El maniqueísmo sentimental de las redes sociales: ¿debemos llorar por todo o no llorar nunca?

El maniqueísmo sentimental de las redes sociales: ¿debemos llorar por todo o no llorar nunca?

"La noticia de primera plana resulta ser la noticia que no debe conmover, y la noticia que debe conmover es alguna noticia que ya no está en los titulares"

Por: Diego Alejandro Vargas Aguilar
diciembre 07, 2016
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El maniqueísmo sentimental de las redes sociales: ¿debemos llorar por todo o no llorar nunca?

Nunca lloré viendo documentales sobre la segunda guerra mundial. Me emocionaba ver los bombarderos descargando su arsenal sobre la ciudades enemigas y los ejércitos con sus tanques avanzando sobre el territorio conquistado, y el narrador relatando las estrategias de los generales para vencer a los enemigos, reabastecer a las tropas y mantener el control del terreno ganado a sangre y fuego.

Tiempo después me conmovió hasta las lágrimas el drama de una pareja de hermanos relatado en una película japonesa llamada “La tumba de las luciérnagas” que dramatiza la historia Seita y Setsuko que a finales de la segunda guerra mundial mueren a causa del hambre y la inanición mientras su padre muere en el campo de batalla.

¿Nadie ha llorado viendo una película, leyendo o mirando una novela incluso cuando se trata de un drama de ficción? ¿Nadie se ha emocionado viendo una película de acción, a dos equipos compitiendo en un reality  de televisión o a dos ejércitos intergalácticos enfrentados con sables luminosos?  ¿Y nadie se ha excitado viendo escenas de sexo explícito entre una o varias personas reales o animaciones como el hentai?

Ahora a lo que vamos, ¿qué hay de malo o de hipócrita con emocionarse hasta las lágrimas cuando vemos el drama real de otros seres humanos a través de pantallas de televisión convencionales, tabletas electrónicas o monitores de un computador?

En las redes sociales ha hecho carrera la idea de que si usted se conmueve  por una tragedia conocida a través de los medios de comunicación, también debe conmoverse por otra tragedia que es elegida al azar por la persona que hace las veces de juez de los sentimientos. Generalmente la noticia de primera plana resulta ser la noticia que no te debe conmover, y la noticia que te debe conmover es alguna noticia que en ese momento no está en los titulares a pesar de que en otros momentos sí haya estado en la retina de millones de personas a través de los medios de comunicación orales y escritos.

Ese maniqueísmo sentimental es el que usa a los niños de Siria como carnada para vender toda clase de memes que acusan de hipocresía y de doble moral a las personas que muestran conmiseración con alguna tragedia ocurrida en Francia, en Orlando o en los cerros de Antioquia. El argumento es el mismo y es repetido hasta el hartazgo: si usted llora por una tragedia, debe llorar por las otras tragedias que actualmente ocurren o que han ocurrido como si hubieran seres humanos que lloran por todos los desastres o todas las muertes. Si te conmovió el accidente aéreo que acabó con la vida de un equipo de fútbol, entonces también debes estar conmovido por la tragedia que viven los niños de Siria azotados por la guerra; y los memes nunca se hacen esperar a pesar de que en septiembre de 2015 la imagen del niño Aylan Kurdi le dio la vuelta al mundo después de que un accidente lo convirtiera en ícono de la tragedia que viven las personas que huyen de la guerra. Cuando aquella imagen del niño muerto en una playa de Turquía conmovía el mundo, por un momento en los despachos de los jueces del teclado las sentencias apuntaban a que se le estaba dando más importancia a ese niño que a los niños de África, de la Guajira o a las víctimas de la masacre de Ayotzinapa… ¿quién los entiende?

Todos somos selectivos a la hora de llorar. Nadie llora por todo o por nada, y todos somos proclives a que nuestros sentimientos sean conmovidos por un documental, por una película que relata la vida de dos hermanos japoneses a finales de la segunda guerra mundial, por una novela escrita o dramatizada por actores en un estudio cinematográfico o en las tablas de un teatro, por la historia trágica de un equipo de fútbol vista a través de los noticieros o por el sufrimiento de un familiar o amigo cercano, pero no lloramos viendo una película que no nos toca el “alma” o por la muerte de alguien que nunca amamos o que nunca vimos cantar y sonreír. Y también los medios de comunicación nos hacen reír, emocionar o excitar;  cuando un humorista narra sus chistes con su estilo peculiar, cuando vemos una batalla épica entre zombis o alienígenas, cuando vemos dos equipos enfrentados en un estadio de fútbol o cuando disfrutamos de la pornografía. Los medios de comunicación tienen el poder de influir en nuestro estado de ánimo y nadie esta exento, ni siquiera los jueces que pretenden decirnos lo que nos debe conmover para ser un buen ejemplo de ser humano que no se deja manipular de los medios de comunicación.

Todos somos susceptibles de ser manipulados por algún medio de comunicación oral o escrito, por un vendedor de perfumes o de ropa, por los géneros musicales que describen nuestras historias de amor como si las canciones hubieran sido creadas especialmente para nosotros despertando recuerdos y reviviendo viejas heridas; nos manipula el papá o el hijo, la esposa o la novia o los profesionales en el arte de la publicidad.  Ahora los medios de comunicación no son solo los canales de televisión convencionales o las estaciones de radio a las que algún día llamamos para pedir una canción; y ahora tenemos en la escena las redes sociales, lo suficientemente poderosas como para destruir la reputación de las personas sin importar su inocencia o culpabilidad o para convencernos de que es mejor creer en lo que dice un video publicado en YouTube, una cadena de WhatsApp, la actualización de estado de un amigo de facebook o el infaltable meme compartido indiscriminadamente sin el menor análisis crítico.

El escritor y filósofo italiano, Umberto Eco dijo  "Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos rápidamente eran silenciados, pero ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los imbéciles"

Tengo que discrepar con Umberto Eco, porque reconozco el valor de las redes sociales para canalizar la indignación, unir a las minorías y dar voz a  quienes hasta ahora no tenían voz; pero tal vez hay un precio que debemos pagar por la maravilla de las redes sociales, y ese precio son esas legiones de idiotas, idiotas que quieren que si lloramos por algo debemos llorar por todo a pesar de que ellos mismos no lloran por todo debido a que tal hazaña es imposible e ilógica. Legiones de idiotas que seguirán haciendo memes cada vez que una tragedia conmueva al mundo para invitar a la gente a llorar por otra cosa mientras ellos sonríen viendo el enorme rating que genera la difusión de esas obras de arte de la estupidez.

 

 

Adenda.

¿De verdad no les parece patético que exista gente que se quejaba del cubrimiento de la tragedia aérea del club Chapecoense con el argumento de que se estaba olvidando a los niños que sufren en Colombia, pero ahora que la tragedia de Yuliana Samboní está en primera plana las criticas siguen con el argumento de que se están olvidando de otros niños? Para esa especie de personas va dirigido este artículo. Aclaro, yo soy muy crítico de los medios de comunicación, pero esa crítica no puede ser selectiva y por eso también soy crítico de las redes sociales que son el principal medio de comunicación de los jóvenes en este momento.

 

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