de lado la profesión que le costó años sacar adelante o la ilusión de estudiar y ser abogada, médica, ingeniera o lo que sea.
Y aunque estos mitos sociales, poco a poco se han ido cayendo, aún se encuentran en el camino, personas con el pensamiento que la esposa ideal mantiene en la casa, cuidando los hijos, esperando que le paguen al hombre para hacer mercado y verse bonita en todos los eventos sociales que surgen.
La historia de Claudia Villamil, casada con coronel del Ejército Pedro Prieto, es la historia de muchas mujeres que apagaron su luz para vivir a la sombra de sus esposos, qué debido a la crianza en medio de una sociedad machista, aguantan innumerables insultos y agresiones por temor al divorcio y quedarse “sin nada”. Ella, aguantó años de humillaciones por temor a dañar la carrera de su esposo, aguantó gritos para que sus hijos tuvieran un “hogar” y posó de esposa feliz hasta que la decisión de otras personas, pusieron punto final a la carrera de su esposo.
Nos han vendido el cuento que casarse es dejar de ser dos para volverse uno solo, y NO, no es así, casarse no es sinónimo de perder la identidad, sueños y aspiraciones personales. Casarse no significa vivir a la sombra del otro.
Tristemente vivimos en una sociedad de apariencias, donde es más importante verse feliz, que serlo realmente, donde es mejor vivir al lado de una persona que cubre todas las necesidades económicas y gustos a cambio de posar con una sonrisa gigante, aunque la cama permanezca fría y la caricia más cálida es cuando se es abrazada para que la foto salga bonita.
Claudia Villamil no es mala ni la culpable, pero si tiene responsabilidad en lo que vivió, su pecado fue ser débil, aguantar y dejar que la usaran como herramienta para escalar socialmente. Su pecado fue tener miedo de “dañar” la vida de quien la estaba matando en vida. Ojalá la justicia actúe como debe ser y no pase como en tantos casos donde se necesita muertos de por medio o desfiguraciones para que se tomen cartas en el asunto. La violencia psicológica es tan grave como la física.
“amor, no necesitas trabajar, yo trabajo fuertemente para que tú y nuestros hijos lo tengan todo”, “no me gusta que trabajes porque los niños se quedan solos”, “para que vas a buscar trabajo si vamos a estar solo un año en esta ciudad, mejor quédate en la casa”, “si no terminaste la carrera cuando estabas soltera, para que la vas a terminar ahorita que ya te casaste”, “llevas años sin ejercer tu profesión, nadie te va a dar trabajo”… si en su casa se dicen cosas como estas, por muy lindas y románticas que suenen, la están agrediendo psicológicamente, le están castrando sus sueños, le están quitando la oportunidad de realizarse profesionalmente. Ojo, la violencia no necesariamente va acompañada de puños, gritos y patadas.
