Me he tomado varias horas para pensar de frente a los acontecimientos del día respecto al plebiscito. Escuché las noticias, escuché el discurso de Santos, revisé las estadísticas por departamentos, le hice cacería al mensaje del papa (no lo encontré) y husmeé en mi timeline de Facebook.
Tal vez esto último fue lo que más me llamó la atención. Muchos de mis contactos -por no decir que la gran mayoría- que hasta esta mañana publicaban un montón de estados cargados de esperanza y alientos para construir un mejor país, después de las 17:00 empezaron a actualizar sus posts con deprimentes mensajes en los que resalta su decepción por el país en el que les tocó nacer y por la forma en la que éste se comportó frente a este mecanismo de participación ciudadana en cuestión.
A ver, a ver, a ver, ¡vamo' a calmarno'!
¿Qué pasó, amiguitos? ¿Acaso no éramos la generación de la esperanza, la de las utopías? ¿Acaso no sabíamos de antemano que el país estaba hiper-polarizado y que justamente estábamos llamados a construir la paz también con los del No?
Con esto no cambio mi discurso. Me duele y me llena de tristeza el resultado. Asumo esta derrota al modo de quien siente que se le resquebrajaron las ilusiones y que se le fundieron los sueños. Me encuentro confundido y siento hondamente la desilusión de tantas víctimas que confiaban en nosotros, pero resulta y pasa que cuando decidí dar mi #Sí lo hice de forma libre, sin medias tintas; desde el inicio me la jugué con toda y no permití que entraran condicionamientos en mi decisión. Cuando hoy marque X sobre el #Sí en la papeleta del plebiscito asumí el más grande compromiso con Colombia, independientemente de los resultados. Acepté que quiero construir la paz en todo momento y en todo lugar, especialmente ahora que ganó el #No, justamente porque lo necesitamos.
Más allá de eso, siento que necesito hacer un par de claridades:
1. Es evidente que Colombia NO es una nación democrática. Con unos 34 millones de personas aptas para votar, hoy nos acercamos a las urnas tan solo 13 millones, de los cuales, el 50,2% tomó la decisión de postergar el fin de la guerra con las Farc para más tardecito. De esos 13 millones la gran mayoría -lo asevero abiertamente y que se venga una avalancha de arena sobre mí- no votó impulsada por la reflexión profunda y animada por el debate argumentado, sino que se dejó llenar la conciencia de discursos demagógicos cargados de odio y resentimiento, lo que indica que sus votos fueron viscerales y emotivos con muy bajo sentido de alteridad, empatía y proyección de futuro.
En este momento Aristóteles se debe estar burlando a carcajadas de nosotros, por algo no era muy amigo de las democracias. Yo disiento de su punto de vista; las democracias son lo mejor que nos hemos podido inventar en política, solo que un voto aventurado al azar y a las emociones sin ser pasado por el rasero del análisis crítico es muy peligroso y no necesariamente democrático, puesto que no piensa en el mayor bien común, sino que se deja llenar la cabeza de miedos y de otras cucarachas y lo convierten en un voto de la demagogia.
2. Un muy querido amigo me escribió que desde por la mañana ya sabía los resultados: Más allá de si eran a favor del #Sí o del #No, la gran ganadora de la jornada sería la corrupción. Le hallo la razón a mi amigo. Nuestra cultura colombiana es proclive a la corrupción y no me refiero directamente a la política. Esa es apenas una consecuencia de nuestro modo de hacer: "el vivo vive del bobo", "no dar papaya", "a papaya puesta..." y otros más que, entre chiste y chanza, demuestran de qué estamos hechos.
3. El populismo no conoce de derechas ni de izquierdas en este continente y su sombra siempre nos persigue. El populismo se disfraza, poco a poco y con cautela, de democracia y empieza por apoderarse de las clases bajas y medias con discursos que no permiten disenso sino que se erigen como la autoridad de la argumentación; luego se apodera de los medios y termina por corroer las instituciones de la democracia poniéndolas a su servicio en cabeza de su tirano de turno. Hoy de forma más latente que ayer, corroboramos que el populismo está vivito y coleando y que amenaza con tomarse el poder, poniéndose el traje de patriotismo. Menos mal que estamos nosotros para desemascararlo.
Como consecuencia de lo anterior puedo concluir -con paradójica y agridulce alegría- que Colombia demanda a gritos ahogados una profunda inversión económica y social en #MásYMejorEducación. Para construir la democracia que queremos que haya en la nación -tengamos presente que NO hay democracia en el país- necesitamos reducir urgentemente la ignorancia -sí, parce, somos muy brutos, ¡pa' qué!-, educar la inteligencia emocional y darle su lugar justo, además, necesitamos aprender a comunicarnos para no resolver los conflictos cual salvajes montañeros y, muy importante, necesitamos saber leer. No solamente los clásicos textos continuos y discontinuos, sino especialmente los contextos, las personas, los signos de los tiempos. Necesitamos invertirle en pensamiento crítico y trabajarle con perrenque a la construcción de ciudadanías activas y pluralistas. Sí, ambas en plural.
Así que no nos achicopalemos. ¡Esta es nuestra hora! ¡Es la hora de demostrar que los del #Sí tenemos madera, que estamos hecho de material sismorresistente y que la paz es incontenible!
Ahora, ¡que suene a todo volumen la más bella música, que exploten todos los colores en la atmósfera y que no paremos de bailar!, ¡vamos por #Colombia, vamos a ganarnos la #democracia, vamos por la paz!
Yo empiezo mañana con mis pelaos de 11°, clase de 7:00 a.m.