Hace unas semanas, continuando nefastas y arcaicas políticas que arrastran desde épocas pretéritas, el ministro de Hacienda afirmó que, por tratarse de ‘alimentos de lujo…comida para ricos’, el salmón y los langostinos van a ser gravados. No se podía esperar menos de una administración que ve con desdén la creación de riqueza y que hace unos años estableció el famoso ‘Impuesto a la riqueza.’
En Colombia, inexplicablemente, para el gobierno hay comida de pobres y hay comida de ricos. Puede ser oportuno recordar algo de historia. En su libro, En casa, un divertido relato de la vida privada, el autor Bill Bryson hace una erudita historia de la langosta. La Gran Bretaña, con su mar helado y costas rocosas, es el hábitat por excelencia de estos crustáceos. En la Inglaterra victoriana, época en que una de cada tres mujeres y uno de cada cuatro hombres trabajaba en el servicio doméstico, la langosta era un plato tan común -y de alguna manera tan ordinario y abundante- que los empleados domésticos, en sus contratos laborales, especificaban que de ninguna manera el ‘Lord’ podía alimentarlos con langosta más de dos veces por semana. Por el contrario, el patrón tenía la obligación de darles pollo (esa ave cuya abundancia y bajo costo lo ha convertido en un alimento universal) por lo menos una vez al mes.
Pasando de la mesa al campo automotriz, los gobiernos igualmente llevan décadas imponiendo políticas tributarias subjetivas y equivocadas. Colombia tiene una de las industrias de carros más insignificantes del mundo en relación al tamaño de su economía. El número de carros por habitante en Colombia es insignificante y el parque automotriz es diminuto. Argentina, con diez millones de habitantes menos, produce y consume cerca de tres veces los vehículos que Colombia. ¿Y a qué se debe este fenómeno? A que en Colombia, con la arcaica tesis de que los carros (y los langostinos y el salmón) son productos para ricos, tienen una de las tasas impositivas más altas del mundo.
Un país que no busca incentivar a sus ciudadanos
a consumir lo mejor,
es un país condenado a permanecer pobre
Otra característica de un país pobre es cuando se dedica a exportar la ‘crema’ de lo que produce, reservando para el consumo interno el producto inferior. Esa era la política cafetera durante décadas en las que los colombianos, de manera inexplicable, consumíamos el peor café del mundo. Un país que no busca incentivar a sus ciudadanos a consumir lo mejor, es un país condenado a permanecer pobre. La pobreza, en muchos casos, más que una medición patrimonial o de nivel de ingresos, es un estado de ánimo. En otras palabras, tiene tanto de cualitativo como de cuantitativo. Cuando los gobiernos desincentivan la creación riqueza por medio de políticas fiscales torpes y cortoplacistas, como es un impuesto a lo que el burócrata de turno clasifica ‘productos de lujo o para ricos’, lo que se hace es alimentar la percepción de que el que haya pobres y ricos es una ley inflexible de la naturaleza. Es la fórmula para perpetuar la pobreza.
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Apostilla: Muchos pitos y flautas con los de la visita oficial a la Gran Bretaña, pero en materia de resultados concretos, pocón. ¡Ni siquiera estamos en la lista de los diez países cuyos ciudadanos podrán ingresar por la vía rápida al Reino Unido!
Publicada originalmente el 11 de diciembre de 2016
