Después del golpe del NO y la subsecuente plebitusa, la elección de Trump no me tomó por sorpresa. Albergaba la leve esperanza de que sucediera un milagro, que el bajón en las encuestas llenara a los americanos de pánico y salieran a votar en masa en contra de la amenaza naranja. Pero al ver a Wisconsin y Michigan en rojo pálido (estados que estaban metidos en las cuentas alegres del equipo Clinton), sabía que ya todo estaba perdido.
Adiós a la energía verde, al matrimonio igualitario y el seguro de salud para millones de gringos. Madres condenadas a muerte por un embarazo ectópico o una preeclampsia. Millones de latinos deportados, más afro-americanos asesinados por la policía, los musulmanes en campos de concentración y la economía mundial en caos. El medio oriente bombardeado hasta el polvo para subsidiar la industria armamentista con la excusa de la ‘guerra al terror’.
Pero, honestamente, me mortificaba la idea de ver a Trump vanagloriándose de su triunfo. El mentón levantado, la boca retorcida en la mueca asquerosa que lo caracteriza y sus diminutos dedos extendidos tratando en falso de apaciguar a la multitud intoxicada con sus oraciones de tres monosílabos. Y luego Ivanka publica esta foto cuando ya el NYT daba un 85% de certeza de victoria para el republicano.
Esta no es la cara de un megalómano ad portas de las llaves de la casa blanca y los códigos del botón rojo. ¿Miedo? ¿Pánico? El terror de enfrentar una tarea para la cual estás supremamente consciente de que no te alcanzan las neuronas. ¿De verdad me están eligiendo a mí, el mujeriego que no ha pagado impuestos en 20 años, el hombre de negocios que ha quebrado más veces que los dedos de una mano, el bully de las minorías, el que parrandeaba con un pedófilo convicto? ¿Qué tan estúpida es América?
Algo así debió ser la llamada de Hillary:
HC: Felicitaciones, Sr. Presidente electo.
DT: Lo siento, Hillary. Esto no debía pasar. Tú sabes que hice todo lo que pude.
HC: Yo sé, Don. Gracias. Ahora tengo que escribir un nuevo discurso.
DT: Yo también. Lo siento.
¿Estoy loca y hablando babosadas? Probablemente. Pero como todo el mundo en Internet tiene derecho a armar teorías conspirativas, por qué no hundirnos en la etapa del duelo llamada negación y elaborar al respecto? ¿Qué tal si todo esto fue un tiro salido por la culata?
Si, conscientes del paupérrimo nivel de aprobación de Hillary, decidieron enfrentarla al candidato contra el que nadie, y menos ella, podría perder. Un tipo mujeriego, misógino, racista, deshonesto, antipático, sin experiencia y con una esposa que posaba desnuda. ¿Qué ganaba Trump con su derrota? Una base de fans para montar una cadena ‘conservadora’ que le hiciera la competencia a FOX news. Muertos de la risa, estarían planeando lo infalible sin prever el galimatías que le pondría fin a los 30 años de esfuerzos por romper el techo de vidrio: Hillary Rodham como residente en jefe de 1600 Pennsylvania Avenue.
¿No me creen? Si el discurso de aceptación estuvo en el tono conciliatorio esperado de cualquier presidente electo, qué me dicen de la reunión con Obama? Está bien, los cumplidos de rigor. Pero Trump diciendo que va a buscar consejo del Keniano? Esto está muy extraño.
Sin embargo el presupuesto no me alcanza para la película en la que me estoy montando. Trump ya se reunió con los goleros que controlan Senado y Cámara: Paul Ryan y Mitch McConnell. Unos tipos de traje que sirven a los dioses corporativos que financian sus campañas. Abolir Obamacare y pasar una reforma tributaria que haga a Wall Street tener una sobredosis colectiva celebratoria son los primeros puntos de la lista. Un notorio escéptico del cambio climático suena para jefe de la agencia ambiental (el equivalente de Garavito como director del ICBF), Pence estudia como implantar la ley de Salvador que encarcela a las mujeres con abortos espontáneos. Kelly Ann Conway está mirando la hoja de vida de la versión rubia de Ordóñez para la Corte Suprema e Israel alista el buldozer para desaparecer al Estado Palestino del mapa.
Mientras tanto, allá abajo, el motivo que desvela a la ciudad que nunca duerme no es la rumba ni el teatro, es la indignación de tener a un bufón sin el menor indicio de decencia humana como hombre más poderoso del mundo. Una madre musulmana ruega a sus hijas que no usen el hijab; a aquellos con pieles en 50 sombras de café se les invita brutalmente a volver a casa; aquellos cuyas ramas más bajas de su árbol genealógico están más cerca de Africa temen un regreso a los años maravillosos, los buenos tiempos cuando eras linchado por osarte a mirar a una mujer blanca. El Ku Klux Klan anuncia desfiles navideños y los jóvenes de las fraternidades anuncian alegremente su propósito de agarrar tantas cucas como sea posible.
El monstruo de los bajos instintos y la mirada verde ha despertado del ligero sueño impuesto por la ‘corrección política’. Ese travesti del lenguaje utilizado para demeritar las reglas más básicas de la convivencia humana: el respeto por la dignidad y la integridad del prójimo.
Por lo pronto y hasta el 20 de enero, estaré escuchando en mi cabeza el chillido de los violines que precede el comienzo del horror.
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