Con el nuevo impuesto a los libros Santos nos va a dejar aún más ignorantes

Con el nuevo impuesto a los libros Santos nos va a dejar aún más ignorantes

Carta abierta al Presidente y a su ministro Mauricio Cardenas.

Por: Jesús Daniel Ovallos Clavijo
octubre 23, 2016
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Con el nuevo impuesto a los libros Santos nos va a dejar aún más ignorantes

 

 Reciban ustedes un cordial saludo:

La presente tiene como objetivo realizar la petición de que recapaciten y desistan en la idea de gravar la producción literaria, puesto que sería vergonzoso pasar a aumentar a la lista de países con impuestos a los libros (en Latinoamérica, solo Chile y Guatemala lo tienen), pues es una medida que contribuirá a ampliar la desigualdad educativa en el país.

Aclaro de antemano que, si bien no soy experto en economía, no soy precisamente lo que pudiera llamarse un analfabeta en ese tema. Por tal razón, soy consciente de las dificultades generadas por las bajas en los precios del petróleo y sus nefastas consecuencias en la economía nacional (aunque cuando hubo bonanza, acá ni la sentimos, pero bueno), así que comprendo que debamos meternos las manos a los bolsillos, porque al fin y al cabo para eso somos un Estado ¿No? Pero hay un rubro que, por su vitalísima importancia, llama especialmente mi atención.

De acuerdo a la Encuesta de Consumo Cultural realizada por el DANE en el año 2014, el promedio de libros leídos por habitante en nuestro país es de apenas 4,2. Este dato, sin embargo, es engañoso, si tenemos en cuenta que el Centro regional para el fomento del libro en Latinoamérica y el Caribe descubrió en su Estudio de comportamiento lector y hábitos de lectura del año 2012, que el 68% de los colombianos no leía. De este informe se infiere que el promedio de libros por habitante en Colombia es levantado por esa minoría lectora del país ¿Preocupante, no?

Ustedes mismos, en el ejercicio político, han sufrido las consecuencias de la poca capacidad lectora del colombiano promedio, que con mentiras y engaños descarados fue seducido a tomar una decisión política, no motivado por el saber, sino por el desconocimiento (véase Plebiscito por la Paz); porque claro, un pueblo que solo lee cuatro libros al año no se iba a poner a leer 297 páginas de un acuerdo “incomprensible”. De haber tenido una cultura lectora, créame que mis compatriotas no se habrían dejado meter los dedos en la boca (al menos así de fácil). Es que, verán, los libros no son bienes de consumo como cualquier otro: son la ventana al verdadero conocimiento; es la lectura la que dota de criterio al ser humano. Con los resultados del plebiscito quedó demostrado que el sistema educativo nacional es un fracaso y que los maestros fallaron en su trabajo de generar reflexión en los alumnos. Así que, en cuanto a la capacidad de análisis y de reflexión de los colombianos, solo queda confiar en los libros.

Una de las explicaciones recurrentes para nuestro escaso consumo de libros, es que en promedio un libro en Colombia cuesta alrededor de 40.000 pesos. Si tenemos en cuenta que el salario mínimo establecido para el presente año no alcanza a ser ni siquiera de 700.000 pesos, es comprensible que quienes lo devengan lo piensen dos veces para adquirir uno. ¡Imagínense si se llegan a poner más caros!

Pero gravar las producciones literarias no solo perjudicará los bolsillos de los lectores entusiastas, sino que afectará el ya deprimido sector editorial. Si de por sí compramos pocos libros, la afectación por el impuesto puede llevar a consecuencias desastrosas.

Piense además en los autores. Han tenido que pasar por las duras y las maduras para acceder a su material de estudio, para publicar sus trabajos académicos o historias personales. Son ellos los que dan cuenta del avance científico del país, los encargados de hacer que la historia patria no quede en el olvido. No es justificable hacer aún más difícil el acceso a sus trabajos. ¿Cuánto se puede ganar por impuestos a los libros en un país en el que no se lee? No me parece justificable.

Por otro lado, piensen en lo absurdo de gravar las actividades culturales. Poner impuestos a dichas manifestaciones es como pagar al Estado por hacer de la nación lo que es. Es la cultura al fin y al cabo lo que nos mantiene unidos y nos representa ante el mundo, así que imponer gravámenes a cualquier producción cultural, que son el testimonio de los pueblos, equivale a poner impuestos por construir la memoria de la nación y hacerla perdurable.

Por lo tanto, estoy totalmente convencido de que gravar los libros solo incrementará las condiciones de inequidad educativa, en un país que la necesita hoy más que nunca.

Agradeciendo su atención prestada, me despido.

 

Jesús Daniel Ovallos

Estudiante de Comunicación social y director de la Escuela Juvenil de Escritores de Ocaña.

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