Me avergüenza decir que nací en Cartagena

Me avergüenza decir que nací en Cartagena

'No puedes enorgullecerte de venir de una ciudad donde los derechos fundamentales son desconocidos'

Por: Eva Durán
octubre 10, 2013
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Me avergüenza decir que nací en Cartagena

Una amiga cartagenera se molesta cuando expreso que me avergüenza decir que nací en esa ciudad. “Nacer en Cartagena es lo mismo que ser hijo de una p... ”, le digo, “no es algo que puedes negar u ocultar pero tampoco puedes sentirte orgulloso de serlo”.

Mi amiga se ofende y siente que es a ella a quien le miento la madre. Lo lamento por ella, lamento que no lea el periódico, lamento que desconozca su propia historia.

Se necesita estar ciego, no tener corazón, para ser indulgente ante la realidad cartagenera. No puedes enorgullecerte de provenir de una comunidad donde los más elementales derechos fundamentales son desconocidos, donde la dignidad humana es pisoteada una y otra vez, todos los días, a cada segundo, por acción u omisión, por todos aquellos que deberían apoyarla y defenderla. Por una ciudad que posee el mayor cordón de miseria del país ante la mirada atónita de las autoridades nacionales que solo ven en ella su finca de veraneo y folleteo, mientras es consumida por un mar de hambre, prostitución y desesperación.

Mientras los negros tienen vedada la entrada a los sitios de moda, el turismo beneficia solo al 8% de la empresa productiva formal; al tiempo que un ejército de miles y miles de vendedores ambulantes son tratados como menos que parias; donde no hay cárceles lo suficientemente grandes para guardar a los miles de rateritos de poca monta que salen a buscarse la liga como sea. La prostitución infantil crece como espuma, la inseguridad y el sicariato crecen como espuma (mandar a matar a alguien cuesta solo $50.000, incluso menos), el hambre es la quinta causa de muerte en la ciudad, la bomba ecológica estalló, se está cerrando la bahía, las ciénagas son cloacas a cielo abierto. No existe tampoco en la ciudad una sola zona verde de uso público y el 60% de su población carece de agua potable y alcantarillado. Pero nada de esto se puede decir porque se espanta el turismo, porque es una grosería. “Porque lo importante es que aquí aprendí a amar y a ser” como dice cándidamente mi amiga.

Hace poco me embarqué en un autobus de la ruta Alto Bosque a las ocho de la noche; la lluvia torrencial había hecho intransitables las calles por los escombros y basuras que arrastradas por los arroyos se habían acumulado en cada bocacalle.

El autobus, repleto de pasajeros, dio vueltas y vueltas tratando de encontrar una ruta despejada para transitar. Una fila de autos nos seguía en nuestro intento de llegar a nuestro destino. En esas estábamos cuando el conductor encontró una ruta despejada en el sector El Diamante, una calle conocida coloquialmente como “La Tajá”.

Cuando no habíamos recorrido ni 20 metros, una muchedumbre enfurecida salió de sus casas a impedir el paso del autobus. Cruzaron en menos que canta un gallo un árbol en la vía. Salieron ancianos y niños, muchachas embarazadas, otras amamantando niños colgados de la cintura, a gritarnos amenazantes que si pasábamos por ahí romperían el bus a pedradas (y ya tenían los proyectiles listos en cada terraza).

Tras nosotros, la fila de autos que nos seguía impedía que retrocediéramos. Los pasajeros nos bajamos para tratar de conciliar la situación. No fue posible, no entendían razones. Lo que más me impresionó fue el nivel de su odio, instintivo, primitivo, visceral.

Y sentí miedo, y me di cuenta que realmente serían capaces de matarnos antes que permitir que pasáramos por su calle.

Poco a poco los autos que nos seguían fueron saliendo en reversa, y finalmente también salimos nosotros. Y dimos una vuelta inútil de muchos kilómetros hasta el peaje de Mamonal (para los que no lo saben, en Cartagena se privatizaron las vías públicas. Es la única ciudad, que yo sepa, que tiene dos peajes internos, de una concesion privada, en dos rutas arteriales por las que es obligatorio pasar a diario).

La reflexión posterior sobre este hecho me lleva a preguntarme: ¿Cuántas puertas, cuántas calles les han sido cerradas a estas personas? ¿Cuántas oportunidades de estudio, trabajo, dignidad y conocimiento les han sido negadas? Y me atrevo a pensar que ellos no están haciendo otra cosa que responder con la misma moneda con la que han sido tratados.

Ahora que lo pienso, tal vez la respuesta a por qué esta situación (propia más de comunidades prehistóricas que de una ciudad que pretende convertirse en sede del Jet Set internacional) se presenta en Cartagena, me la haya dado Juan Carlos Quintero, un excompañero que trabajo mucho tiempo como mano derecha de un concejal liberal de la ciudad. Me decía en una charla de parque, mientras me mostraba orgulloso las fotos de sus tres hijos, que a los políticos locales les conviene que no haya trabajo, que la gente esté desesperada y vuelta mierda, porque entre más necesitada está una persona, más manipulable es y más dispuesta está a hacer cualquier cosa que el político le pida.

Creo que sería una buena idea ir un día de estos (a pie, por supuesto) a la calle “La Tajá” del sector El Diamante de Cartagena; pienso que esa comunidad tiene mucho qué decir, que está exigiendo machete en mano ser escuchada y respetada.

Aunque me temo que a estas alturas, no solo no lo esperan, tampoco les importa.

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