Con esta reforma tributaria no puede haber paz

Con esta reforma tributaria no puede haber paz

Es imposible pensar en paz cuando un salario mínimo no permite vivir dignamente

Por: Medardo Bonilla Rubio
enero 12, 2017
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Con esta reforma tributaria no puede haber paz

Aunque me han pedido un escrito, digamos, técnico, sobre la Reforma Tributaria de Santos, voy a escribir uno que en vez de técnico sea humano; esto para mostrar que precisamente la economía, por ser ciencia técnica (y no pocas veces embustera, clasista, amañada y ladrona), incurre en el ‘olvido’ de que como sea, es una ciencia de humanos, con humanos y para humanos; igual sucede con las reformas tributarias diseñadas, pensadas y estructuradas para humanos, pero con la salvedad de que “hay unos humanos más humanos que otros”, es decir, los sobrehumanos o privilegiados o consentidos o favorecidos por el poder; a quienes suele llamárseles, también, minoría selecta.

Pues bien, economía es palabra que ya por sus raíces griegas (Oikos= Casa; y  Nomos= ley o norma), nos pone en camino de decir, en la forma más simple y comprensible, que “la economía es la ciencia que trata de las leyes o normas de regulación de los bienes y servicios de casa u hogar”.

El Estado, también en símil comprensible, es una casa u hogar muy grande, con muchos miembros que producen y consumen bienes y servicios y demandan gastos. Pensemos, ahora, en una familia de padre, madre, 15 hijos, 4 abuelos, 21 nietos, 4 nueras, 2 yernos... bueno, una familia de  48 miembros; Colombia es un hogar con 48.000.000 de miembros. El padre es el presidente del hogar y la madre, digamos, como la vicepresidente y el resto de la familia, los ciudadanos. ¿A quién se le ocurriría negar la necesidad de esta familia, si quiere conservarse, prosperar y superar dificultades, de establecer entre sus miembros una cuota para su mantenimiento y funcionamiento?; ¿quién negaría  que los profesionales pagarán una cuota mayor que los que no lo son y que estos un poco más de los que carecen de calificación laboral y que los niños y los incapacitados no paguen nada? Creo que esto es tan evidente, tan puesto en razón, tan de elemental sentido común que nadie protestaría por esa «carga» y la cumpliría con buena voluntad porque es para beneficio general de todos sus miembros que vivirían contentos, y hasta muy felices, de ver cómo el esfuerzo equitativo y proporcional de todos, revierte en tranquilidad y seguridad y bienestar de la familia.

Ahora demos otro paso y consideremos que el dinero que recogen por cuenta de la contribución de todos comienza a perderse porque cada pedido que el presidente hace a la tienda, viene con sobrecostos del que, en secreto, se lucra ese jefe de hogar; que el jefe de hogar y la esposa deciden ponerse sueldos descomunales con gabelas y privilegios; que salen de paseo a opíparas comilonas pagadas con esas contribuciones que hacen todos para mantenimiento del hogar y bienestar general... Como consecuencia de esto, los miembros del hogar, que contribuyen mensualmente para su sostenimiento, comienzan a sufrir por corte de los servicios, por reducción del mercado mensual, porque ya no se pueden enviar a la escuela los miembros niños o a la universidad los adolescentes; empiezan a enfermar y no hay cómo pagar la visita del médico y mucho menos los medicamentos; pero eso sí, las comilonas, viajes, lujos y sobrecostos en todo siguen siendo feliz privilegio de los del vértice de la pirámide familiar: papá y mamá.

Un buen día, los padres reúnen a la familia y le anuncian que deben incrementar los aportes en el 19 % para la comida, el 15 % para la educación, el 10 % para la salud y el 5 % para varios. ¿Qué hará la familia que ha venido observando los despilfarros, los sobrecostos, las fiestas, los viajes y demás de papá y mamá?; ¿valdrá la pena que se polaricen entre papá y mamá cuando saben y ven que ambos los están estafando y abocando a la pobreza y la necesidad?... Ahí les dejo planteado el problema, queridos lectores, en términos tan sencillos como elocuentes y que no ameritan, para ser digeridos y entendidos, más academia que el sentido común, la elemental sindéresis de que nos ha dotado la naturaleza racional evolutiva que llevamos dentro.

Desde el inicio de la proposición de la tal reforma del presidente de la «paz» vengo notando, y no con poco desconcierto por la imbecilidad del pueblo que ello entraña, que por las redes se pone a rodar un argumento como este: ¿Por qué culpar a Santos por la reforma si él solo sube el IVA del 16 al 19 %, diferente a Uribe que lo subió del 8 al 16 % y lo alaban como el mejor presidente que ha tenido Colombia?

Parece que a este pueblo ignorante, incapaz de hacer cuentas pero sí muy predispuesto a vivir de cuentos, la tributación le parece un asunto solo de cantidad y no de cualidad; en otras palabras, solo le importa el porcentaje que le pongan a pagar, no lo que hagan una vez que lo pague; parece que con base en este remedo pobre de pensamiento débil, lo justo y lo injusto lo tasan desde esa perspectiva de cuánto sube este, cuánto subió aquel, sin detenerse a reflexionar que en un país en el que, como lo denunció el Contralor General de la República a finales del año pasado, la corrupción se roba en un año 23 billones de pesos (esto es una cifra como esta: $23.000.000.000.000.000.000, ¿puede leerla, pueblo?), no hay Congreso, ni presidente, ni Altas Cortes, ni Ejército, ni Policía... ni nadie con un mínimo de legitimidad para imponer a la población una carga tributaria así sea del $0,0000000000000000 %; cualquier centavo con que se pretenda grabar el trabajo, la actividad lícita de los coasociados, es una infame estafa, un abuso de poder, una extralimitación de funciones que el pueblo legítimamente está moral, jurídica y políticamente obligado a rechazar, ¿ o no?.

Ahí les dejo este otro punto de reflexión para que “quienes tienen ojos para ver, vean; quienes tienen oídos para oír, oigan” y para que quienes tienen indicios de que el cerebro y la razón tienen un uso específico, los usen. De lo que sí estoy seguro es de que nadie podrá decir que el escrito es solo para especialistas e iniciados, porque si alguna intención sana me ha inspirado es, precisamente esa: que sea tan elemental y simple que nos habilite para rebatirle los sofismas trampas, embustes y jugarretas de economistas, tributaristas y clase oligárquica que nos pretenden idiotas.

Flaco servicio se hace a la «paz», presidente Nobel, una imposición tributaria que se ceba en los que menos tienen para que los que más tienen ganen más; en buen sentido y sana sindéresis, esta ley, si Colombia fuera un país medianamente racional, la tomaría como una declaratoria de guerra de las élites contra los 48.000.000 de colombianos que sí nos ganamos el pan de cada día con el sudor de la frente y teniendo que luchar contra las trabas y cargas que nos imponen, a través del Estado, unas oligarquías decadentes, corruptas, abusivas y neoliberales que no tienen patria sino intereses y negocios, cuyos bolsillos jamás se colman.

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