Los fans del novelista japonés Haruki Murakami creían que este año Philip Roth, otro eterno aspirante, sería el único que se le atravesaría en el camino hacia el Premio Nobel. Pero esta madrugada todo se rompió en mil pedazos cuando anunciaron desde Estocolmo que Bob Dylan era el ganador. Sorpresa absoluta e indignación inmediata en los anquilosados nichos de los intelectuales de siempre y en la de los apostadores: el trovador norteamericano aparecía en la posición 50 entre los favoritos. Según el comunicado el premio se le otorgó por “haber creado nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición de la canción americana”.
En Colombia la decisión de la Academia Sueca ya empieza a despertar polémicas. Mientras la poeta Piedad Bonnet dijo que había sido una equivocación porque “Los poetas no necesitan música”, Carolina Sanín, desde su Facebook, hizo uno de sus ya típicos comentarios brillantes y mordaces: “Para los ignorantes que dicen "es un cantante, más que un poeta". ¿No se han dado cuenta de lo mal que canta, según cualquier canon? ¡Viva el gran poeta de mi tiempo, en cuya imagen fui joven!”.
Dylan es un misterio viviente: nunca da entrevistas y en sus recitales ejerce la absoluta libertad para hacer la versión que se le de la gana. Su voz y sus letras fueron fundamentales para inspirar a la generación de los años sesenta a desplegar la contracultura que puso en jaque el orden establecido.
Por ahora nada mejor que rendirnos ante el poder de Dylan el juglar, de Dylan el profeta, en esta letanía bastante apropiada para estos Nuevos Tiempos en donde la gente ha vuelto a salir a la calle. Sí, Los Tiempos Están Cambiando: