Nuestra paz no es solo de palabras

Nuestra paz no es solo de palabras

Porque la paz empieza a convertirse en algo concreto se hace necesario pensar más allá del sonajero político

Por: Sara Tufano
enero 10, 2017
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Nuestra paz no es solo de palabras
Foto: tomada de revistafal.com

Pasada la montaña rusa emocional de la política nacional e internacional del 2016, es el momento de establecer un diagnóstico sobre cómo podría ser la disputa política en el 2017. Para comenzar, la campaña y victoria del No en el plebiscito de octubre del año pasado ha sido equiparada, por muchos, con la campaña presidencial y victoria de Donald Trump en los Estados Unidos y con la campaña por la salida del Reino Unido de la Unión Europea, más conocida con el nombre de brexit. El rasgo común de esas campañas es que los hechos no influyeron tanto en las elecciones de los ciudadanos como sí lo hicieron las emociones y las creencias personales.

A pesar de esta comparación, a primera vista acertada, cabe señalar que si bien la construcción y propagación de mentiras podría recurrir a un mismo proceso emocional, el contenido de las mismas difiere, pues se nutre de creencias cultivadas en los contextos históricos de cada país. Emociones como la rabia, la frustración o el resentimiento no podrían activarse de no existir un vínculo con determinadas ideas profundamente enraizadas en cada sociedad. Son muchos los estudios que demuestran que las emociones y la razón están indisolublemente entrelazadas.

 

¿Por qué las mentiras de la campaña del No se propagaron con tanta facilidad?
Porque la paz dejaba de ser una idea abstracta
y pasaba a convertirse en algo muy concreto

 

En el caso colombiano, ¿por qué las mentiras de la campaña del No se propagaron y se instalaron con tanta facilidad? Porque la paz dejaba de ser una idea abstracta y pasaba a convertirse en algo muy concreto. Se le estaba dando un contenido y éste entraba en disputa. Y, con seguridad, la paz no será lo único que entrará en disputa durante la próxima campaña presidencial, otras ideas, entre ellas la transición o la democracia, también serán objeto de debates. ¿Cómo podrían interpretarse estas ideas en la actual coyuntura?

Desde el punto de vista histórico, y en términos de negociación política con la insurgencia y con las Farc-EP en particular, culminaría un proceso de búsqueda de la paz iniciado en 1984 durante el gobierno de Belisario Betancur (1982-1986). Estamos presenciando la continuación del proceso de apertura democrática iniciado en ese gobierno, el cual, en su momento, no pudo prosperar. Entender y analizar el proceso de paz de La Habana como resultado de un proceso histórico de mayor duración es indispensable para hacer frente a los desafíos y retos que se avecinan, pues algunos de estos desafíos quedaron evidenciados en anteriores intentos. Además, significa que la transición ya ha comenzado, que estamos inmersos en ella y que le podemos dar un sentido.

Con respecto a la dimensión política, el actual momento nos permite reevaluar nuestra democracia. Esto significa –en un primer momento–, saber qué democracia tenemos, y entender que la democracia no es algo que se pueda alcanzar de manera definitiva, al contrario, su construcción es un proceso abierto e inacabado y, por lo mismo, pueden ser incorporados nuevos valores e ideales haciéndola cada vez más profunda y significativa. El Acuerdo Final nos muestra que para profundizar la democracia el tránsito de las Farc-EP a movimiento político y su participación en elecciones democráticas no es suficiente, éste es tan solo uno de los aspectos formales de la democracia que, por lo demás, tiene otros elementos que trascienden los aspectos electorales y nos remiten a su calidad en un sentido más amplio: extensión de derechos a quienes estaban privados de ellos, acceso a bienes básicos, respeto por los derechos humanos, participación de las mujeres en espacios de decisión política, entre muchos otros.

Además, aunque exista un Acuerdo con las Farc-EP, la paz sigue siendo “parcelada” – una idea muy en boga desde finales de los años ochenta–, el proceso de paz con el ELN no enciende motores pero sin duda el proceso de implementación del Acuerdo de La Habana ayudará a tender puentes con esta insurgencia y a desarrollar e impulsar una agenda que retome temas importantes que no fueron conversados con las Farc-EP.

Por lo anterior y porque la paz empieza a convertirse en algo concreto se hace necesario pensar más allá del sonajero político: la figura de los candidatos y su compromiso o no con el Acuerdo Final no pueden ser las variables más importantes durante la campaña presidencial que se avecina. Habrá que detenerse en el contenido de los programas políticos, compararlos, sobrepasar la implementación de los acuerdos específicos. Estos constituyen tan solo el inicio de un proceso de construcción de país por mucho tiempo postergado, pues permiten que temas que antes habían sido invisibilizados puedan finalmente ser incorporados a nuestra democracia. Dichos programas deberán ser el rasero a través del cual evaluar los candidatos, mas allá de su estricto compromiso con el Acuerdo Final y su implementación.

Con la paz ya teniendo un contenido y este contenido entrando en disputa, la oposición a la implementación de los acuerdos se mantendrá. Los líderes de esta oposición, sin importar quiénes representarán su ideario, le darían un contenido minimalista a la paz y reducirían sus alcances sociales y políticos. Ante esto los demás candidatos tendrían que responder con argumentos claros y convincentes, capaces de suscitar en la opinión pública emociones radicalmente distintas a las que ha venido suscitando la oposición. No sería la mejor de las estrategias el ataque despiadado contra los opositores mostrándoles sus propias mentiras, pues esto podría acabar produciendo un efecto contraproducente, el de fortalecer la creencia en dichas mentiras. A la oposición se le podrían quitar las banderas de varias formas: con hechos como los que se aproximan, pensar, por ejemplo, en el desarme de las Farc-EP o en la puesta en marcha de la Jurisdicción Especial para la Paz; convocando a la ciudadanía alrededor de un proyecto de país transformador; respetando y escuchando a la propia oposición cuando ésta se manifiesta pues quien quiera activar emociones opuestas al odio tendrá que hacerlo a través de argumentos que no descalifiquen al otro ni lo traten de irracional.

Por fin, no debería asombrarnos que vivimos momentos de incertidumbre: la transición ya ha comenzado, nuestra democracia tiene un nuevo contenido, la paz se ha vuelto más tangible. Las futuras campañas presidenciales no dudarán en tomar partido de esta situación canalizando nuestras emociones, ya sea con miras a preservar lo conocido, ya sea a acoger los cambios venideros.

 

*Socióloga de la Universidad de Paris 7 con Maestría en Sociología de la Universidad de São Paulo.

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