A Colombia no la entiende nadie y menos nosotros mismos. Cuando estábamos en la mitad del conflicto armado con las Farc y la televisión solo nos mostraba sangre, este país se consideraba feliz. Ahora que desafortunadamente siguen matando líderes populares, pero se abre la puerta de la paz con este grupo armado y seguramente con el ELN —porque o los liquidan o llegan a un acuerdo con el Gobierno— el negativismo ha inundado la opinión del país. Esta nube oscura que parece haber caído sobre nosotros no es homogénea, obedece a distintos intereses, unos buenos y otros no, y requiere de análisis más objetivos que, aunque existen no se interpretan como tales, sino que se les busca el lado negativo.
Lo primero que es necesario aclarar es que estamos en la etapa de las vacas flacas de la economía, no somos los únicos y esto obedece a muchos factores, externos e internos, y a una serie de errores cometidos por muchos gobiernos, por muchos dirigentes, por mucho triunfalismo de los respectivos dirigentes públicos y privados, y por el exceso de egoísmo de otros. Fue muy ingenuo e irresponsable pensar que la bonanza creada por los precios internacionales de nuestras exportaciones y no por la construcción de una base productiva interna en distintos sectores, iba a ser eterna. Este error que cometieron los tres últimos gobiernos, sobre todo, los tres primeros, dos de Uribe y uno de Santos, les impidió ahorrar para estos momentos de poco crecimiento y estimular realmente el sector agropecuario, la industria, y modernizar la actividad de servicios. Claro que Chile ahorró, pero está peor o igual a nosotros probablemente porque tampoco diversificó más sus exportaciones.
El sector privado que ahora se lava las manos
y no quiere pagar impuestos es igualmente culpable
Pero el sector privado que ahora se lava las manos y no quiere pagar impuestos es igualmente culpable. Los productores de muchos sectores industriales se convirtieron en importadores porque la tasa de cambio favorecía este negocio, y esto sucedió bajo la mirada de gremios que no hicieron nada para ayudar a ampliar la producción nacional y la oferta exportable. Se confirmó nuevamente que el sector privado, el mercado, se mueve a donde está el negocio de hoy sin importarle mucho el futuro. Esto es especialmente cierto cuando se da como en Colombia, esta perversa unión entre el poder económico y el poder político. Así se garantiza que a ellos nunca les va mal porque se socializan sus pérdidas y se privatizan sus ganancias.
A esta realidad se suma el factor más decisivo para este pesimismo: la terrible y cruenta división del país. No es el sí y el No, que sin duda ayudó a la confrontación, sino esta percepción tan distinta que estos dos sectores tienen sobre lo que debe hacer la sociedad colombiana. Se acabaron los argumentos y se impusieron los insultos lo que hace inmanejable la situación. Y a todos, aun a los que creemos que empezamos una nueva etapa, nos afecta negativamente ver cómo se perdieron los límites, todo es válido y la lucha por el poder se volvió otro tipo de guerra.
No ayuda para nada la política cada vez más perdida,
con unos jefes de partidos endiosados, prepotentes,
y de paso muchos de ellos sin hojas de vida claras
No ayuda para nada la política cada vez más perdida, con unos jefes de partidos endiosados, prepotentes, y de paso muchos de ellos sin hojas de vida claras, para llamarlas de alguna manera. Y para rematar los nuevos ricos que no son ya necesariamente mafiosos, sino que son ladrones clase A de los recursos estatales que, al comprar a muchos funcionarios públicos, logran que se le entreguen a dedo concesiones de obras públicas, con cifras escandalosas.
Pero no matemos la esperanza de la paz y trabajemos para quitarnos de encima ese pesimismo que está cerrando las puertas de un futuro mejor. Para esto se necesita un esfuerzo de todos y más de aquellos que creen beneficiarse de la ola negativa que nos invade.
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