Los campesinos boyacenses creen que el presidente Juan Manuel Santos y sus encopetados ministros, asesores y consejeros los caramelearon. El gobierno, que siempre subestimó las protestas y las miró a lo lejos con displicencia, empeñó su palabra en varias actas de compromiso con tal de que los campesinos salieran de las vías. Un mes después de esos acuerdos, que ya anticipaba el senador Jorge Enrique Robledo no eran más que una engañifa del gobierno de la prosperidad democrática, visité Boyacá por petición de RCN La Radio. ¿Algo ha cambiado en este mes? ¿Están hoy mejor los campesinos que antes del paro agrario? ¿Ha cumplido el gobierno? Propongo ponerle rostro a esta historia.
Víctor y Olga salieron de Tunja en su camión a las cinco de la tarde a negociar su papa en Toca, municipio a 45 minutos de la capital del departamento. Tienen cuatro hijos, todavía deben cuotas del Chevrolet modelo 1993 que transporta sus cosechas y están del cuello con un crédito que pidieron para la finca. Tardaron tres días y contrataron ocho obreros —a los que hay que alimentar— en sacar la papa de la tierra, limpiarla, empacarla en los costales y cargarla al Chevrolet. Van rumbo a Toca con 50 bultos de papa, es decir 25 cargas de 100 kilos cada una. Para recuperar lo invertido y ganar algo, necesitan vender la carga al menos a 10.000 pesos. Lo restante es producir a pérdida.
La señora que les comprará el producto lo necesita para su ganado, no para consumo humano. “Hay tanta papa que nadie lo está comprando pa΄ las plazas de mercado”, dice Olga. Logran vender la carga a 9.000 pesos, pero tienen que llevarla hasta la finca del comprador y descargarla. “Así estamos, a lo que diga el cliente, al campesino ahora le toca como al marrano, con las orejas siempre pa̒ abajo”, comenta Víctor mientras se toma un tinto. Volvemos a Toca y entramos a una tienda, hay otros campesinos allí, también con caras largas, no ha sido un buen año para el negocio. Pregunto por la posibilidad de un nuevo paro, otro campesino contesta “sería tan grave o más que el anterior, porque los campesinos sienten que no les han cumplido”. En otra mesa están sentados tres campesinos, hay diez botellas de cerveza y varias tazas de café, ¿ustedes, cumplidos los cuarenta días, saldrían otra vez a protestar? Claro, contestan, porque qué más.
A la mañana siguiente vamos a la plaza del sur de Tunja, allí llegan campesinos e intermediarios a negociar los productos. Aquí las negociaciones tampoco son sencillas, ¿el intermediario compra muy barato al campesino? ¿Gana mucho en contra del interés del productor? ¿Es justo el precio? Los campesinos dicen que el intermediario vende a 23.000 pesos la carga pero que a ellos se las compra a 15.000. “Se ganan 8.000 o 10.000 por carga, mientras nosotros los productores así no ganamos nada”, dice don Víctor. El intermediario se defiende diciendo que los campesinos son tercos y que “la papa produce a pérdida, eso lo saben ellos, ¿para qué siguen produciendo así cuando saben que pierden?”. Don Víctor contesta argumentando que la tierra no da nada más, y que tampoco saben hacer otra cosa.
Otro de los problemas es la sobreoferta de papa ecuatoriana y peruana, por eso la papa del productor boyacense no la compran en las plazas de mercado, ni la mandan a Bogotá. El viernes 4 de octubre entró en vigencia una restricción de importación de nueve productos agropecuarios, en un paquete de cuatro medidas que resultaron del cumplimiento de los compromisos adquiridos con los agricultores el pasado 6 de septiembre. El decreto establece salvaguardias para papa fresca y precocida, cebolla, arveja, tomate, fríjol, pera, queso fresco, lacto suero y leche en polvo. Mientras tanto, Víctor y Olga siguen produciendo a pérdida. “Si esto sigue así, terminaremos pidiendo limosna en una calle de Tunja”, dicen.
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