De vez en cuando los medios toman un hecho o problemáticas del país real o imaginario y lo convierten en “tendencia”, el asunto del que todos hablan. La solución de tal problema significará un cambio sustancial en la vida de los colombianos.
Así ocurre hoy con la corrupción. Y no quiero que se interprete lo que digo como si el asunto me pareciera artificial o de poca monta. Todo lo contrario. La corrupción constituye uno de los problemas que más afecta a los colombianos. Pero quiero indicar al respecto varias cosas: En primer lugar, me preocupa que, como en tantas otras ocasiones, en unas cuantas semanas olvidemos el asunto y todo vuelva a su cauce “normal”. Pasado un tiempo surgirá un nuevo hecho que nos pellizcara y de nuevo convertirá a la corrupción en el asunto de “moda” hasta que quede sepultado por otros acontecimientos y así cíclicamente.
El segundo punto que me preocupa y en el que vengo insistiendo se refiere al hecho de que creemos como causas lo que realmente son consecuencias. Claro que la corrupción ocasiona muchos males, pero la corrupción no es el mal mayor. El mal mayor lo encontramos en la forma en que están estructuradas nuestras instituciones y a lo que ellas responden (al interés privado y no al público). Todos sabemos, y para ello no se necesita ser un gran investigador o militar en la izquierda o la derecha, que en muchas instituciones está “institucionalizada” (valga la redundancia), la corrupción. Y esa “institucionalización” permea todos los ámbitos sociales por lo que a todo aquello que hacemos le buscamos un beneficio personal. A mí, lo confieso, me cuesta creer que alguien me hace un favor gratuito (como deben ser los verdaderos favores). Cuando alguien nos colabora en algo siempre buscamos devolverle el favor de manera material; por eso nos sorprendemos cuando los más humildes quedan satisfechos con un simple “Gracias”.
Si en verdad queremos derrotar la corrupción no basta con criticarla por las redes o hacer consultas, referéndum, lo que se quiera. Hay que desmontar las estructuras institucionales y sociales que la alimentan y sustentan. Voy a colocar un ejemplo, uno sólo para no extenderme demasiado.
¿Estamos los ciudadanos dispuestos a elegir a nuestros gobernantes sin que nos den a cambio dinero, una beca, un trabajo o cualquier otra cosa? ¿Los apoyaremos sólo por sus propuestas y no por el billete o gabela que me ofrecen? De otro lado, ¿están los partidos políticos dispuestos a renunciar al clientelismo, a reducir a su mínima expresión los gastos en sus campañas, a no admitir en sus filas a corruptos por más votos que traigan, a renunciar al voto preferente y presentar listas cerradas?
También hay que recordar que existe otra forma de corrupción a la que podríamos llamar “legal”. Por ejemplo, el alcalde de un pueblo facilita todos los recursos para que se pavimente una carretera que pasa por su finca, la que al final se valorizará. Un funcionario puede disponer muchos recursos del Estado para que los negocios de él, sus amigos y familiares se beneficien con la construcción de puertos, vías, puentes o dando permisos para la construcción de edificios, centros comerciales, etc.
La otra cara de la corrupción está en el sector privado. La corrupción no se encuentra exclusivamente en el Estado. Casos como los de Odebrecht y el Fondo Premium de InterBolsa lo demuestran. El sector privado tiene una alta responsabilidad en la corrupción del país.
Se puede recurrir a muchos ejemplos, pero ante todo quiero dejar unos interrogantes: ¿En verdad creemos que aquellos que elegimos debido a que nos ofrecen dádivas para que votemos por ellos van a actuar honestamente desde sus cargos públicos? Si la respuesta es “Sí” significa que somos ingenuos o imbéciles. No olvidemos que ellos a su vez elegirán a quienes van a vigilarlos. ¿Elegirán personas honestas que en verdad los vigilen? Y por último, ¿lucharán sinceramente contra la corrupción aquellos que se beneficiaron y se benefician de ella? ¿Matarán a la gallina de los huevos de oro?