La cuenta regresiva empezó. Faltan pocos días para que llegue El Niño, Santa, Papá Noel, Rin Rin Renacuajo. La Navidad.
Todos a la vez, en pelotón. Son tantas las celebraciones que las cenas de pavo, perniles y buñuelos se inician una semana antes y terminan casi el 31, cuando se acaba el año, se quema todo, y papás, mamás, tíos, abuelos, primos y empresarios, caen desplomados el primero de enero, con la duda de si se cumplirán las profecías mayas.
La verdad es que actualmente no sabemos muy bien lo que celebramos, o por lo menos yo estoy perdido entre el alboroto. La Navidad se globalizó. Se convirtió en una competencia de juguetes carísimos para los niños privilegiados que después de romper el papel no saben con cuál jugar y los arrinconan. O se enmudecen ante el último aparato electrónico, para incrustarse en el autismo total.
De pronto queremos aplacar las conciencias
llevando un regalito a los pobres.
O donando un pavo de Carulla a los que no tienen horno
Empresas, almacenes y medios de comunicación descubren el lado filantrópico y abren puntos de encuentro de regalos para los que se están ahogando, los que tienen hambre, los que por único regalo reciben el maltrato y el trabajo en la calle... De pronto queremos aplacar las conciencias llevando un regalito a los pobres. O donando un pavo de Carulla a los que no tienen horno. En fin, todo menos el espíritu de tranquilidad, recogimiento y amor familiar espontáneo que se supone es el motivo de estas celebraciones.
Ateos, protestantes, agnósticos, curas pederastas y honorables, creyentes, todos unidos en cantos y luces, movidos y manipulados por la sociedad de consumo, ese monstruo de mil cabezas que nos lavó los cerebros y nos esclavizó sin piedad. La parafernalia luminosa trata de acallar todos los desastres que hemos hecho. Una noche de paz pretende borrar los miles y miles de muertos. Un abrazo familiar enmudece los lamentos silenciosos de los desaparecidos que jamás recibirán un abrazo. Los ahogados tratan de mandar burbujas desde sus tumbas empapadas para que los gobiernos impidan nuevas catástrofes anunciadas. Mientras, por las calles inundadas se atomiza la gente, se empuja a codazos para comprar, comprar, comprar, porque es obligación, porque hay que festejar, así el universo se esté desangrando, quebrando como una rama seca al fuego, y a partir del primero del diecisiete todo esté olvidado, y estemos listos para empezar la lucha a dentelladas, unos contra otros.
Lo único que realmente deseo es que de verdad cambiemos un poco, que de verdad nos acerquemos unos a otros, que los abrazos sean de verdad y que la Estrella de Belén, símbolo de reflexión, vuelva a brillar para todos. De verdad. También con los que no tienen horno en Navidad.
@josiasfiesco