Se llama Julio César González. Un nombre que ya quedó borrado por su firma: Matador. Empezó en el periódico La Tarde de Pereira, a comienzos del año 2000, y desde ahí se convirtió en uno de los tantos muchachos de provincia que le enviaba sus dibujos a Daniel Samper Pizano, entonces editor de El Tiempo, con el afán de ser descubierto. A sus 35 años ya había dejado las impenitentes noches de rumba que perturbaban sus estudios de publicidad en la Universidad de Manizales, ya había manejado taxi por no conseguir puesto en ninguna agencia, ya había remojado su tristeza en los cuentos de Fontanarrosa y ya había cargado en sus brazos a Sara, su hija, su amor sagrado, su heroína.
Samper Pizano no tardó en reconocer la originalidad, los buenos trazos y lo arrojado que era. No sólo lo recomendó a los directores de El Tiempo, los primos Enrique y Rafael Santos, sino que lo acogió como su discípulo. Lo fue puliendo; le quitó lo escatológico, las palabras que le sobraban hasta convertirlo en Matador.
Desde que empezó a los 16 años en el periódico risaraldense El Fuete, Matador ha desplegado su humor irónico contra alcaldes, senadores, presidentes y Uribe, sobre todo Uribe. Sin embargo la única vez que recibió algo parecido a una amenaza fue por culpa de una caricatura que publicó en la que se mete de frente con la pederastia con los curas de Pereira. Un señor arrodillado frente a un confesionario dice: “Padre, acúseme que a mi me gustan los hombres” El sacerdote le contesta: “Hijo mío reza siete padrenuestros y déjame tu teléfono.
El chiste despertó la ira eclesial. Un sacerdote de Pereira ordenó su excomunión y el repudio social. Con esta reacción Matador supo que estaba por el buen camino, que todas esas lecturas de Klim, Woody Allen, Mark Twain y los aforismos de Nicolás Gómez Dávila empezaban a notársele en su estilo mordaz, fresco, eternamente joven.
A partir del 2007 y gracias a la incursión de Facebook que sirvió de plataforma para difundir, su popularidad no tuvo fronteras. Vinieron el Premio Simón Bolívar, las ilustraciones en los libros de humor de Daniel Samper Pizano y un nuevo round con la Iglesia cuando estrenó la eutanasia con su propio padre en Pereira y no tuvo reparo en protestar a los cuatro vientos la demora del servicio médico para ayudarle a irse en paz a su padre José Ovidio González Correa que imploraba poder liquidar el dolor de su cáncer terminal
La buena racha no lo cambió. Vinieron a subirle el sueldo en El Tiempo en el 2010 y ni así ha querido trasladarse a Bogotá. Sigue en su querida Pereira. Cada día llega a las siete de la mañana al edificio del Diario del Otún en donde ahora trabaja en su oficina del piso 17. Allí después de un cafecito, de contestar algunos correos, de tomarle el pulso al país en las redes sociales, siempre con la radio y la televisión apagadas, Matador pinta la histórica coyuntura que cruza el país y hasta se atreve, en medio de la mordacidad, a darle espacio a la esperanza: