El amargo despertar del plebiscito por la paz me deja muchos aprendizajes, como la vida misma, todos los partos son dolorosos pero la vida siempre se abre camino. En una sociedad tan hipertecnologizada como la actual en la que fácilmente se confunde información con conocimiento los pensamientos simplistas y dogmáticos desplazan la capacidad de diálogo y el razonamiento crítico. Poco me importa ya entrar en el debate de como puede ser posible que un país como Colombia que ha sufrido el desgarramiento interno de su población y ha vivido generación tras generación la más encarnizada guerra no acepte el desarme de sus guerreros. Será la clase política de turno la que deba responder ante la historia su genocida acción. Ya sus manos están manchadas de sangre. Me interesa más el fenómeno ocurrido en las redes sociales.
En los últimos 4 años, hemos visto como un festivo espacio de paz y reconciliación se tomaba las redes sociales; las víctimas se visibilizan y los victimarios ofrecían perdón y la esperanza de reparación y no repetición. Este panorama hacia parecer un trámite el proceso del pasado 2 de octubre; pero en el país del sagrado corazón de Jesús siempre hay espacio para el realismo esta vez para nada mágico. Y es que el triunfo del NO al acuerdo de paz es un espejo que nos muestra tal y como somos: una sociedad taimada, achapada, egoísta y sobretodo indiferente. Es que más del 60% del país demostró que no le importa en lo más mínimo lo que pase en su realidad y entorno más inmediato. Así es, porque aunque se crea erróneamente que el conflicto armado que vivimos es cuestión del campo y de los pobres que van a la guerra, difícilmente las cosas continuarán igual y lo más natural es que el conflicto se degrade aún más (increíblemente esto es posible; la historia ha demostrado lo creativos que llegamos a ser para matarnos) y esta guerra toque a las indiferentes puertas de las ciudades.
Es fácil entender como más de la mitad del país no salió a las urnas y su indiferencia fue la elección ( independientemente de su elección por el Sí o No) y prefirió ver alguna película dominical, partido de fútbol o simplemente haciendo zapping en uno de los infaltables televisores de casa. No habían las acostumbradas condiciones electorales, entiéndase como la maquinaria política que con Tamal, Lechona y Cemento (el conocido TLC) alimenta esta democracia. Tampoco se escucho el pregón del siempre bienvenido incentivo a la democracia, es decir ¿a cómo están pagando el voto vecino?, ni el milagroso acto dominical de resucitar muertos para ampliar la ventaja electoral. No, esta era una jornada más bien caricaturesca, mas para algunos que aún confunden la paz con el espíritu santo; es decir una paz alada y blanca; para quienes era imposible perder en esta oportunidad. Además, con tanta propaganda y publicidad, la mermelada engrasaba la maquinaria política (entiéndase como dinero que da el gobierno de turno a sus amigos -el Quid pro quo de toda la vida-) que garantizaba la victoria; así que para qué ir.
Por otro lado, esa clase media “bien informada” (para los que la televisión es maná de verdad, desprovista de interés económicos) que alimentándose del discurso propagandístico decidió seguir la estrategia de la avestruz y se abstuvo de su voto, como si ante una decisión de vida o la muerte hubiese posibilidad de intermedios. Pero es que ante un país tan polarizado siempre es mejor quedar bien con todos, esa es la mejor decisión para los que no son ni chincha ni limonada,de ahí lo de taimado y achapado de nuestra sociedad.
Por último aquellos que cuán jugadores de póquer apostaron nuestro futuro a entregarle nuestra paz a una clase política que no vive en nuestra realidad como si se tratara de un botín de guerra para que negociarán con nuestra secuestrada esperanza el precio de la paz para alimentar su ambición. Y es que el mesías de turno, caudillo de nuestra época, clarividente y proclamado “gran colombiano” exigía su lugar en la historia. Solo servía la paz sí está llevaba su firma. Y es que es tan caricaturesca nuestra dolorosa realidad de país que hasta pastores evangélicos embriagados del poder económico-político vociferaban que no sé puede legislar sin dios.
Y aquí estamos, peor que 4 años atrás, pues peor que perder la esperanza es temerle. El estruendo de la guerra comienza en do menor y las valkirias se preparan para entrar en escena. Estos años han sido solo un tanque de oxígeno para continuar con la asfixiante guerra que vivimos. Una tortura verla tan cerca (en el acuerdo de los guerreros) pero tan lejana (en el corazón de nuestro pueblo). Mientras tanto, acá en Macondo, continuarán los likes, trending topic, marchas de blanco y retuits con mensajes de paz y los domingos venideros las romerías se alimentaran de fervientes feligreses que piden y oran por la PAZ.
Pero la paz no llega, no llega en su angelical e inmaculada forma, llega solo su malvada hermana gemela: la pacificación.