Para nadie es un secreto que la guerra en Colombia se pelea en las periferias. Aunque ciudades como Bogotá y Medellín sintieron el estruendo de las bombas de Pablo Escobar en su guerra particular contra el Estado y la extradición, y Cali vivió la incursión de un comando guerrillero cuando las FARC plagiaron a los diputados de la Asamblea del Valle, estos eventos no han sido el común denominador de la multifacética guerra colombiana. El conflicto armado ha sido especialmente cruel con los pobladores de las zonas más remotas del país. En estos lugares la presencia del Estado se ha limitado a las campañas de fumigación aérea de cultivos ilícitos, los bombardeos y la imposición de la bota militar.
Llegar a Riosucio (Bajo Atrato - Chocó) desde Bogotá toma más tiempo que viajar desde Bogotá a Londres, Nueva York, Frankfurt o Los Ángeles. Primero hay que tomar una avioneta que aterriza en Apartadó. Desde el aire es posible ver como grandes extensiones de tierra del Urabá han sido colonizadas por la agroindustria del plátano y el banano. Al tocar pista en Apartadó lo primero que se siente es un calor húmedo que hace que la ropa se pegue a la piel. Desde Apartadó hay que tomar camino tres horas hasta Belén de Bajirá, un corregimiento disputado por Chocó y Antioquia, donde el poder de las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC) es tan evidente que ha dejado sus marcas en todos los muros del pueblo sin excepción. Desde acá hay que tomar trocha en un Was unas cuatro o cinco horas hasta Riosucio, trocha que divide los territorios colectivos de La Larga Tumaradó y Pedeguita Mancilla, en el margen oriental del río Atrato.
El conflicto armado
La subregión del Bajo Atrato comenzó a ser ocupada por las FARC y el EPL desde comienzos de la década del 80, quienes construyeron sus bases sociales en los incipientes sindicatos de las fincas bananeras. Pero fue a partir de la segunda década de los noventa, con la entrada de las ACCU primero, y las AUC después, que el conflicto armado se agudizó en la región. El Bloque Bananero y la Casa Castaño desde el oriente, y el Bloque Élmer Cárdenas desde el occidente, subieron por el río Atrato conquistando a sangre y fuego los territorios de comunidades negras y mestizas. Las FARC se replegaron hacia el margen izquierdo del río Atrato, a zonas selváticas prácticamente impenetrables.
Así, los paramilitares, en connivencia con empresarios y particulares, consolidaron una estrategia macrocriminal de despojo en la región para el desarrollo de proyectos económicos de monocultivo de plátano, palma y ganadería extensiva de reses y búfalos. La famosa frase de “me vende usted o le compro a su viuda” nació en esta región. La toma de Riosucio en diciembre de 1996 y la Operación Génesis en febrero de 1997 fueron dos de los hitos más conocidos de este violento periodo. En esta última, la Corte Interamericana de Derechos Humanos declaró la responsabilidad del Estado por la acción conjunta entre el Ejército y los paramilitares en una aterradora incursión donde Marino López Mena fue decapitado, su cuerpo desmembrado y arrojado al río y posteriormente jugaron fútbol con su cabeza.
Según el Registro Único de Víctimas, en 1996 Riosucio fue testigo de 118 homicidios vinculados al conflicto armado. En 1997 hubo 262. Este dato es relevante si se tiene en cuenta que apenas cinco años antes solo se habían presentado dos homicidios en el municipio. En este periodo se presentaron índices de desplazamiento forzado escalofriantes: 11.671 casos en 1996 y 66.379 en 1997. De ahí en adelante se ha registrado un promedio de 16.860 con solo dos años con menos de 10.000 casos: 2010 y 2016.
El proceso de desmovilización de las AUC no contribuyó a reducir la violencia y el despojo. Las autodenominadas AGC, comandadas por ‘Don Mario’ (hermano de ‘El Alemán’, jefe máximo del Élmer Cárdenas) comenzaron a ocupar los territorios que habían estado bajo el control de los paramilitares en Urabá. Tras la captura de ´Don Mario´, los hermanos Úsuga, ‘Giovanny’ y ‘Otoniel’ se hicieron cargo de la organización dedicada al tráfico de drogas, el contrabando, la extorsión y la provisión de “servicios de seguridad” al mejor postor.
La importancia de Riosucio para todos los actores del conflicto radica en su posición geoestratégica: dominar el municipio implica controlar el curso del bajo Atrato, tener un corredor estratégico hacia Panamá, y corredores de movilidad hacia el Pacífico, el mar Caribe, el Urabá antioqueño y el Nudo de Paramillo.
El Acuerdo y el plebiscito
Sólo el cese al fuego entre las FARC y el Ejército ha dado un respiro de alivio y esperanza a la población de Riosucio. Por esta razón, el pasado 2 de octubre el municipio se manifestó contundentemente a favor de la salida negociada al conflicto armado entre el Estado y las FARC (3462 votos, 90.93% por el SÍ). No obstante, hubo una tasa de abstención muy alta: solo participó el 28.68% de la población habilitada para votar.
Existen varias causas que podrían explican este fenómeno: Por un lado, aparte de un foro organizado por Viva la Ciudadanía, no hubo pedagogía para explicar el Acuerdo y la Alcaldía municipal se abstuvo de participar para evitar polarizaciones. Además, en un contexto de extrema carencia (el Índice de Pobreza Multidimensional –IPM- del municipio registra un valor de 91.45%), movilizarse hacia los puestos de votación requiere de una inversión individual gigantesca. Las veredas y corregimientos en el margen occidental del Atrato no cuentan con vías de acceso y el día del plebiscito no hubo transporte fluvial disponible para los votantes, como siempre ha existido en anteriores elecciones. Por otra parte, el municipio iba a albergar uno de los campamentos de las FARC en una zona con presencia generalizada de grupos paramilitares, lo que generaba zozobra entre la población y pudo haber motivado parte de la abstención.
Según varios habitantes del municipio, el voto por el NO estuvo asociado al miedo de una posible alza en los impuestos y el supuesto $1.800.000 que se le iba a pagar a cada guerrillero. A diferencia de la pedagogía sobre el contenido de los Acuerdos, la desinformación patrocinada por el Centro Democrático llegó a este rincón del país.
La noticia de la victoria del NO en las votaciones del pasado 2 de octubre sumió a la población en la tristeza y la indignación. Los riosuceños afirman que “la gente de la ciudad nos dejó morir”. Trágicamente esta frase no es solo un modismo sino una posibilidad manifiesta. En efecto, los guerrilleros habían comenzado a movilizarse hacia la zona de concentración y el Ejército tenía orden de dejarlos pasar. A partir del pasado 6 de octubre, luego de los resultados negativos, las FARC comenzaron a replegarse. La población teme que una eventual reanudación de los enfrentamientos entre las FARC y los demás actores armados va a generar una espiral de violencia mayor a la que se vivía previamente, especialmente en el margen oriental de río donde se encuentran los territorios colectivos de Salaquí, Truandó y Cacarica, entre otros.
Si los Acuerdos de La Habana no se salvan, existen grandes posibilidades de que las FARC decidan emprender una ofensiva militar violenta para reconquistar los territorios que abandonaron y que fueron ocupados por otros grupos armados como el ELN, al comenzar el protocolo previo a la concentración. La escalada de violencia también comprendería la exposición y persecución de sus estructuras, que se habían empezado a mostrar de forma más abierta, en camino hacia la desmovilización. Un habitante de la zona manifestó que “si se cae el cese al fuego va a haber mayor riesgo que antes porque algunos guerrilleros ya se movilizaron y salieron a la luz y va a empezar el boleteo”.
La movilización
El pasado 6 de octubre la población de Riosucio marchó a favor de lo acordado en La Habana y su implementación. Exigieron el mantenimiento del cese al fuego bilateral y de hostilidades y la continuación del proceso de paz, pidiéndole a ambas partes que no se paren de la mesa. Las consignas de la marcha fueron “por la reivindicación del campo, sí a la paz”, “el Atrato es sagrado, el Atrato es Colombia”, “El NO hirió a la paz, el SÍ la hará volar”, entre otras. Uno de los pobladores sintetizó el sentir de Riosucio: “El mensaje a las FARC es que no tumben el proceso, no porque perdonamos porque no se trata de eso, sino de que no queremos más guerra. Acá los apoyamos”.
Esta movilización, así como todas las que se han producido en favor de la paz en los últimos días en el país contienen un mensaje fundamental: que ésta le pertenece a la nación colombiana, pero especialmente a la inmensa mayoría de colombianos de las zonas más apartadas y afectadas por el conflicto armado del país. No es propiedad de Santos, ni de Uribe, ni de las FARC. No debe estar sujeta a negociaciones entre las dos facciones de la élite colombiana en pugna por el país. La búsqueda de la paz no puede conducir a un nuevo pacto al estilo del Frente Nacional. Por esta razón, el componente de verdad de la Jurisdicción Especial para la Paz no se puede sacrificar. Tampoco el componente de equidad en el acceso a la tierra de la Reforma Rural Integral. No es justo que una persona que vive a más de 10 horas de viaje y que nunca ha oído mencionar el pueblo en el que uno vive lo condene a vivir en guerra. ¿O estaría usted de acuerdo con que las decisiones sobre su futuro fueran tomadas en Londres, Frankfurt, Nueva York o Los Ángeles?
Por: Juan Sebastián Salgado y Silvia Pabón