A próposito de la fiesta brava. ¡ Si el toro pudiera hablar!

A próposito de la fiesta brava. ¡ Si el toro pudiera hablar! 

Banderillas, espadas y burlas. La degradación que recibe el animal es absoluta

Por: Róbinson Nájera Galvis
enero 31, 2017
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A próposito de la fiesta brava. ¡ Si el toro pudiera hablar! 

Deseo que el danzante de pantalón estrecho dé la estocada final para evitar que mis bramidos terminen convertidos en lágrimas,  pero no es así, el espectáculo continúa, hay que esperar hasta cuando el último espectador sacie sus ansias de sangre y la ronda de millones que gira alrededor de la fiesta brava esté por encima de mi enorme agonía. Todos alientan al verdugo para que vuelva a hurgar en mis heridas y siga el flujo de más sangre, acaso no presienten el daño que la garrocha del picador ha provocado en el interior de mi maltratado cuerpo. El volumen sanguíneo ha disminuido ostensiblemente y como una carga explosiva siento la rotura de mis músculos, ligamentos, tendones, vasos, venas, arterias y nervios

Esta tortura no tiene fin. No hay la más mínima forma de defensa, el del caballo con sus estribos ha despedazado por dentro mi caravela en cada choque de la pica. La escapatoria podría ser otra opción, pero es una posibilidad prácticamente nula, este ruedo es como una condena a muerte donde siempre llevo las de perder. La lucha es una trampa, nada es limpio a limpio. Esta lucha es una burla. ¡Cobardes! Toda una cuadrilla se alía para mermar mis fuerzas antes del cuerpo a cuerpo con el torero. El bellaco se cree un prohombre, pondera de ser un artista y gritando se pasea altanero ante mí. Hace todas estas payasadas porque sabe que ahora sólo soy  medio toro, eso han hecho de mí para que él salga victorioso.

La gente en la tribuna  aplaude nuevamente. Suena estrepitosa una trompeta en los palcos. Para los que gozan dicen que empezó el segundo tercio de la lidia. Para mí es un nuevo sufrimiento. Dos hombres con la mirada reluciente clavan hasta 6 arpones en mis zonas anatómicas previamente lesionadas por las puyas de la garrocha. Ellas hacen un daño profundo y luego cuelgan sobre mi  lomo como un hermoso ramillete. La sangre vuelve a manar y mancha con su tinte rojizo las empuñaduras de las banderillas. Según los taurinos son avivadores para despertar mi bravura, yo siento que es la crueldad de manos inconscientes que poco a poco me acercan a la muerte. ¿A quién le pido auxilio?

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